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BOLCHEVISMO Y STALINISMO

por León Trotsky

Bolchevismo y stalinismo, escrito por el autor en 1937, tiene, lamentablemente, una rara actualidad, sobre todo si atendemos a la caracterización de los rasgos que el autor señala como distintivos para “las épocas reaccionarias, como la actual”. Luego de la caída del “socialismo real” –Trotsky anticipó genialmente esa posibilidad, como puede verse en “La revolución traicionada”– el pensamiento que se considera genéricamente como “de izquierda” padeció un retroceso imposible de imaginar en las décadas anteriores, aun considerando la degradación que siguió al triunfo de Stalin y su escolástica seudo leninista. En la década del 90, vimos a intelectuales, previamente “marxistas”, que se convertían al Islam; sólo suscitan olvido y compasión, ya que no hicieron mayor daño. Es que lo significativo, en realidad, fue que el lugar antes ocupado por los epígonos del stalinismo y el “marxismo occidental”, (atareado este último en definir cuál era el sexo de los ángeles, en omitir la crítica de la teoría y la práctica de las revoluciones reales, y desentenderse de la crisis que minaba a la URSS y el campo soviético) fue heredado, a partir de la ruina del bloque “socialista”, por las diversas tribus del “post-marxismo” y/o “post-estructuralismo”, que, desertando incluso del materialismo filosófico, difunden un refrito de Marx, Lacan y Saussure, sin formular abiertamente sus puntos de ruptura con el pensamiento marxista; una mixtura, que se presume postmoderna, pero en la cual luce su ajado rostro un idealismo filosófico que el desarrollo de las ideas creía un atavismo en el siglo XIX, pero ahora pretende pasar por la novedad del siglo XXI. Sus cultores han “dejado atrás”, con la “novedosa” criatura, el “viejo” principio de una objetividad material ajena a la conciencia. En tal sentido, cabe decir que el lugar del Espíritu o el Dios creador de la antigua metafísica lo tiene ahora una nueva deidad, llamada “el discurso”, sin el cual el mundo es inexistente. Como es previsible, semejante “avance” acompaña un proyecto de transformación de la realidad que retoma las recetas evolucionistas de Bernstein y la socialdemocracia, ahora empaquetados como una “profundización de la democracia”, pretendido sustituto de la revolución social. Esta última, a su vez, sería inviable, dada “la desaparición del sujeto de cambio”, la clase obrera. Curiosa teoría, que sólo refleja el retroceso industrial de los viejos centros de la economía mundial, Europa y EEUU, que ha menguado sin extinguir al asalariado industrial, en el marco de la decadencia del mundo central, y su hipertrofia financiera, mientras se desarrolla, en China, el más numeroso proletariado de la historia, compuesto por centenares de millones de obreros. Habituados durante siglos a juzgar las cosas con mirada eurocéntrica, para esos observadores Europa es…el mundo. Naturalmente, la historia real no ha merecido ninguna atención, por parte de los teóricos que encarnan la decadencia del pensamiento occidental. En vano se buscará, en ellos, un tratamiento serio –generalmente, no se hace siquiera mención a los problemas reales de nuestra época, en los abstrusos esquemas que ocupan su atención– acerca de las razones a que obedeció la ruina del “socialismo real” en el este euroasiático, la sobrevivencia de las restantes experiencias revolucionarias, como Vietnam, Cuba, Corea, China; mucho menos respecto a los motivos por los cuales el país de Mao, sin renegar del socialismo, es el teatro actual de una lucha titánica por “alcanzar y sobrepasar” al mundo avanzado y crear las premisas necesarias para plasmar un socialismo viable. No en vano dice Trotsky, en su breve ensayo: “Las grandes derrotas políticas provocan inevitablemente una revisión de valores, la que en general se lleva a cabo en dos direcciones. Por una parte el pensamiento de la verdadera vanguardia, enriquecido por la experiencia de las derrotas, defiende con uñas y dientes la continuidad del pensamiento revolucionario y se esfuerza en educar nuevos cuadros para los futuros combates de masas. Por otra, el pensamiento de los rutinarios, de los centristas y de los diletantes, atemorizado por las derrotas, tiende a derrocar la autoridad de la tradición revolucionaria y vuelve al pasado con el pretexto de buscar una “nueva verdad”. Bueno, es hora de poner fin a nuestro comentario, que reconoce los límites de una presentación. Los dejamos, en adelante, con el compañero de Lenin, quizá el último de los grandes marxistas que, lejos de ver al mundo con los ojos del intelectual más o menos domesticado, era ante todo un militante revolucionario.

