HO CHI MINH: ¿Pekín o Moscú? Hanoi…
El texto que sigue corresponde a un capítulo de «HO CHI MING», una biografía escrita por el francés Jean Lacouture, profesor del Instituto de Estudios Políticos de París, corresponsal y redactor de «Le Monde», fallecido en julio del año pasado. Un libro brillante, cuyo valor, para el público latinoamericano reside, curiosidad aparte y omitiendo, injustamente, los méritos estilísticos y la calidad del análisis y la compenetración del autor con su tema, en que nos muestra a una figura en la cual se funden la ideología y la tradición del marxismo revolucionario con el más acendrado patriotismo, ese que dimana de la humillación colonial padecida, y la conciencia de la centralidad de la cuestión nacional en la lucha por la liberación de los pueblos periféricos.
Para un revolucionario vietnamita dotado de una buena apertura al mundo y que tenía treinta años en 1920, «la» revolución es la revolución de Octubre. Moscú, los Soviets, Lenin y sus sucesores serán siempre el hogar del campo socialista, los grandes modelos. No es éste necesariamente el caso para un vietnamita nacido veinte años después: los combates y la victoria del comunismo chino—ocurrida cuando ese vietnamita tiene ya cuarenta años—le son más cercanos, le dicen más, están más ligados a su vida de revolucionario asiático.
Este es uno de los elementos del debate que se plantea en Hanoi. Un conflicto no de «generaciones» sino de períodos de formación y maduración. Hemos de señalar que tanto para unos como para otros—para los que reciben la luz siempre de Moscú y para los que la ven brillar con más fuerza en Pekín—, es válida la observación de un buen especialista del Vietnam: «Han leído a Lenin antes de leer a Marx…». Lo que viene a significar —sobre todo en lo que se refiere a Ho Chi Minh— que la «praxis» predomina sobre la teoría, y que tanto para unos como para otros el comunismo ha integrado la «cuestión nacional», tan ajena al filósofo de El Capital (1).
El evidente—y hasta insistente—nacionalismo del fundador de la R.D.V.N. («mi único objetivo es ver al Vietnam libre e independiente») obra, naturalmente, en la dirección de un acercamiento a Moscú. Ho no puede hacer triunfar en el Vietnam del Norte la tesis staliniana del «socialismo en un solo país». Todo le empuja a recurrir a alianzas y colaboraciones. Pero China es un país muy cercano, y sus medios de presión políticos y militares son muy poderosos. Moscú está lejos: situación ideal en las relaciones entre pueblos, aunque sean socialistas. Un servicio prestado por la U.R.S.S. no acarrea para el Vietnam una deuda tan comprometedora como si lo prestara China.
Independientemente de estos elementos maquiavélicos, el pro-sovietismo de Ho se alimenta de fuentes a la vez sentimentales y teóricas. No se puede subestimar la impresión que el descubrimiento del Moscú de 1924, del congreso de la Internacional, de los debates entre Zinóviev, Bujarin y Trotski produjeron en aquel joven ardiente y fervorosamente consagrado a una radical transformación del mundo. Sus artículos de la época rezuman un fervor de diácono. Nguyen Ai Quoc no se desengañará nunca de ese viaje al país de las maravillas, ya que el Presidium de la Internacional sabrá ligarlo con los más fuertes lazos: los de los riesgos corridos y las responsabilidades asumidas. Ser el adjunto de Borodín en Cantón, más tarde delegado de la Tercera Internacional para los «mares del Sur» y luego el coordinador de todas las actividades revolucionarias en Indochina servirá para tomar conciencia de una solidaridad indestructible.
Y en los momentos en que esa fidelidad hubiera podido agotarse, cuando —hacia 1934—los responsables de Moscú parecen querer contar más bien con jóvenes dirigentes como Le Hong Fong o Ha Huy Tap, la reorientación estratégica de la Internacional hacia los «frentes» de unión con los movimientos nacionalistas o reformistas reaviva en 1935 la fe del dirigente vietnamita: ahí reside, en efecto, la prudencia, y no en el izquierdismo proletario de la «tercera línea» de 1928. Decididamente, Moscú tiene el arte de ver y decir la verdad.
