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RIO CUARTO Y LA PUNTA DEL ICEBERG DEL RACISMO

Por Roberto A. Ferrero

La agresión padecida por la comunidad boliviana de Rio Cuarto, ante la pasividad de la policía, da motivo a esta denuncia del compañero Roberto Ferrero, que más allá de su valor circunstanciado, que es enorme, contiene una reflexión muy importante y profunda sobre un tema de tratamiento insoslayable, si queremos  ser, en ideología y práctica política, revolucionarios latinoamericanos consecuentes con la lucha por la unidad continental. Como bien señala el autor de la nota, la tarea de luchar por esa unidad no puede quedar en manos de los mercaderes.Evo Morales

Los recientes ataques racistas y xenófobos a la comunidad boliviana de Río Cuarto (segunda ciudad cordobesa en la Argentina), absolutamente repudiables y causalmente injustificables, son graves no sólo en sí mismos, sino como sintomáticos de un estado de espíritu común a la gran mayoría de los argentinos. Y debemos decirlo y sentir vergüenza ajena por lo que representan.
Existe en la Argentina -que se enorgullece de la inexistencia de antisemitismo entre su gente- un extendido prejuicio contra los inmigrantes de los países limítrofes y del Perú. Los únicos que no lo sufren son los uruguayos, tan iguales a nosotros en su cultura, sus fisonomías y sus apellidos que los consideramos una especie de argentinos en el exilio de la Banda Oriental. Por algo dijo Borges con nostalgia que “Montevideo es el Buenos Aires que perdimos”.
Pero todos los demás son víctimas de un racismo de raíz europea que no alcanza a ser explicado por la fórmula tan a la moda de “odio a lo diferente” u “odio al Otro”. Esta es una fórmula vacía: no dice qué características tan particulares tiene “el Otro” para ser repudiado. Argentina es un país de población altamente mestizada, aunque esa población no lo quiera admitir y se considere “blanca” y muy europea por el elevado grado de descendientes de italianos, españoles, judíos, franceses, etc. que la integran. Desde este ilusorio sitio de enunciación, los argentinos en general consideran racialmente inferiores a nuestros hermanos latinoamericanos a los que atribuyen -a contrapelo de los hechos- rasgos de pereza, delincuencia e ignorancia. Sin embargo, los estudios de genética y demografía histórica en desarrollo están revelando la gran cantidad de sangre africana y de pueblos americanos originarios que corre por nuestras venas. El mito de la “nación blanca” comienza a caerse de a pedazos. Somos un pueblo mestizo que niega su mesticidad
Sólo una fracción ilustrada -llamémosla así- , racional y democrática ha superado ese insufrible prejuicio. Lo sienten, en cambio, prácticamente todas las fracciones de nuestra clase dominante, sólo que lo disimulan por conveniencia: el MERCOSUR y el creciente comercio interlatinoamericano exigen ponerle buena cara a venezolanos, peruanos y nacionalidades vecinas. Bussines are bussines… En cuanto a su instrumento político-electoral, la partidocracia neoliberal, también es racista, pero acostumbrados sus miembros al disimulo y al engaño, lo ocultan cuidadosamente porque saben que es “políticamente incorrecto” expresar semejante sentimiento. Sin embargo, algunos de sus integrantes, afectados de incontinencia verbal, rompen los moldes de la prudencia y dejan escapar juicios despectivos que en realidad son comunes a todo el abanico político y secretamente guardados por la corporación.
Este racismo y xenofobia de políticos, industriales y demás negociantes sería algo menos insufrible si fuera rechazado por los sectores populares. Pero no nos engañemos. La mayoría del pueblo argentino comparte esta animosidad en diverso grado. Desde los calificativos “paternalístico-despectivos” y pseudo-cariñosos (bolitas, chilotes, paraguas, perucas) hasta los “injuriante-calumniosos” (ladrón, vago, ratero) hay todo un arco que se recorre rápidamente desde los primeros hasta los últimos en determinadas circunstancias de crisis. Este sentimiento de superioridad que para mantenerse debe inferiorizar a nuestros hermanos latinoamericanos, puede apreciarse todas las semanas en dos ámbitos de masa: los estadios y las escuelas. En los primeros son los cánticos ofensivos y denigratorios; en las segundas, la burla y aun los ataques físicos a los niños nacidos de las comunidades de inmigrantes andinos. Una de ellas, la de los bolivianos, acaba de tener en Rio Cuarto su “noche de los cristales rotos”.
La fraternidad latinoamericana es aún cuestión de minorías. No ha descendido a las masas, aún no ha calado en ellas. Es sobre todo en este tema tan delicado y descuidado que hace falta una real “revolución intelectual y moral” como preconizaba Gramsci. Ella debería desplegarse -sin dejar de sancionar a los culpables de actos de discriminación concretos y constatados- desde todos los aparatos de reproducción ideológica del país, especialmente desde la escuela, para inculcar a los niños y a la juventud los valores esenciales de la solidaridad latinoamericana, combatiendo y explicando simultáneamente los puntos de vista del opresor europeo (y yanquis ahora) que las grandes mayorías lamentablemente han introyectado después de ciento cincuenta años de prédica constante y sistemática. Razón tenía Marx al decir que la cultura de una época era la cultura de la clase dominante.
Sin embargo no conviene hacerse demasiadas ilusiones: los resultados de esa prédica recién se verán en las generaciones por venir. En cierta ocasión el gran físico francés Louis de Broglie dijo que finalmente la Teoría Ondulatoria de la luz se impondría sobre la Teoría Corpuscular, pero no porque los sostenedores de esta última fueran convencidos, sino porque todos ellos morirían algún día y los físicos de las nuevas promociones aprenderían la Teoría Ondulatoria…. Lo mismo cabe decir del racismo interno en América Latina, especialmente en la Argentina.
Junto a esta exigencia de enseñar fraternidad y solidaridad a las nuevas generaciones debería plantearse el carácter imperioso y prioritario que debe tener la tarea de hacer del MERCOSUR y del CELAC algo más que ámbitos de compra y venta. Deberían ser, también, agentes propulsores de una nueva cultura y una nueva espiritualidad, desprovistas de sentimientos de superioridad y de rasgos racistas.
Pero a esto no lo hará nadie si no lo hacemos nosotros. La oligarquía, la burguesía y los sectores asociados a ella sólo lo harán en la medida mezquina en que les sea necesario para facilitar sus negocios. La unidad cultural y democrática de América Latina es un asunto demasiado importante para dejarlo en manos de los mercaderes.
Córdoba, 8 de Septiembre de 2.014