BOLCHEVISMO Y STALINISMO

por León Trotsky

Las épocas reaccionarias, como la actual, no sólo debilitan y desintegran a la clase obrera aislándola de su vanguardia, sino que también rebajan el nivel ideológico general del movimiento, rechazando hacia atrás el pensamiento político, hasta etapas ya superadas desde hace mucho tiempo. En estas condiciones, la tarea de la vanguardia consiste, ante todo, en no dejarse sugestionar por el reflujo general: es necesario avanzar contra la corriente. Si las desfavorables relaciones de fuerzas no permiten conservar las antiguas posiciones políticas, por lo menos hay que conservar las posiciones ideológicas, pues la experiencia tan cara del pasado se ha concentrado en ellas. Ante los ojos de los mentecatos, tal política aparece como “sectaria”. En realidad no hace más que preparar un salto gigantesco hacia delante impulsado por la oleada ascendente del nuevo período histórico. Las grandes derrotas políticas, provocan inevitablemente una revisión de valores, la que en general se lleva a cabo en dos direcciones. Por una parte el pensamiento de la verdadera vanguardia, enriquecido por la experiencia de las derrotas, defiende con uñas y dientes la continuidad del pensamiento revolucionario y se esfuerza en educar nuevos cuadros para los futuros combates de masas. Por otra, el pensamiento de los rutinarios, de los centristas y de los diletantes, atemorizado por las derrotas, tiende a derrocar la autoridad de la tradición revolucionaria y vuelve al pasado con el pretexto de buscar una “nueva verdad”. Se podrían aportar infinidad de ejemplos de reacción ideológica, que muy a menudo adopta la forma de postración, En el fondo, toda la literatura de la II y III Internacional y la de sus satélites del Buró de Londres, constituyen ejemplos de este género. Ni un renglón de análisis marxista. Ni una tentativa seria para aclarar las causas de las derrotas. Ni una palabra nueva sobre el porvenir. Solamente clisés rutina, mentiras y ante todo, preocupaciones para salvar su posición burocrática. Bastan diez líneas de cualquier Hilferding o de Otto Bauer, para sentir ya el olor de podredumbre. De los teóricos de la Tercera Internacional es mejor no hablar. El célebre Dimitrov es tan ignorante y trivial como el más simple tendero. El pensamiento de estas personas es muy perezoso para renegar del marxismo: lo prostituyen. Pero actualmente no son estos señores los que nos interesan. Veamos los “innovadores”. El excomunista austríaco Willi Schlamn, ha consagrado un opúsculo a los procesos ¿talentoso, cuyo principal interés está dirigido hacia los asuntos de la realidad. Hizo una excelente crítica de las falsificaciones de Moscú y puso al desnudo la mecánica psicológica de las “confesiones voluntarias”. Pero como no se da por satisfecho con esto, quiere crear una teoría del socialismo que asegure el porvenir contra las derrotas y las falsificaciones. Como Schlamm no es un teórico y según sus declaraciones está muy poco familiarizado con la historia del desarrollo del socialismo, creyendo hacer un descubrimiento, presenta un socialismo anterior a Marx, que además de ser una variedad atrasada del socialismo alemán, es dulzón e insulso. Schlamm renuncia a la dialéctica y a la lucha de clases, sin hablar de la dictadura del proletariado. Para él, la tarea de la transformación de la sociedad se reduce a la realización de algunas de las verdades “eternas” de la moral, con las que se prepara para impregnar a la humanidad desde ahora, bajo el régimen capitalista. La revista de Kerensky “Novaia Rossai”, (antigua revista provincial rusa que se publica en Paris) no solamente adopta con alegría, sino también con nobleza, la tentativa de Willi Schlamm de salvar al marxismo por medio de una inoculación de linfa moral. Según la justa conclusión de la redacción, Schlamm alcanza los principios del verdadero socialismo ruso que, ya había opuesto con anterioridad a la lucha de clases los principios sagrados de la fe, la esperanza y el amor. Por cierto que la doctrina original de los “socialistas-revolucionarios” rusos representa en sus premisas teóricas un retorno al socialismo de Alemania anterior a marzo de 1848. Sin embargo, sería demasiado injusto exigir de Kerensky un conocimiento más profundo que el de Schlamm de la historia de las ideas del socialismo. Mucho más importante es el hecho de que Kerensky, que ahora se solidariza con Schlamm, fue, como jefe de gobierno, el iniciador de las persecuciones contra los bolcheviques, tratándolos como agentes de Estado Mayor Alemán, es decir, que organizó las mismas falsificaciones, para luchar contra los cuales Schlamm moviliza ahora verdades metafísicas sacadas de los mitos. El mecanismo psicológico de la reacción intelectual de Schlamm y de sus semejantes, es muy simple. Durante algún tiempo estas personas han participado en un movimiento político que juraba por la lucha de clases e invocaba, de palabra, la dialéctica materialista. Tanto en Alemania como en Austria, ese movimiento terminó con una catástrofe. Schlamm saca la siguiente conclusión sumaria: ¡Ved adónde conducen la lucha de clases y la dialéctica! Y cómo el número de descubrimientos está limitado por la experiencia histórica… y por la riqueza de los conocimientos personales, nuestro reformador, en su búsqueda de una nueva fe, ha encontrado verdades antiguas, desechadas hace tiempo, que opone denodadamente, no solamente al bolchevismo, sino también al marxismo. A simple vista, la variedad de reacción ideológica presentada por Schlamm, es tan primitiva (de Marx… a Kerensky) que no vale la pena detenerse en ella. Sin embargo es extremadamente instructiva, precisamente porque gracias a su