¿«Bujariniano», «derechista» del comunismo, precursor del jruschevismo? Nunca se debe estudiar a Ho Chi Minh en una perspectiva teórica; hay que verle en función de las situaciones que se presentan, de los problemas a resolver. ¿Fue más riguroso contra los izquierdistas que contra los moderados? Ciertamente, la única crisis importante de la R.D.V.N. (en 1956-57) giró en torno a la eliminación efímera —o mejor dicho, la degradación— de Truong Chinh, dirigente izquierdista, seguida de la separación provisional de su amigo más íntimo, Nguyen Chi Thanh. Pero también es verdad que si las relaciones entre Moscú y Hanoi fueron singularmente calurosas durante la primera parte del reinado de Nikita Jruschov, de 1957 a 1962, se agriaron a continuación hasta convertirse en mediocres —por razones esencialmente estratégicas, por lo demás— en la época en que las palabras y los actos de Jruschov ofrecían un punto vulnerable a las acusaciones de «revisionismo moderno» (1962-64).
Como quiera que sea, Ho ha hablado siempre en términos muy flemáticos de este tipo de desviacionismo, incluso cuando Pekín lo denunciaba con la mayor indignación. En septiembre de 1964 el jefe de la R.D.V.N., interrogado acerca del «revisionismo dentro del campo socialista», respondió que «esta clase de debates en los partidos revolucionarios se han arreglado siempre de forma satisfactoria», y que la R.D.V.N., por su parte, se atenía «a los principios revolucionarios de las declaraciones de Moscú de 1957 y 1960» (2).
En el caso de que la Unión Soviética desatendiera excesivamente los intereses esenciales de la R.D.V.N. y de los combatientes del Sur, Ho Chi Minh podría alinearse en el campo de Pekín. Si la salvación del Vietnam dependiera de los «guardias rojos», estamos seguros de que Ho se aliaría con Lin Piao. Pero tal alianza sería para Ho Chi Minh costosa.
En sus relaciones con Pekín, Ho Chi Minh apenas concederá espacio a sus recuerdos personales, a veces muy amargos. Más bien destacará la historia de las relaciones entre ambos países. Dos tercios de los héroes nacionales del Vietnam conquistaron la gloria combatiendo a los chinos (calificados hoy en Hanoi de mongoles, lo que a menudo resulta justificado). ¿Es lícito asimilar las relaciones chino-vietnamitas a las ruso-polacas o a las anglo-irlandesas, tal como lo hace P. J. Honey? (3). Ello equivaldría a asimilar un sistema de relaciones europeas, en el que la religión jugó un importantísimo papel, a una forma de relación asiática, menos impregnada de imperialismo que de «proteccionismo» y en la que se mezclaban la explotación económica, el protectorado y la acción civilizadora.
Cuando Ho dirige la mirada a Pekín, ve también a Mao Tse-tung. No es del todo seguro que los antiguos recelos hayan desaparecido. Ho es consciente de lo que tanto él como Vo Nguyen Giap deben, como estratega, al Lenin chino. Según Truong Chinh, el más ferviente «maoísta» vietnamita, «las aportaciones del camarada Mao Tse-tung a la teoría de la revolución en las colonias y semicolonias han ayudado mucho a nuestro partido y al presidente Ho en la elaboración de la línea y la política revolucionaria de nuestro país» (4).
Sin embargo, cuando «el tío» habla de Mao o escribe acerca de él, se muestra más reservado, y a veces sarcástico. En el informe político de febrero de 1951, que es quizá su trabajo principal de análisis político y el documento en el que mejor se expresan los matices de su pensamiento político, el dirigente vietnamita escribe: «El camarada Mao Tse-tung ha “chinizado” hábilmente la doctrina de Marx-Engels-Lenin-Stalin, la ha aplicado de la manera más correcta a la situación de China y ha conducido la revolución china a la victoria total» (5). Un adaptador con cierto mérito, en suma.
No hace mucho nos contaban que a un visitante extranjero que le preguntó si tenía la intención de publicar artículos e incluso libros «como hace el presidente Mao», Ho Chi Minh le respondió, guiñando un ojo: «Si hay algún tema sobre el que no haya escrito el presidente Mao, dígamelo: yo trataré de llenar ese hueco…».
