91

LA BURGUESÍA PAULISTA Y EL ABANDONO DEL GRAN GASODUCTO DEL SUR

Autor: Néstor Miguel Gorojovsky
Nota que reproducimos, tomándola de POLÍTICA – Año 2 – N° 5 –  Diciembre de 2007
Salió como Carta del Director en esa revista de Patria y Pueblo – Socialistas de la Izquierda Nacional

*****************************************************************************************************************************

Construcciaon_Gasoducto_10-ENAGaAS

Normalmente este espacio se dedica a una evaluación general de las peripecias del proceso  de reunificación de América Latina. En esta oportunidad, se suman dos fenómenos contrastantes y, por supuesto, de diferente magnitud. Uno nos tiene por protagonistas, y deseamos, sin falsos orgullos resaltarlo: POLÍTICA supera con este número los cuatro trimestres de salida ininterrumpida. Entramos en el segundo año de lo que esperamos sea una larga trayectoria, y éste es el lugar desde donde agradecer tanto a quienes nos han favorecido con su compra y suscripción de la revista como a los compañeros que, en un esfuerzo inmenso, han garantizado materialmente que la publicación esté disponible al público.

En segundo lugar, deseamos concentrarnos en esta carta en lo que puede convertirse en el obstáculo mas grande en la marcha de América Latina hacia su integración como nación no constituida. Quizás esto le confiera un tono particular, distinto al habitual. Pero la urgencia que entendemos tiene el asunto no nos permite omitir el tema por cuestiones de etiqueta.

Hace tres años, Petrobrás descubrió la existencia de una potente cuenca petrolífera submarina cerca de las costas paulistas y fluminenses. A mediados de noviembre de 2007, la cuenca volvió a ser noticia. Se la presentó, equívocamente, como un nuevo descubrimiento (cuando en realidad, el alza mundial de precio del petróleo había tornado rentable su explotación). Según los medios, Brasil, históricamente hambriento de petróleo, va camino a convertirse en una potencia exportadora de hidrocarburos.

Simultáneamente, las autoridades brasileñas descartaban el proyecto del Gasoducto del Sur. Si se tiene en cuenta que para unir Argentina con Venezuela el gasoducto tiene que atravesar territorio brasileño, está claro que Brasilia acaba de torpedear hasta nuevo aviso un eslabón fundamental de integración americana. Es una cuestión muy grave, que apunta directamente contra la industrialización equilibrada de América del Sur y del propio Brasil. La posterior declaración de Lula y su ministro de RR.EE. en el sentido de que desean acelerar el ingreso de Venezuela al MERCOSUR no mitiga el efecto nefasto de esta decisión. Resulta inevitable entender qué es lo que la produjo.

Por taquigrafía conceptual, se suele hablar de decisiones tomadas por “Brasil”, “Argentina” o “Venezuela”, abstrayendo las características concretas de las entidades designadas por tales vocablos. Pero en realidad ninguno de estos sustantivos determina una entidad metafísica superior a las miserias y glorias mundanas. Dentro de cada país latinoamericano, y también dentro de Brasil, el rumbo de la política exterior está sometido a los balances de fuerzas internas y no al revés. Pues bien, el torpedeo al Gasoducto del Sur es la más palmaria demostración de este aserto.

Un rasgo del imperialismo moderno es que inserta al capital de las grandes potencias en el seno mismo de los países semicoloniales, transformándolo en un factor interno de poder. En el caso particular de Brasil, este proceso se desarrolló profunda y decisivamente a partir del golpe de Estado de 1964. Ninguno de los cambios políticos que tuvieron lugar en los últimos cuarenta años cuestionó a fondo la alianza básica que lo presidió: la del latifundio, la gran empresa imperialista y la burguesía bandeirante (mucho más que brasileira) de São Paulo.

Hasta nuevo aviso, la política exterior brasileña es por lo tanto menos brasileña que bandeirante. Un dato muy significativo: los dos presidentes brasileños más influyentes de las últimas décadas (Lula y Fernando Enrique Cardoso) surgieron de São Paulo. Y esto, más allá de las diferencias notables entre la política de uno y otro.

Ambos coincidieron, por lo pronto (aunque en grados y orientaciones diferentes) en la aversión o reticencia a Getúlio Vargas y su legado. Cuando impuso el Plan Real, Fernando Enrique declaró, con furia de izquierdista reciclado y antivarguista de siempre, que con él había llegado a su término la “era de Vargas”. Por su parte, Lula se catapultó a la política nacional en franca competencia destructiva contra el heredero de Vargas, Leonel Brizola, “ganador cantado” de las primeras elecciones verdaderamente libres al retirarse los militares del poder. La aparición del nuevo candidato de los trabajadores le cerró el paso.

Esta coincidencia brota en buena medida del común origen paulista de ambos dirigentes. Pese a las apariencias, la burguesía bandeirante de São Paulo carece de vocación nacional brasileña y mucho más de vocación nacional sudamericana. Está en esto mucho más próxima a la oligarquía mitrista argentina, centrada en Buenos Aires, que lo que muchos argentinos, asombrados de su carácter “industrialista”, suelen percibir.

Su industrialismo es en realidad un paradigma de industrialismo extrovertido, no en el sentido de que se trata de una plataforma de exportación de bienes industriales (que en parte también lo es) sino en el de que el mercado interno tributa a un poder externo, enquistado en la formación y amalgamado en las capas superiores de la burguesía paulista. Este poder externo determina los ritmos, volúmenes y formatos de la producción industrial del Brasil, y no al revés.