carácter primitivo representa el denominador común de todas las otras formas de reacción y ente todo el renunciamiento total al bolchevismo. El marxismo ha encontrado su expresión histórica más grandiosa en el bolchevismo. Bajo la bandera del bolchevismo el proletariado obtuvo su primera victoria y fundó el primer estado obrero. Ninguna fuerza será capaz de borrar estos hechos históricos. Pero, como la Revolución de Octubre ha conducido al estado actual, es decir al triunfo de la burocracia, con un sistema de opresión, de falsificación y de expoliación –a la dictadura de la mentira– según la justa expresión de Schlamm, numerosos espíritus formalistas y superficiales, se inclinan ante la sumaria conclusión de que es imposible luchar contra el stalinismo sin renunciar al bolchevismo. Como ya sabemos, Schlamm va aún más lejos: El stalinismo, que es la degeneración del bolchevismo, es también un producto del marxismo; en consecuencia, es imposible luchar contra el stalinismo sin apartarse de las bases del marxismo. Gentes menos consecuentes, pero más numerosas, dicen por lo contrario: “hay que volver del bolchevismo al marxismo”. Pero… ¿Por qué camino? ¿A qué marxismo? Antes que el marxismo “fuese a la bancarrota” en forma del bolchevismo, ya se había hundido bajo la forma de social-democracia. La consigna “volver de nuevo al marxismo” significa dar un salto sobre la II y III Internacional hacia… ¡la I Internacional! Pero también ésta fue derrotada. Resumiendo: se trata de volver en definitiva… a las obras completas de Marx y Engels. Para dar este salto heroico no hay necesidad de salir del gabinete de trabajo, ni siquiera de quitarse las pantuflas. Pero ¿cómo pasar de golpe de nuestros clásicos (Marx murió en 1883 y Engels en 1895) a las tareas de la nueva época, dejando de lado la lucha teórica y política de muchas decenas de años, lucha que comprende también al bolchevismo y a la revolución de Octubre? Ninguno de los que proponen renunciar al bolchevismo como tendencia históricamente en “bancarrota”, ha indicado nuevos caminos. Para ellos todo se reduce al simple consejo de estudiar El Capital. Contra esto, no tenemos nada que objetar. Pero también los bolcheviques han estudiado El Capital y no del todo mal. Sin embargo, eso no impidió la degeneración del Estado Soviético y la “mise en scéne” de los procesos de Moscú. ¿Qué hacer entonces? Es verdad por lo tanto que el stalinismo representa el producto legítimo del bolchevismo, como lo cree toda la reacción, como lo afirma el mismo Stalin, como lo piensan los mencheviques, los anarquistas y algunos doctrinarios de izquierda, que se consideran marxistas? “Siempre lo habíamos predicho -dicen- habiendo comenzado con la prohibición de los distintos partidos socialistas, con el aplastamiento de los anarquistas, estableciéndose la dictadura de los bolcheviques en los soviets, la Revolución de Octubre no podía dejar de conducir a la dictadura de la burocracia. El stalinismo, a la vez, es la continuación y la negación del leninismo. ¿ES EL BOLCHEVISMO RESPONSABLE DEL STALINISMO? El error de este razonamiento comienza con la identificación tácita del bolchevismo, de la Revolución de Octubre y de la Unión Soviética. El proceso histórico, que consiste en la lucha de fuerzas hostiles, es reemplazado por la evolución abstracta del bolchevismo. Sin embargo, el bolchevismo es solamente una corriente política. Aunque estrechamente ligado a la clase obrera, no se identifica con ella. En la U.R.S.S., además de la clase obrera, existen más de cien millones de campesinos de diversas nacionalidades; una herencia de opresión, de miseria y de ignorancia. El estado creado por los bolcheviques refleja, no solamente el pensamiento y la voluntad de los bolcheviques, sino también el nivel cultural del país, la composición social de la población, la influencia del pasado bárbaro y del imperialismo mundial, no menos bárbaro. Representar el proceso de la degeneración del estado soviético como la evolución del bolchevismo puro, es ignorar la realidad social, pues considera uno solo de sus elementos, aislándolo de una manera puramente lógica. Basta con llamar a este error elemental por su verdadero nombre, para que no quede nada de él. El bolchevismo jamás se ha identificado con la Revolución de Octubre ni con el Estado Soviético que de ella surgió. El bolchevismo se considera como uno de los factores históricos, su factor “consciente”, factor muy importante pero no decisivo. Nunca hemos pecado de subjetivismo histórico. Veíamos el factor decisivo, –sobre la base dada por las fuerzas productivas– en la lucha de clases no sólo en escala nacional sino también internacional. Cuando los bolcheviques hacían concesiones a las tendencias pequeñoburguesas de los campesinos; cuando establecían reglas y depuraban este partido de elementos que le eran extraños; cuando prohibían a los otros partidos; cuando introducían la N.E.P.; cuando cedían las empresas en forma de concesiones; o cuando firmaban acuerdos diplomáticos con los gobiernos imperialistas, extraían de este hecho fundamental, conclusiones que desde el comienzo les eran teóricamente claras: la conquista del poder, por muy importante que sea, no convierte al partido en el dueño todopoderoso del proceso histórico. Ciertamente, después de haberse apoderado del aparato del Estado, el partido tiene la posibilidad de influir con una fuerza sin precedentes en el desarrollo de la sociedad, pero en cambio es sometido a una acción múltiple por parte de todos los otros elementos de esta sociedad. Puede ser arrojado del poder por los golpes directos de las fuerzas hostiles. Con el ritmo más lento de la evolución, puede degenerar interiormente, aunque