Ho sabe muy bien que en materia de elaboración conceptual y de teorización, no podría rivalizar con el autor del «libro rojo». ¿Le molesta, acaso, esa supremacía? Para él, la revolución es cosa de organización más que de literatura. El propio Mao ha dicho que «el poder sale del cañón de un fusil». Su colega vietnamita piensa más en la pólvora que en el manual de tiro.
Además, Ho Chi Minh a menudo conserva las distancias respecto a las iniciativas chinas. Si desde 1954 a fines de 1956 Hanoi siguió de buen grado los ejemplos de Pekín, más tarde pudo observarse una mayor reserva, sobre todo por parte del «tío». En enero de 1959, en una entrevista publicada por la agencia americana U.P.I., el presidente vietnamita declaró que su país «no tenía la intención inmediata de seguir el ejemplo de la República Popular China», que se debatía entonces con las primeras dificultades consecuentes al «salto adelante». Ho añadió que esperaba que en el transcurso de un año, se aflojaría la tensión entre el Este y el Oeste, lo que equivalía a situarse en la perspectiva de Moscú más que en la de Pekín.
Recordemos, asimismo, una significativa reacción del «tío». En julio de 1964 Danielle Hunebelle, enviada especial de la Televisión francesa, le hizo esta pregunta: «Aislado como está ¿no se convertirá el Vietnam del Norte inevitablemente en un satélite de China?» Estalló la respuesta, levantada la mano: «Jamás…».
Ho Chi Minh, nacionalista espontáneamente prevenido contra todo aumento de la influencia china en el Vietnam, empirista siempre receloso de los doctrinarios, tampoco olvida su pasado de revolucionario, su veteranía respecto a hombres como Mao, Chu En-lai y Lin Piao. Ninguno de ellos se hallaba a su lado en el Congreso de la Internacional de 1924. En París, Chu no era aún más que un joven «obrero-estudiante» cuando Nguyen Ai Quoc, que calificaba al grupo de jóvenes comunistas chinos de «ala izquierda del Kuomintang» (6), partía para Moscú como delegado del P.C. francés, dato que, en aquella época, podía aún impresionar a un chino… Por entonces, Lin Piao era un adolescente y Mao un dirigente provincial.
«El tío» es lo bastante inteligente como para no fundar la autoridad revolucionaria en la antigüedad. Mas no debemos olvidar que Ho es el dirigente máximo de una pequeña nación por largo tiempo contemplada con condescendencia por los hijos de los Han, cargados de milenios y de masas. Para Ho Chi Minh, lo conveniente es valorar su antiguo enraizamiento en la historia de la revolución socialista en Asia. En ese plano, Ho reclama el primer puesto.
Los vínculos de Ho con Moscú y sus reservas respecto a Pekín no son compartidos por todos los miembros y ni siquiera por toda la dirección de su partido, el Lao Dong. Son numerosos los vietnamitas que no experimentan por la revolución soviética más que un vago sentimiento de solidaridad. Muchos de ellos se sienten fascinados por la revolución que, junto a sus fronteras, lleva a cabo el PC chino. El peso específico de China difiere mucho en Asia—salvo en Mongolia—del de Rusia; sin hablar del prestigio de la cultura china —que en uno u otro aspecto es la cultura de la mayoría de los vietnamitas— ni del paralelismo entre los problemas económicos y militares planteados desde hace veinticinco años a los dos grupos dirigentes.
En resumidas cuentas, existe en Hanoi una poderosa y activa tendencia a apoyar sin reservas las tesis chinas y a lograr una creciente coordinación de los esfuerzos de ambas revoluciones. El jefe reconocido de esta tendencia es Truong Chinh, hijo de un mandarín tonkinés, intelectual que domina tanto la cultura francesa como la china, durante mucho tiempo secretario general del P.C.I., más tarde redactor jefe del órgano doctrinal del Viet Minh Su That y autor de La Resistencia vencerá (1947) que fue el libro básico de los guerrilleros vietnamitas. Nombrado secretario general del Lao Dong en 1951, fue depuesto de ese cargo a fines de 1956 a causa del fracaso de la reforma agraria, que quiso efectuar a ritmo acelerado. Sin embargo, Truong Chinh continuó siendo miembro del Buró político, y dos años después fue nombrado presidente del Comité permanente de la Asamblea Nacional, lo que le sitúa por encima del primer ministro. Su condición de jefe del sector del partido que llamaremos, para simplificar, «pro-chino» no le convierte en adversario de Ho. ¿Fue simplemente para desorientar y disfrazar su hostilidad mediante el elogio por lo que en 1966 publicó el opúsculo sobre el «venerado presidente», que hemos citado repetidamente? No parece ser así. ¿Y fue por malicia por lo que reprodujo en su libro citas del «tío» que no revelan un gran virtuosismo en la formulación del socialismo teórico? Ho Chi Minh prefiere, sin duda alguna, que el ala «china» de su partido —de existencia inevitable, dadas las circunstancias— esté inspirada por un hombre a quien conoce bien, al que ha formado y acerca de cuyas cualidades intelectuales y lealtad probablemente no abriga dudas. Además, Truong Chinh, como más adelante veremos, no es un incondicional del «maoísmo».