A diferencia de la oligarquía argentina, la burguesía paulista carece del inmenso desarrollo cultural en el que aquella fundamentó ideológicamente su dominio. Se distingue por un craso economicismo, una ramplona practicidad y una glorificación del individualismo solipsista que hunden sus raíces en los lejanos tiempos en los que la entonces capitanía de São Vicente se especializaba en la cacería humana contra los guaraníes y en la represión más cruda y salvaje de las rebeliones de esclavos en el Nordeste. En su gran obra final, O povo brasileiro, el antropólogo Darcy Ribeiro ha escrito páginas irrefutables sobre esta cuestión.

La clase dominante de São Paulo se potencia luego con el ciclo del café, que le brinda al mismo tiempo el lazo fundamental con Estados Unidos y el peso decisivo en la economía brasileña. Su aversión al Estado Central brasileño se agudiza con la revolución de la  Aliança Liberal de 1930, se exacerba con el varguismo en el poder (homenajea aún hoy, en pleno centro de la ciudad, a los líderes de la intentona secesionista de 1932), y recién se aplaca cuando el golpe del 64 pone ese mismo Estado Central, construido contra su voluntad, en sus manos.

Desde ese momento, São Paulo ha funcionado como una bomba aspirante-impelente, que succiona riqueza del conjunto del Brasil y lo exporta al extranjero. El inmenso y apasionante proceso de industrialización del país de Prestes y Canudos, contra lo que habitualmente se cree, no se hizo gracias a la burguesía paulista sino en gran medida contra ella (en cuanto tuvo de esfuerzo nacional, no estadual) y ciertamente en su favor exclusivo a partir de 1964.

Fiel a su historia, tradición, intereses y alianzas, aspira hoy a unificar América del Sur en los mismos términos en que “unifica” al Brasil; succionando los recursos de sus “socios menores” (los restantes Estados), para remitir ganancias al exterior (el bochornoso manejo de la cuestión del gas boliviano por parte de Petrobrás nos exime de todo comentario). Su peso en las decisiones de política exterior de Itamaraty tiende a dificultar toda decisión con verdadera grandeza americana.

Si bien no padece del parasitismo rentístico de sus equivalentes del Plata (la Pampa Húmeda y su “cibernética natural” son irrepetibles) comparte con ellas el profundo desprecio por cuanto supere los límites pequeñitos de su fracción de territorio. Y agrega, en el inconsciente de la clase, la herencia no totalmente borrada de la esclavitud y su bipartición cualitativa de los seres humanos.

La independencia energética brasileña fue en tiempos de Vargas un combate revolucionario y patriótico por la soberanía nacional. Desde que el Estado brasileño está hegemonizado por la burguesía bandeirante, Petrobrás, el producto de ese combate, se asocia a un capital imperialista al cual, en buena medida, termina sirviendo.

De un extremado conservatismo político y social, piensa en términos de patria chica: está contra Venezuela y su intolerable chavismo, contra Bolivia y sus pretensiones de soberanía política y económica. Basta con revisar la prensa y los medios comerciales del Brasil para percibir su cerrazón inabarcable. Se opone a Hugo Chávez por los mismos motivos por los cuales fogoneó la lucha contra Vargas: decidió deshacerse del Gaúcho cuando percibió que éste, en su voluntad de unidad con la Argentina, podía transmitir al Brasil el virus del sindicalismo sólido y patriótico de la CGT de esos tiempos.

Pues bien: esta clase social, sus aliadas en los diversos Estados, sus parlamentarios y sus profesores de sociología o economía son el origen básico de la ruptura de Brasil con el gasoducto del Sur. Se vuelve a comprobar que la balcanización no planea en el aire, sino que es el resultado de la hegemonía de ciertas clases sociales muy concretas. Se vuelve a descubrir que quienes proponen la unidad como asunto de Estados y técnicos en abstracto, olvidan que en el seno de cada uno de nuestros países existen clases sociales que, con total apoyo del imperialismo- la torpedean permanentemente.

Entonces, avanzar en el sentido de la unidad implica, simultáneamente, avanzar contra las clases sociales que con ella se benefician. Si no lo hacemos así, la unidad se atrasará hasta las calendas griegas, quizás hasta demasiado tarde. Unidad del Sur y liquidación del poder de la camarillas y clases que hegemonizan cada uno de los países que deberían unirse son una y la misma cosa.

En cierto modo nos podemos comprender mejor si nos fijamos, por un instante, en la historia del país americano que sí logró asegurar su unidad nacional de potencia continental: EEUU. Esta unidad, como se sabe, recién se impuso a las tendencias secesionistas en la Guerra Civil de 1861. Pero antes de la Guerra Civil, hubo un partido político que intentó lo imposible: mantener la unidad de la nación sin tocar los diversos regímenes sociales que en ella convivían. Fue el partido Whig, cuyo máximo líder, Henry Clay, había sido el autor de nada menos que el programa de unificación económico-social posible: el “sistema americano”, presidido por una especie de “desarrollismo” avant la lettre.

Clay llegó a ser conocido como el “gran componedor”. Obsesionado por la unidad en abstracto, estaba dispuesto a contemporizar (y finalmente ceder) en todos y cada uno de los puntos clave en discusión con el Sur esclavista. Esa política no hizo sino fortalecer las tendencias separatistas, y solo la vigorosa intervención del pueblo estadounidense más profundo, acaudillado por Abraham Lincoln, resolvió el problema.

No deseamos ni preconizamos ninguna guerra civil sudamericana. Sería una catástrofe superior a cualquiera de nuestras peores pesadillas, especialmente en la actual correlación de fuerzas a nivel mundial. Sin embargo, el gesto inequívoco de la burguesía bandeirante del Brasil nos fuerza a extremar nuestra imaginación y encontrar los mecanismos para anular, primero y enfrentar victoriosamente después, a las clases sociales que medran en la balcanización y son su verdadera apoyatura general.