se mantenga en el poder. Es precisamente esta dialéctica del proceso histórico lo que no comprenden los razonadores sectarios, que tratan de concentrar un argumento definitivo contra el bolchevismo en la putrefacción de la burocracia stalinista. En el fondo esos señores dicen: “un partido revolucionario es malo cuando no lleva en sí mismo garantías contra su degeneración”. Enfocado con un criterio semejante, el bolchevismo está evidentemente condenado: no posee ningún talismán. Pero ese mismo criterio es falso. El pensamiento científico exige un análisis concreto: ¿cómo y por qué el partido se ha descompuesto? Hasta ahora nadie ha hecho este análisis fuera de los bolcheviques. No por eso han tenido necesidad de romper con el bolchevismo. Por el contrario, es en el arsenal del bolchevismo donde han encontrado todo lo necesario para explicar su destino. La conclusión a la cual llegamos es la siguiente: evidentemente el stalinismo ha surgido del bolchevismo; pero no surgió de una manera lógica, sino dialéctica; no como su afirmación revolucionaria, sino como su negación termidoriana. Que no es una misma cosa. EL PRONÓSTICO FUNDAMENTAL DEL BOLCHEVISMO Sin embargo, los bolcheviques no han tenido necesidad de esperar los procesos de Moscú, para explicar a posteriori las causas de la descomposición del partido dirigente de la U.R.S.S. Hace mucho tiempo que habían previsto la posibilidad teórica de una variante semejante en su evolución y de antemano se habían expresado sobre ella. Recordemos el pronóstico que habían hecho los bolcheviques no solamente en vísperas de la Revolución de Octubre, sino también un buen número de años antes. La agrupación fundamental de las fuerzas, a escala nacional o internacional, abre, por primera vez, para el proletariado de un país tan atrasado como Rusia, la posibilidad de llegar a la conquista del poder. Pero ese mismo agrupamiento de fuerzas permite asegurar de antemano, que sin la victoria más o menos rápida del proletariado de los países adelantados, el Estado obrero no podrá mantenerse en Rusia. El régimen soviético abandonado a sus propias fuerzas, caerá o degenerará. He tenido oportunidad de escribir sobre esto, más de una vez, desde 1905. En mi “Historia de la Revolución Rusa” (apéndice al último tomo, “Socialismo en un mismo país”) hay una reseña de lo que han dicho a este respecto los jefes del bolchevismo desde 1917 hasta 1923. Todo se reduce a una sola cosa: sin revolución en Occidente el bolchevismo será liquidado por la contrarrevolución interna; por la intervención extranjera, o por su combinación. En particular, Lenin ha indicado, más de una vez, que la burocratización del régimen soviético no es una cuestión técnica o de organización, sino que es el comienzo de una posible degeneración social del Estado Obrero. En el XI Congreso del partido, en marzo de 1922, Lenin hablo del “apoyo” que estaban decididos a ofrecer a la Rusia Soviética durante la época de la N.E.P., algunos políticos burgueses y en particular el profesor liberal Ustrialov. “Estoy por el sostenimiento del gobierno soviético en Rusia -dijo- aunque yo sea un cadete, un burgués que ha sostenido la intervención… porque ha entrado en el camino del poder burgués ordinario”. Lenin prefiere la voz cínica del enemigo a los “dulces arrullos comunistas”, y ha advertido al partido de ese peligro con estas palabras de ruda sobriedad: “Cosas como las que dice Ustrialov son posibles, hay que confesarlo. La historia conoce transformaciones de toda índole; apoyarse en la convicción, la devoción y otras excelentes cualidades morales, es una cosa nada seria en política. Excelentes cualidades morales existen en un número ínfimo de personas, pero son las grandes masas las que deciden los desenlaces históricos, masas que tratan con poca benevolencia a ese escaso número de personas, si éstas le son poco gratas”. En una palabra, el partido no es el único factor de la evolución y, en una gran escala histórica, no es un factor decisivo. “Sucede que una nación conquista a otra -continúa Lenin en el mismo congreso, el último en que participó-, esto es muy simple y comprensible a cualquiera. ¿Pero, qué sucede con la civilización de esos países? Esto ya no es tan simple. Si la nación que ha hecho la conquista tiene una civilización superior a la nación vencida, aquélla impone su civilización; pero si sucede lo contrario, la nación vencida le impone la suya a la nación conquistadora. ¿No ha pasado algo semejante en la capital de la R. S. F. S. R., y no sucedió que 4.700 comunistas (casi toda una división de la mejor entre los mejores) se han visto sometidos a una civilización extranjera?” Esto fue dicho al comienzo de 1922, y no por primera vez. La historia no la hacen algunos hombres, aunque sean “los mejores entre los mejores”, y más aún, esos “mejores” pueden degenerar en el sentido de una civilización “extranjera”, es decir, burguesa. No solamente el Estado Soviético puede alejarse del camino socialista, sino que también el partido bolchevique puede, en condiciones históricas desfavorables, perder su bolchevismo. Es con clara comprensión de este peligro que nació la oposición de izquierda, definitivamente formada en 1923. Registrando diariamente los síntomas de degeneración, se esforzó por oponer al termidor amenazante la voluntad consciente de la vanguardia proletaria. Sin embargo, ese factor subjetivo resultó insuficiente. Las “masas gigantescas” que, según Lenin, deciden los desenlaces de la lucha, estaban cansadas por las privaciones propias del país y por una espera demasiado prolongada de la revolución mundial. Las masas perdieron la energía. La burocracia adquirió ventajas. Dominó a la vanguardia