Otros admiradores de la «vía china» —es decir, de la guerra local prolongada, dentro del marco de una coexistencia polémica— no muestran quizá tan buena disposición hacia Ho Chi Minh. Citaremos entre ellos a otros tres miembros del Buró político: Le Duc Tho, que fue uno de los jefes de la resistencia en el Sur, importante teórico del partido y autor de virulentos artículos contra los “derrotistas” (7); Nguyen Duy Trinh, ministro de Asuntos Extranjeros, antiguo comisario del Plan y en otro tiempo depurador de la vida intelectual; Nguyen Chi Thanh, comisario político del ejército, único rival de Giap en los medios militares, brillante orador y antiguo jefe de la resistencia en la región de Hue. Y a otros tres personajes influyentes: Hoang Quoc Viet, jefe de los Sindicatos, viejo izquierdista de los años 30 y único rival (en activo) de Ho en cuanto a antigüedad de los grados revolucionarios; Hoang Van Hoan, ex-embajador en Pekín, antiguo compañero de Ho en el campo guerrillero; y To Huu, poeta de talento pero osado censor, vice-ministro de Cultura cuyas ideas eran con varios años de antelación (y probablemente siguen siendo) las de los «guardias rojos».
Si se tiene en cuenta que una gran parte de la juventud se siente inclinada a aprobar el ritmo revolucionario chino, que los cuadros medios del ejército tienen la mirada puesta en el norte, que la «élite» industrial sueña con los éxitos chinos en Manchuria, se comprende que Ho debe encontrar grandes dificultades para mantener el equilibrio entre Moscú y Pekín.
Pero el grupo de los que permanecen firmes a la amistad soviética y de quienes el recelo hacia el poderío chino condiciona la admiración por las victorias del maoísmo, tampoco es desdeñable. A su frente se halla el único hombre cuya fama es comparable a la del presidente: el general Giap. Poderosa personalidad, de una imaginación sin igual entre los vietnamitas y a quien calificaríamos de Trotski vietnamita (el ejército rojo, el talento…), si el paralelo no sirviera para perjudicarle en Hanoi.
Por mucho que deba, en materia de estrategia, a los hombres de la «larga marcha» (lo que reconoce con franqueza), Vo Nguyen Giap no es de los que se resignarían a ver convertido a su país respecto a China en lo que las democracias populares del Este europeo fueron con respecto a la U.R.S.S. de 1945 a 1960. Giap es de esos revolucionarios asiáticos que dispensan a los dirigentes soviéticos el tipo de recibimiento que las gentes de Varsovia en octubre de 1956 y las de Bucarest en 1966 hicieron a Chu En-lai. Habida cuenta de su notoria antipatía por Truong Chinh (su sosias…), existe la inclinación a convertir a Giap en el jefe de una tendencia «nacional-comunista» que ve en la eventual «protección» china un cataclismo que hay que evitar. ¿Una simple hipótesis? Sí, pero fundada, al menos, en actitudes y palabras significativas.
El segundo hombre clave de este grupo es el propio presidente del Consejo Fam Van Dong. Como todos los discípulos fieles, propende a acentuar las tendencias de su maestro, en este caso Ho Chi Minh. Donde Ho trata sobre todo de establecer un equilibrio en las relaciones con Pekín, Dong añade un matiz de actitud antichina. Pero es demasiado dueño de sí y demasiado leal al «tío» para caer en la polémica.