proletaria, pisoteó el marxismo, prostituyó al partido bolchevique. El stalinismo resultó victorioso. Bajo la forma de oposición de izquierda, el bolchevismo rompió con la burocracia soviética y con su Comintern. Tal es la verdadera marcha de la evolución. Ciertamente, en un sentido formal, el stalinismo surgió del bolchevismo. Aun hoy, la burocracia de Moscú continúa llamándose partido bolchevique. Si utiliza la antigua etiqueta del bolchevismo lo hace simplemente para engañar mejor a las masas. Tanto más lastimosos son los teóricos que toman la cáscara por el carozo, la apariencia por la realidad. Identificando el stalinismo con el bolchevismo prestan el mejor favor a los termidorianos y, por lo mismo, representan un papel manifiestamente reaccionario. Con la eliminación de todos los otros partidos de la arena política, los intereses y las tendencias contradictorias de las diversas capas de la población deben, en mayor o menor grado, encontrar su expresión dentro del partido dirigente. A medida que el centro de gravedad político se desplazaba de la vanguardia proletaria hacia la burocracia, el partido se modificaba, tanto en su composición social como en su ideología. Gracias a la marcha impetuosa de la evolución en el curso de los últimos quince años, ha sufrido una degeneración más radical que la social-democracia durante medio siglo. La depuración actual traza entre el stalinismo y el bolchevismo no una simple raya sangrienta, sino todo un río de sangre. La exterminación de toda la vieja generación bolchevique, de una gran parte de la generación intermedia que había participado de la guerra civil, y también de una gran parte de la juventud que había tomado más en serio las tradiciones bolcheviques, demuestra la incompatibilidad no solamente política sino también directamente física, entre el bolchevismo y el stalinismo. ¿Cómo es posible que no se vea esto? STALINISMO Y “SOCIALISMO DE ESTADO” Los anarquistas, por su parte, tratan de ver en el stalinismo, además del producto orgánico del bolchevismo y del marxismo, el del “socialismo de estado” en general. Ellos consienten en reemplazar la patriarcal “federación de comunas libres” de Bakunin, por una federación más moderna de soviets libre. Pero ante todo, se oponen al estado centralizado. En efecto, una rama del marxismo “de estado”, la social-democracia, una vez llegada al poder, se ha convertido en una agencia declarada del capital. Otra, ha engendrado una nueva casta de privilegiados. Y claro, el origen del mal está en el Estado. Considerando esto con amplio criterio histórico, se puede encontrar una pizca de verdad en este razonamiento. El Estado, en tanto que aparato de opresión, es incontestablemente, una fuente de infección política y moral. Como la experiencia lo demuestra, esto es aplicable también al Estado Obrero. En consecuencia, se puede decir que el stalinismo es el producto de una etapa histórica en que la humanidad no se ha arrancado aún el chaleco de fuerza del Estado. Pero esta situación no da ningún elemento que permita apreciar el bolchevismo o el marxismo, sino que sólo caracteriza el nivel general de la civilización humana y, ante todo, la relación de fuerzas entre el proletariado y la burguesía. Después de ponernos de acuerdo con los anarquistas en que el Estado, aun el Estado Obrero, está engendrado por las luchas de clases y en que la verdadera historia de la humanidad comenzará con la abolición del Estado, queda planteado ante nosotros el siguiente problema: ¿Cuáles son los caminos y los métodos capaces de conducirnos “al fin de los fines”, a la abolición del Estado? La experiencia nos enseña que en todo caso no son los métodos del anarquismo. Los jefes de la C. N. T. española, la única organización anarquista importante en el mundo, en la hora crítica se han transformado en ministros de la burguesía. Ellos explican su abierta traición a la teoría del anarquismo, por la presión de las “circunstancias excepcionales”. ¿Pero no es éste el mismo argumento que emplearon en su tiempo los jefes de la social-democracia alemana? Por cierto que la guerra civil no es una circunstancia pacífica y ordinaria, sino más bien una “circunstancia excepcional”. Pero, es precisamente para esas “circunstancias excepcionales” que se prepara toda organización revolucionaria seria. La experiencia española ha demostrado, una vez más, que se puede “negar” el Estado en los folletos editados en “circunstancias normales” y con permiso del estado burgués; pero, también ha demostrado que las condiciones de la revolución no dejan ningún lugar para la negación del Estado y que además exigen su conquista. No tenemos la intención de acusar a los anarquistas españoles de no haber liquidado el Estado de un plumazo. Un partido revolucionario, aun habiéndose apoderado del poder (lo que los jefes anarquistas no han sabido hacer a pesar del heroísmo de los obreros anarquistas), no es todavía el dueño todopoderoso de la sociedad. Si acusamos tan ásperamente a la teoría anarquista, lo hacemos porque habiéndose considerado conveniente para un período pacífico, se ha tenido que renunciar a ella apresuradamente, desde que aparecieron las “circunstancias excepcionales”… de la revolución. Antiguamente se encontraban generales -y se encuentran sin duda todavía- que pensaban que lo que más echaba a perder un ejército era la guerra. Los revolucionarios que se lamentan de que la revolución da al traste con su doctrina no valen más que aquellos. Los marxistas y los anarquistas están plenamente de acuerdo, en cuanto al objetivo final, es decir con la liquidación del estado. El marxismo permanece “estadual” únicamente en la medida en que la liquidación del estado no puede esperarse por el simple hecho de contentarse con ignorar su existencia. La experiencia del stalinismo no modifica en nada la enseñanza del marxismo, sino que lo confirma, por el método inverso. Una doctrina revolucionaria que enseña al proletariado a orientarse correctamente en una situación determinada y a utilizarla activamente, no encierra en sí –hay que entenderlo bien–, la garantía automática de la victoria. Pero, por el contrario, la victoria no es posible sino gracias a esa doctrina. Además es imposible representarse esta victoria en forma de un acto único. Es necesario considerar el asunto teniendo en perspectiva una extensa época. El primer estado obrero -descansando sobre una base económica poco desarrollada- rodeado de un anillo imperialista, se ha transformado en gendarmería del stalinismo. Pero el verdadero bolchevismo ha declarado una guerra sin tregua a esa gendarmería. Para mantenerse, el stalinismo está obligado a llevar ahora abiertamente una “guerra civil” contra el bolchevismo calificado de “trotskismo”, no solamente en la U.R.S.S, sino también en España. El viejo partido bolchevique está muerto, pero el bolchevismo por todas partes levanta cabeza. Buscar el origen del stalinismo en el bolchevismo o en el marxismo, es exactamente la misma cosa, en un sentido más general, que querer buscar el origen de la contra-revolución en la revolución. Sobre este esquema se ha modelado siempre el pensamiento de los liberal-conservadores y tras ellos el de los reformistas. A causa de la estructura de la sociedad basada en clases, las revoluciones siempre han engendrado las contrarrevoluciones. ¿Esto no nos demuestra -pregunta el razonador- que el método revolucionario encierra algún vicio interno? Sin embargo, hasta ahora, ni los reformistas ni los liberales, han inventado métodos “más económicos”. Pero, si no es fácil interpretar todo un proceso histórico viviente, no es por el contrario nada difícil interpretar de una manera racionalista la sucesión de sus etapas, haciendo proceder lógicamente el stalinismo del “socialismo de estado”; el fascismo del marxismo; la reacción de la revolución. En una palabra: la antítesis de la tesis. En este dominio como en tantos otros, el pensamiento anarquista queda prisionero del racionalismo liberal. El verdadero pensamiento revolucionario es imposible sin la dialéctica. Los argumentos de los racionalistas toman a veces, por lo menos exteriormente un carácter más concreto. Para ellos el stalinismo no procede del bolchevismo en sí, sino de sus pecados políticos. Los bolcheviques, dicen los espartaquistas alemanes, Gorter, Panneckoek, etc., han reemplazado la dictadura del partido por la de la burocracia. Los bolcheviques han aniquilado todos los partidos salvo el suyo; Stalin ha estrangulado al partido bolchevique en interés de la camarilla bonapartista. Los bolcheviques llegaron a un acuerdo con la burguesía; Stalin se convirtió en su aliado y sostén. Los bolcheviques han reconocido la necesidad de participar en los viejos sindicatos y en el parlamento burgués; Stalin ha hecho amistad con la burocracia sindical y con la democracia burguesa. De esta manera se puede seguir razonando todo el tiempo que quiera. A pesar del efecto que estos razonamientos puedan producir exteriormente, son absolutamente vacíos. El proletariado sólo puede llegar al poder por intermedio de su vanguardia. La misma necesidad de un poder estadual deriva del insuficiente nivel cultural de las masas y de su heterogeneidad. La tendencia de las masas hacia su liberación cristaliza en la vanguardia revolucionaria organizada en partido. Sin la confianza de la clase en su vanguardia, y sin el apoyo de ésta por aquélla, ni siquiera puede plantearse la conquista del poder. Es en este sentido que la revolución proletaria y la dictadura constituyen el objetivo de toda la clase, pero solamente bajo la dirección de su vanguardia. Los Soviets son la forma organizada de la alianza de la vanguardia con la clase. El contenido revolucionario de esta alianza no puede estar dado más que por el partido. Esto está demostrado por la experiencia positiva de la Revolución de Octubre y por la experiencia negativa de otros países (Alemania, Austria y últimamente España). Nadie ha demostrado prácticamente, ni siquiera ha tratado de explicar en forma precisa sobre el papel, cómo el proletariado puede apoderarse del poder sin la dirección política de un partido que sabe lo que quiere. Si este partido somete a los soviets a su dirección política, este hecho cambia tan poco el sistema soviético, como cambiaría una mayoría conservadora el sistema parlamentario británico. En cuanto a la supresión de los demás partidos soviéticos, no deriva de ninguna “teoría” bolchevique, sino que fue una medida de defensa de la dictadura en un país atrasado, agotado y rodeado de enemigos. Los mismos bolcheviques comprendieron desde un comienzo, que esta medida, completada con la supresión de las fracciones en el interior del mismo partido dirigente encerraba un grave peligro. Sin embargo, la fuente del peligro no estaba en la doctrina o en la táctica, sino en la debilidad material de la dictadura, en las dificultades de la situación interior y exterior. Si la revolución hubiera triunfado también en Alemania habría desaparecido la necesidad de prohibir a los otros partidos soviéticos. Es absolutamente indiscutible que la dominación de un solo partido sirvió jurídicamente de punto de partida del régimen totalitario stalinista. Pero la causa de tal evolución no está en el bolchevismo, ni tampoco en la interdicción de los otros partidos, como medida militar temporaria, sino en la serie de derrotas que sufrió el proletariado de