Al mismo grupo pertenecen el vicepresidente del Consejo, Fam Hung, su amigo íntimo, a quien dio entrada en el Buró político para contrarrestar la influencia, a la sazón creciente, de Truong Chinh; y el ministro del Interior, Ung Van Khiem, ex-ministro de Asuntos Extranjeros. También se suele clasificar dentro de este grupo al vicepresidente de la República, el viejo Ton Duc Thang (que participó en los motines del Mar Negro de 1917 junto a André Marty), y el economista Le Than Nghi.
Queda un enigma: la actitud del secretario general del partido, Le Duan. Por el hecho de haber sido promovido a este puesto clave en septiembre de 1960, en un momento en el que la influencia soviética parecía ir en aumento, se le suele situar al lado de Giap y de Dong (como hace el conocido experto P. J. Honey, que da a este diagnóstico una explicación un poco artificial: la antipatía militante manifestada desde hace más de quince años por Le Duan hacia Le Duc Tho, uno de los jefes de la tendencia contraria).
De hecho, la política de Le Duan con respecto al problema capital, el del Sur, se prestaría más bien a situarlo en el campo radical, ya que siempre ha preconizado la estrategia más revolucionaria y el compromiso más firme. Pero respecto a otras cuestiones —neutralidad ideológica entre Moscú y Pekín, ritmo de la colectivización— se le puede situar en el «centro» mismo del partido y del poder, muy próximo al punto de equilibrio en el que se ha colocado el mismo Ho, pese a sus antiguas inclinaciones y a su temperamento de hombre moderado.
Así, entre Moscú y Pekín, «el tío», asistido por el hombre más poderoso del partido, ocupa en el cuadro vietnamita la posición de árbitro. Si su inclinación le hiciera balancearse del lado soviético, Le Duan le haría regresar con firmeza al justo medio, que es de hecho su verdadero sector como jefe de Estado y como patriota vietnamita. Pues sólo escapando a la infernal dialéctica del conflicto Moscú-Pekín, pueden los dirigentes vietnamitas conservar y enriquecer mejor su adscripción fundamental a la «vía vietnamita».
La complicada navegación de Ho y de los dirigentes de la República Democrática de Hanoi para definir una «vía vietnamita» (y mantenerse en ella) entre el «revisionismo» soviético y el «dogmatismo» chino, entre las tentaciones de la coexistencia relativamente pacífica y las invitaciones a la «guerra de larga duración», podría dividirse, desde 1954, en cuatro fases bastante bien delimitadas: 1954-1957: línea «asiática»; 1957-1961, línea «soviética»; 1961-64, período de denuncia del «jruschevismo» y de ciertas ilusiones respecto a la «coexistencia pacífica»; 1964-67, vuelta a un equilibrio con miras no tanto a la «neutralidad» entre Pekín y Moscú como a la reabsorción de la ruptura entre los dos campos socialistas.
Tras los acuerdos de Ginebra, los dirigentes de la R.D.V.N.—que habían obtenido una ayuda casi igual de la Unión Soviética y de China, pero que no olvidaban que Moscú había aguardado cinco años (y el ejemplo dado por Pekín) para reconocer su Estado—se volvieron de forma espontánea hacia los chinos para pedirles ayuda, en virtud de esa especie de distribución de tareas que pareció manifestarse con ocasión de las negociaciones de Ginebra y según la cual Pekín asumiría mayores responsabilidades en el territorio asiático.
Por lo demás, no podía verse en ello malicia alguna, ya que las relaciones entre las dos grandes capitales del mundo comunista parecían serenas; tan serenas, al menos, como pueden serlo las relaciones entre aliados. En suma: con las precauciones inherentes a su orgullo nacional, Ho y su equipo desarrollaron sobre el terreno pacífico las relaciones de guerra que habían ya establecido anteriormente con la China popular.