Europa y Asia. Sucedió lo mismo en la lucha contra el anarquismo. En la época heroica de la revolución, los bolcheviques marcharon juntos con los anarquistas verdaderamente revolucionarios. Muchos de ellos fueron absorbidos por el partido. Más de una vez el autor de estas líneas examinó con Lenin la posibilidad de dejar a los anarquistas algunos territorios para que allí aplicaran, con el consentimiento de la población, sus experiencias de supresión inmediata del Estado Pero la condición de la guerra civil, del bloqueo y del hambre, no permitieron la aplicación de semejantes planes. ¿Y la insurrección de Kronstadt? Hay que comprender que el gobierno revolucionario no podía “regalarles” a los marinos revolucionarios, una fortaleza que dominaba la capital, por el sólo hecho de que a la rebelión reaccionaria de los soldados campesinos se les unieran algunos dudosos anarquistas. El análisis histórico concreto de los acontecimientos, no deja ningún lugar para las leyendas que la ignorancia y el sentimentalismo crearon alrededor de Kronstadt, Majno y otros episodios de la revolución. Es indudable también que la burocracia surgida de la revolución ha monopolizado en sus manos el sistema de coerción. Cada etapa de la evolución, aun cuando ellas sean catastróficas, como la revolución y la contrarrevolución, se origina en la etapa precedente, tiene en ella sus raíces y conserva algunos de sus rasgos. Los liberales, incluso la pareja Webb, siempre afirmaron que la dictadura bolchevique representa solamente una nueva edición del zarismo. Por eso cierran los ojos ante detalles tales como la abolición de la monarquía y la nobleza, la entrega de la tierra a los campesinos, la expropiación del capital, la introducción de la economía planificada, la educación atea, etc.,… También el pensamiento liberal-anarquista, cierra los ojos ante el hecho de que la revolución bolchevique, con todas las medidas de represión, significa la subversión de las relaciones sociales en interés de las masas, mientras que el golpe de estado termidoriano de Stalin, lleva en sí el reagrupamiento de la sociedad soviética en beneficio de una minoría privilegiada. Está claro que en la identificación del stalinismo con el bolchevismo no hay ni rastros de criterio socialista. PROBLEMAS TEORICOS Uno de los principales rasgos del bolchevismo es su posición inflexible y aún puntillosa, frente a los problemas doctrinarios. Los 27 tomos de Lenin permanecerán siempre como ejemplo de una actitud escrupulosa hacia la teoría. El bolchevismo jamás habría cumplido su misión histórica si careciese de esa cualidad fundamental. El stalinismo grosero, ignorante y absolutamente empírico, presenta bajo este mismo aspecto el reverso del bolchevismo. Hace más de 10 años que la oposición lo declaraba en su plataforma: “Después de la muerte de Lenin, se creó toda una serie de nuevas “teorías” con el sólo objeto de justificar “teóricamente” la desviación de grupo stalinista del camino de la revolución proletaria internacional”. El socialista americano Liston Oak, que ha participado de cerca en la revolución española, ha escrito últimamente: “De hecho los revisionistas más extremos de Marx y de Lenin, son ahora los stalinistas. El mismo Bernstein no osó hacer ni la mitad del camino que hizo Stalin en la revisión de Marx”. Es absolutamente cierto. Es necesario agregar solamente que en Bernstein había realmente necesidades teóricas: trataba concienzudamente de establecer una armonía entre la práctica reformista de la social-democracia y su programa. La burocracia stalinista además de no tener nada de común con el marxismo, es también extraña a toda doctrina, programa o sistema. Su “ideología” está impregnada de un subjetivismo absolutamente policial; su práctica, de un empirismo de la más pura violencia. En el fondo y por sus intereses, la casta de los usurpadores es hostil a la teoría: no puede dar cuenta a sí misma ni a nadie de su papel social. Stalin revisa a Marx y a Lenin, no con la pluma de los teóricos, sino con las botas de la G. P. U. PROBLEMAS MORALES Los fanfarrones insignificantes, a quienes el bolchevismo les ha arrancado sus caretas, tienen la costumbre de lamentarse de la “amoralidad del bolchevismo”. En el ambiente pequeño-burgués de intelectuales, demócratas, “socialistas”, literatos, parlamentarios y otras gentes de la misma laya, existen valores convencionales o un lenguaje convencional para cubrir la ausencia de verdaderos valores. Esta amplia y abigarrada sociedad donde reina una complicidad recíproca -“¡vive y deja vivir a los demás!”- no soporta en su piel sensible, el contacto de la lanzeta marxista. Los teóricos que oscilan entre los dos campos, los escritores y los moralistas, pensaban y piensan que los bolcheviques exageran con mala intención los desacuerdos, son incapaces de una colaboración “leal” y que por sus intrigas rompieron la unidad del movimiento obrero. El centrista sensible y susceptible cree, ante todo, que los bolcheviques “calumnian”, porque éstos llevan su pensamiento hasta las últimas consecuencias, lo que ellos son incapaces de hacer. Sin embargo, sólo con esa preciosa cualidad de ser intolerante para todo lo que es híbrido y evasivo, se puede educar a un partido revolucionario para que las “circunstancias excepcionales” no lo sorprendan de improviso. La moral de todo partido deriva, en el fondo, de los intereses históricos que representa. La moral del bolchevismo, que contiene la devoción, el interés, el valor, el desprecio por todo lo falso y vano -¡las mejores cualidades de la naturaleza humana!- deriva de su intransigencia revolucionaria puestas al servicio de los oprimidos. En este sentido, también la burocracia stalinista imita las palabras y los gestos del bolchevismo. Mas, cuando la “intransigencia” y la “inflexibilidad” se cumple por intermedio de un aparato policial que está al servicio de una minoría privilegiada, esas cualidades se transforman en una fuente de desmoralización y de gangsterismo. Inspiran solamente desprecio los que identifican el heroísmo revolucionario de los bolcheviques con el cinismo burocrático de los termidorianos. Aun hoy, a pesar de los dramáticos acontecimientos del último período, el mediocre filisteo continúa creyendo que la lucha entre el bolchevismo (trotskismo) y el stalinismo es un conflicto de ambiciones personales o, en el mejor de los casos, una lucha entre dos “tendencias” del bolchevismo. La expresión más cruda de ese punto de vista es la de Norman Thomas, leader del partido socialista americano. “No hay razón para creer –escribe en el Socialist Review de septiembre de 1937, página 6– que si Trotsky hubiese estado en lugar de Stalin habrían terminado las intrigas, el complot y el terror de Rusia”. Y este hombre se cree… marxista. Con el mismo fundamento se podría decir: “No hay razón para creer que si en lugar de Pío XI se encontrara en el trono de Roma Norman Io., la Iglesia católica se transformaría en un reducto socialista”. Thomas no comprende que se trata no de un match entre Stalin y Trotsky, sino de un antagonismo entre la burocracia y e proletariado. Por cierto que en la U. R. S. S. la capa dirigente está obligada a adaptarse a la herencia revolucionaria que aún no está completamente liquidada, preparando al mismo tiempo un cambio en el régimen social, por medio de una guerra civil declarada (“depuración” sangrienta, exterminación en masa de los descontentos). Pero en España la camarilla stalinista se presenta desde hoy abiertamente como el refugio del orden burgués contra el socialismo. La lucha contra la burocracia bonapartista se transforma, ante nuestros ojos, en lucha de clases: dos mundos, dos programas, dos morales. Si Thomas piensa que la victoria del proletariado socialista sobre la casta abyecta de los opresores no regenerara política y moralmente el régimen soviético, demuestra con ello que a pesar de todas sus reservas, sus tergiversaciones a sus piadosos suspiros se encuentra mucho más cerca de la burocracia stalinista que de los obreros revolucionarios. Al igual que aquellos que denuncian el “amoralismo” de los bolcheviques, Thomas es simplemente un advenedizo de la moral revolucionaria. Para los “izquierdistas” que ignorando el bolchevismo tratan de “volver” al marxismo, todo e reduce simplemente a algunos remedios aislados: boicotear los antiguos sindicatos, boicotear el parlamento, crear “verdaderos” soviets. Todo eso podía parecer extraordinariamente profundo en la fiebre de los primeros días que siguieron a la guerra. Pero hoy, a la luz de la experiencia sufrida, estas “enfermedades infantiles” han perdido todo interés aún en su carácter de curiosidades. Los holandeses Goter y Panneckoek, los “espartaquistas” alemanes y los bordighistas italianos, han manifestado su independencia con respecto al bolchevismo, oponiendo a sus rasgos, uno de los suyos artificialmente agrandados. De esas tendencias de “izquierda” no queda nada, practica ni teóricamente: prueba directa, pero importante, de que para nuestra época el bolchevismo es la única forma del marxismo. El partido bolchevique ha demostrado, en la acción, la combinación de suprema audacia revolucionaria y de realismo político. Por primera vez ha establecido entre la vanguardia y la clase la única relación capaz de asegurar la victoria. La experiencia ha demostrado que la unión del proletariado con las masas oprimidas de la pequeña burguesía de las ciudades y de los campos, es posible únicamente, con la derrota política de los partidos tradicionales de la pequeña burguesía. El partido bolchevique ha enseñado al mundo entero como se realiza la insurrección armada y la toma del poder. Los que oponen una abstracción de soviets a la dictadura del partido, deberían comprender que únicamente gracias a la dirección de los bolcheviques, los soviets se elevaron del pantano reformista al papel de órganos del Estado proletario. En la guerra civil el partido bolchevique ha realizado una justa combinación del arte militar con la política marxista. Aunque la burocracia stalinista consiguiera arruinar las bases económicas de la economía planificada, realizada bajo la dirección del partido bolchevique, quedará para siempre en la historia como una escuela superior para toda la humanidad. Únicamente no ven todo esto los sectarios, que ofendidos por los golpes recibidos, han vuelto la espalda al proceso histórico. Pero esto no es todo. El partido bolchevique ha podido hacer un trabajo “práctico” tan grandioso, únicamente porque todos sus pasos estaban iluminados por la luz de la teoría. El bolchevismo no la ha creado: Ha sido dada por el marxismo. Pero el marxismo es la teoría del movimiento y no del reposo y solamente acciones realizadas en una escala histórica grandiosa, podían enriquecer la teoría. Por el análisis de la época imperialista como época de guerras y de revoluciones; de la democracia burguesa en el período de decadencia del capitalismo; de la relación entre la huelga general y la insurrección, del papel del partido, de los soviets y de los sindicatos en la época de la revolución proletaria; de la teoría del estado soviético; de la economía de transición; del fascismo y del bonapartismo en la época de descomposición capitalista; en fin, por su análisis de la degeneración del mismo partido bolchevique y del estado soviético, el bolchevismo ha aportado al marxismo una preciosa contribución.