En esta fase, se crean por todas partes «Asociaciones de amistad chino-vietnamita» y se promueve una campaña en ese sentido. Hanoi sigue de buen grado los «ejemplos» de Pekín: reforma agraria acelerada, régimen de las «cien flores». Pero tanto lo que la primera iniciativa comportaba de izquierdismo como lo que la segunda implicaba de oportunismo «derechista» llevó a la catástrofe. El «salto hacia adelante» agrario provocó un levantamiento de los campesinos del Nge-An (provincia natal de Ho), dando lugar a una represión que probablemente causó decenas de millares de muertos. Por otro lado, las «cien flores» hicieron concebir tantas ilusiones a los intelectuales que en 1956 se asistió a una verdadera fronda de los escritores. El diario liberal Nhan-Van («Humanidades»), dirigido por Fan Khoi, viejo letrado progresista, especie de Ho Chi Minh de la literatura, fue suspendido. A principios de 1957, la imitación de la línea china había lanzado a la R.D.V.N. a una doble y grave crisis. Los sangrientos excesos cometidos por los ejecutores de la reforma agraria estuvieron a punto de separar a las masas de sus dirigentes.
Esta crisis tendría hondas repercusiones en el Partido. Ho Chi Minh consiguió la dimisión del secretario general del partido Lao Dong, Truong Chinh, y se encargó de sus funciones para tratar de restablecer la confianza de las masas en el partido, en tanto que el general Giap recibió la misión de pronunciar, en noviembre de 1956, la gran autocrítica exigida por la situación. Fue una dura acusación contra los «errores graves y prolongados» que habían puesto en peligro la existencia misma del país. Unas semanas antes, en Varsovia, Gomulka había dicho más o menos lo mismo contra los «natolinianos». La conclusión es que hay que rectificar el punto de mira. Y a pesar de la penosa impresión creada incluso en el Vietnam por la represión de Budapest, Ho y los suyos deciden restablecer relaciones más estrechas con Moscú. En otoño de 1957, el presidente Ho se traslada a Europa del Este y asiste en noviembre a las fiestas conmemorativas de la revolución soviética.
Pero la fracción pro-china—la tendencia, en todo caso, que ha presidido durante dos años el alineamiento con Pekín—no se resigna a la derrota. Según P. J. Honey, durante la ausencia de Ho Chi Minh se produce en Hanoi una intentona para adueñarse del poder. Giap desaparece de la vida pública por algunas semanas y, durante el mitin conmemorativo del aniversario de Octubre, Nguyen Duy Trinh pronuncia un discurso en el que sólo se habla de China (8). Pero la operación no prosperó y el orden quedó restablecido con el regreso del «tío».
La corriente «pro soviética» que se inicia a finales de 1957 culmina en 1959 y declina hacia 1962. Tal corriente fue creada por los malos resultados que produjo la aplicación de los métodos chinos en Vietnam del Norte, resultó reforzada por las catástrofes que acarreó a China el «salto hacia adelante» (1959-60), y se debilitó hasta desaparecer a causa de los fracasos sufridos por Jruschov desde el intento de reunión en la cumbre en 1960 hasta la crisis de Cuba de 1962.
En este período Ho manifestó el vigor de sus simpatías por la Unión Soviética en numerosas alocuciones en las que rindió homenaje a la U.R. S.S., «dirigente del campo socialista», sin nombrar para nada a la China popular. Pero Ho Chi Minh era demasiado buen estratega como para ir más allá del restablecimiento de un equilibrio roto de 1954 a 1957 por los excesivamente ardientes discípulos de Mao. Y cuando estalle la crisis entre los Dos Grandes del comunismo, tratará de situarse en el justo medio la R.D.V.N.
En septiembre de 1960 se reúne en Hanoi el III Congreso del Lao Dong, el PC norvietnamita vuelto a fundar en 1951. La acogida dispensada por los delegados a Mukitdinov, representante de la U.R.S.S., es evidentemente más calurosa que la reservada a Li Fu Chun, el enviado de Pekín. Todo el congreso está marcado por un clima pro-soviético (9). ¿Supone en cambio un éxito para las tesis chinas el que se haga hincapié en la necesidad de luchar por la reunificación del país, anuncio evidente de un próximo aumento de la ayuda del Norte a los guerrilleros antidiemistas del Sur? No parece correcto hacer referencia a Mao Tse-tung para explicar por qué Vietnam del Norte decidió apoyar a los vietnamitas sublevados del Sur; se trata, más que nada, de un asunto de vietnamitas (mejor dicho, de indochinos, ya que la intervención americana en Laos contribuyó a endurecer la estrategia de Hanoi).
Pero el Congreso no termina sin que «el tío Ho», impresionado por el agriamiento de las relaciones entre Moscú y Pekín que las intervenciones de sus delegados respectivos ponían de manifiesto, coja, riendo, de la mano a los dos delegados y haga cantar a los congresistas, ante la estupefacción del cuerpo diplomático, una canción del tipo «si tous les gars du monde…»
Dos meses después, Ho Chi Minh acude al Congreso de los ochenta y un partidos comunistas de Moscú y trata por todos los medios de evitar la ruptura entre Moscú y Pekín. Se sitúa por un momento al lado de Chu En-lai, pero de nuevo intenta jugar el papel de árbitro. Se le respeta, incluso se le escucha. Pero su país es tan pobre y está tan lejos… Ho Chi Minh no puede ofrecer los elementos para un compromiso; y lo mismo le ocurriría al año siguiente, en el Congreso del P.C.U.S., donde, otra vez presente y activo, se negará, por ejemplo, a refrendar la condena del Partido albanés.
Seis semanas más tarde, me entrevisté con Ho en Hanoi. Se negó enérgicamente a hablar del conflicto. En un edificio vecino, se había inaugurado una gran exposición consagrada a la República Popular de Albania. Sin embargo, en todas partes los retratos de Ho Chi Minh aparecían en medio de otras dos efigies: la de Ko-Rut Sop y la de Mao Trach Dong (grafía vietnamita de Jruschov y Mao Tse-tung). La línea pro-soviética ya empezaba a ceder el sitio a «la tercera vía». La razón era sencilla: desde el momento en que se inició la crisis entre Moscú y Pekín, Hanoi estaba condenado al acercamiento a los chinos, aunque naturalmente sin integrarse en su campo. Los dirigentes vietnamitas podían tener más o menos simpatías por la línea soviética; pero en modo alguno podían convertirse en antagonistas de Pekín, tanto por motivos de seguridad exterior como de equilibrio interno. Entrar en lucha contra el PC chino representaba agravar al máximo las tensiones en el seno del PC vietnamita; de ahí la reorientación prudente, matizada, condicional, hacia la línea china.
Comienza entonces la «tercera orientación», que es el descubrimiento progresivo de la «tercera vía», la vía vietnamita. Al principio (1962-1964), la operación de reanudación de los lazos con Pekín no dejó de implicar ciertos perjuicios para los «pro-soviéticos». La estrella de Ho pareció palidecer. Durante mucho tiempo no se vio por ninguna parte. Tampoco habló en público: ni entrevistas ni discursos. Volvióse a hablar de la destitución de Giap, cuyo rival, Nguyen Chi Thanh, fue ascendido a un grado igual al del general en jefe.
Así, la influencia de Pekín (10) podía parecer de nuevo preponderante a principios de 1964. Como conclusión de la reunión, en enero, del «pleno» del partido fue publicado un texto que muy bien hubiera podido difundirse en Pekín. Los únicos ataques que aparecían en la conclusión iban dirigidos contra el «moderno revisionismo», y la «camarilla de Tito» era tratada como solía hacerlo L’Humanité en 1949-1950. Ni una palabra sobre el «dogmatismo» o sobre el «aventurerismo de izquierda».
Este texto llamaba tanto más la atención cuanto que era obra de Le Duan, el secretario general nombrado por el congreso de 1960, en pleno período pro-soviético; lo que pareció indicar la adhesión de este personaje clave a las tesis chinas y al grupo de Truong Chinh. El alineamiento ideológico con los chinos parecía completo, pese a lo que se pudiera conjeturar acerca de las profundas convicciones del presidente o de Dong.
No obstante, durante la primavera comenzó a esbozarse una vuelta al equilibrio. Mientras el propio Le Duan era enviado a Moscú para sondear las intenciones soviéticas en el caso de que los americanos pusieran en práctica sus amenazas de extender la guerra al Norte (se dijo entonces que el emisario de Hanoi recibió todas las garantías deseadas), en el mes de mayo se celebraba en Hanoi un «conferencia política especial». Esta vez fue Ho Chi Minh el encargado de extraer las conclusiones. El texto del «venerado» Ho estaba, una vez más, impregnado de esa moderación y de ese sentido del equilibrio característicos en su vida política desde hace veinte años, y ponía en guardia a los militantes norvietnamitas tanto contra los excesos izquierdistas como contra el oportunismo derechista.
El delicado juego de equilibrio puesto a punto por Ho Chi Minh y los suyos corría el riesgo de verse roto por la escalada. Cualquier erupción de violencia sólo puede contribuir a dañar el prestigio de los defensores de la coexistencia pacífica, aunque bien es verdad que Ho Chi Minh había ya sobrevivido a crisis más dramáticas, de 1945 a 1954.
El año 1965 presenció el restablecimiento del prestigio del «tío»: en el momento peor de la tormenta, las masas y los propios cuadros sienten la necesidad del veterano dirigente, de su autoridad moral, de su sangre fría. ¿Revisionista? Poco importan las etiquetas a la hora del gran peligro. El padre de la patria recupera todo su ascendiente. Con él, la «vía vietnamita» encuentra todo su sentido y su equilibrio.
Los textos oficiales y oficiosos publicados en Hanoi son prueba indiscutible de que la política vietnamita tiende constantemente a consolidar su independencia. Tomemos, por ejemplo, el número de septiembre 1966 de la revista Hoc Tap («Estudios»), publicación doctrinal del Lao Dong. El editorial subraya la urgencia de una actividad creadora del partido, y precisa: «Es necesario estudiar la experiencia de los países extranjeros. Pero nos rebelamos contra la idea de estudiar sólo estas experiencias, sin profundizar en la de nuestro propio país… Es necesario superar tanto las tendencias DOGMÁTICAS como las PRAGMÁTICAS: Ciertos camaradas encargados de los estudios teóricos tienen un complejo de inferioridad, no saben profundizar en las realidades de nuestro país.»
En otro artículo, el propio Truong Chinh se refiere esencialmente a la declaración de Moscú de 1960 (acogida por Pekín con poca simpatía) para recordar que «la contradicción entre el campo socialista y el imperialista es la contradicción más fundamental de nuestro tiempo» (lo que tampoco es propio del maoísmo más estricto, o al menos «a la última moda»). Por último, otro estudio, de Tran Hieu, es de hecho un alegato en favor de la democracia y en contra de los métodos burocráticos y autoritarios: «Contrariamente a la opinión de algunos camaradas, la lealtad al partido no exime del respeto a la ley… Paralelamente al control de arriba abajo, hay que desarrollar el control de abajo arriba.»
¿Moscú? ¿Pekín? Hanoi, sencillamente. Hanoi, donde, mientras en China los «guardias rojos» queman los libros antiguos a dos pasos de la plaza Tien An Men, los bibliotecarios reproducen en microfilm los manuscritos del siglo XVII que no se pueden transferir a las provincias (11), para el caso de que los milicianos quieran estudiar, en las zonas guerrilleras, su antigua cultura nacional, las obras de Nguyen Du; Hanoi, donde, lejos de inspirarse en las consignas puritanas de los dirigentes chinos, la juventud sabe, entre dos alertas de la aviación americana, dar libre curso a una tímida elegancia, al calor de los sentimientos, a pasear con las muchachas…
¿Moscú? ¿Pekín? Cuando se le interroga sobre los objetivos de su guerra, «el tío Ho» responde obstinadamente: «Nada hay más querido para los vietnamitas que la independencia y la dignidad».
Notas:
(1) Desde Formación Política – Patria y Pueblo llamamos la atención sobre el punto: el autor, como es notorio, desconoce los escritos de Marx sobre Irlanda. Ver, con relación al tema “La cuestión nacional en Marx”, de Jorge Enea Spilimbergo.
(2) Le Monde, 15-9-64
(3) Le comunisme au Nord-Vietnam, p. 28.
(4) Op. cit., p.62.
(5) Oeuvres complétes, p. 221.
(6) Le Paria, 7-8-1925.
(7) Uno de ellos apareció a primeros de febrero de 1966, haciendo sospechar que se iniciaba en Hanoi una “pre-revolución cultural”.
(8) J. Honey, “DRV (North-Vietnam) leadership and succession”, China quarterly, primer trimester 1962, p.33.
(9) J. Honey, “North-Vietnam Party Congress”, china quarterly, diciembre de 1960, p. 73.
(10) Manifestada por la visita de Liu Chao Chi en mayo de 1963.
(11) J. Decornoy, “Deux guerres, un seul Vietnam”, Le Monde, diciembre 1966
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