Ucrania y EEUU

LA VERDADERA INVASIÓN A UCRANIA

Un texto del intelectual marxista inglés Michael Roberts.

Nota introductoria de Néstor Gorojovsky:

Historia de una aventura colonial en plena Europa. Cipayos ucranianos y colonialistas euroyanquis.

El gran capital imperialista está dispuesto a tomar por asalto Ucrania desde 1991, pero la resistencia de la población que la prensa occidental califica de «pro rusa» lo mantuvo a raya hasta que llegaron los tiempos sangrientos del Maidán en 2018.

Desde ese golpe de estado, donde con un descaro inaudito funcionarios de Estados Unidos participaban de las movilizaciones destituyentes, el acelerador se apretó.

La gran joya de la riquísima corona que es el territorio de Ucrania es su rico suelo agrícola. De hecho, la ciudad donde nació eso que luego terminaría conociéndose como nazismo, Lviv, era la localidad del imperio austrohúngaro que recibía y redistribuía hacia Europa Central los cargamentos de cereales y otros productos de la cuenca de las Tierras Negras (chernoziom), tan fértil como nuestra Pampa Húmeda. Un puerto seco entre Ucrania y Europa Occidental, algo así como una Buenos Aires mediterránea entre la Europa de Occidente y la de Oriente.

Esa condición de intermediarios entre un atrasado hinterland agropecuario y un sofisticado mercado externo capitalista avanzado imbuyó de germanofilia a la burguesía comercial de Lvov, que era un hervidero de odios entre nacionalidades. En particular esa germanofilia prendió fuertemente entre los ucranianos de la región, quienes consideraban inferiores a sus hermanos de más allá de la frontera con el temido oso ruso.

En ese ambiente esa burguesía comercial de Ucrania Occidental forjó grandes fortunas en el intercambio entre un área semicolonial y su metrópoli europea, y segregó una fuerte idea de singularidad y excepcionalidad que la contraponía a los «inferiores» campesinos polacos, rusos y ucranianos que la rodeaban. Y también una inquina particular con los comerciantes judíos que competían con ella.

No es de extrañar que al hacerse nazi y fascista el mundo germánico que tanto admiraban siguieran su mismo camino. De hecho, fueron sus precursores: lo más parecido a un antecedente sólido del nazismo fue la ideología de esa burguesía en la desesperación de verse sola en medio de tres imperios derrumbados (el alemán, el ruso y el austrohúngaro mismo, al que pertenecían), una revolución comunista, el renacimiento nacional de Polonia, una oleada de ejércitos en combate que tomaron su región como campo de batalla, la detención del comercio -y el contrabando- en las fronteras convertidas en trinchera.

Esos ucranianos crearon en 1919 una efímera República Nacional de Ucrania Occidental que ya en ese momento se alzó como una Curupaytí reaccionaria, asediada por los bárbaros polacos, rusos y campesinos de diversos orígenes que deseaban recuperar territorio o tomar el cielo por asalto. Su cielo.

Las ideas que brotaron de esa tragedia fueron el origen de lo que más tarde se llamaría nazismo. Y los intereses que representaban combatieron por lo que creían su derecho divino a explotar al prójimo con vehemencia y pertinacia digna, por cierto, de mejores causas.

Así es que cuando cayó la Unión Soviética, y con gran apoyo estadounidense y canadiense, países en los que se había logrado asentar la dirigencia política de esa burguesía que había recibido como libertadores a los nazis y los había acompañado hasta el final wagneriano de Berlín, la República Nacional de Ucrania Occidental renació.

Fueron ellos quienes modelaron la fisonomía del actual nacionalismo ucraniano, y hasta decidieron la bandera, el escudo y los héroes nacionales de la nueva Ucrania. Que esos héroes fuesen cipayos progermánicos que perpetraron brutales asesinatos en masa codo a codo con las SS y a veces superándolas en sevicia era poco importante para el capital.

«Cosas del pasado», dijeron mientras fueron incrustándolos a ellos y a sus bandas de facinerosos en todos los sectores policiales y militares de Ucrania. Y así, con un Ejército convertido en brazo armado del capital imperialista, al modo de cualquier ejército latinoamericano dominado por agentes extranjeros, empezó la verdadera invasión a Ucrania. La del gran capital.

No fue sencilla la operación, que empezó al momento mismo en que se disolvió la Unión Soviética. Se dio en sucesivas oleadas.

En la primera, los más cínicos, despiadados y crueles integrantes de la antigua burocracia stalinista intentaron convertirse en burguesía local, apropiándose de cuanto activo pudieron echar mano. Fue

así que buena parte de las empresas cayeron en las manos privadas de la fracción ocultamente antisoviética de la antigua cúpula burocrática, o de mafias a ella asociadas. A veces, las mafias se encargaron de despachar al socio al otro mundo y quedaron ellas convertidas en burguesía. Otras, fue al revés. Las combinaciones fueron infinitas.

Pero no alcanzó.

El imperialismo estaba dispuesto a apoderarse de Ucrania por cualquier medio.

El segundo paso, que se inició apenas se estabilizó el nuevo régimen, fue reeducar a la población ucraniana, en especial a las nuevas generaciones, en el odio al socialismo, para así implementar las reformas de mercado que el imperialismo exigía.

Esto ocurrió con diversa suerte en muchas de las repúblicas surgidas como estado plenamente independiente de la ex Unión Soviética, incluida por supuesto la Federación Rusa.

Pero en cada caso tuvo su particularidad, determinada por las condiciones históricamente dadas. En los países bálticos, por ejemplo, la presión del liberalismo y la socialdemocracia imperialista se impusieron en gran medida a partir de los viejos sectores burgueses que durante la Segunda Guerra Mundial habían prestado su concurso a las SS y otras formaciones nazis y fascistas. Hubo una lavada de cara para uso externo y una redefinición política y étnica rusofóbicas para el interno, la ayuda de la UE permitió pasar el mal trago sin excesivos dolores, y tanto Suecia como (increíble) Finlandia se convirtieron en protectores de esos países enanos que rápidamente pasaron a ser vidriera del nuevo mundo futuro. Este es en particular el caso de Estonia, pero vale también para Letonia y Lituania.

En Ucrania la cuestión fue muy distinta y particularmente intensa. Mientras que en los países bálticos había un pasado nacional que podía sustentar un nuevo patriotismo burgués orientado hacia el núcleo imperialista del eje Berlín-París, en Ucrania no existía nada de eso.

Por empezar, el país como tal era hijo directo de la Revolución Rusa. Antes de ella, a lo sumo existía una pequeña región «ucraniana» en torno a Kiev conocida como «de los pequeños rusos». Fue Lenin, siempre atento a los gemidos de las nacionalidades oprimidas por el sistema zarista, quien decidió que tenía que existir una nación ucraniana en el país de los soviets.

E insistió además, con el ojo puesto en el campesinado, en que esa Ucrania abarcase todas las provincias del viejo imperio zarista en las que hubiera campesinado ucraniano. Esto implicó poner en práctica la alianza entre obreros y campesinos que había llevado a los bolcheviques al poder.

En las regiones industrializadas de Ucrania (el Donbass, corazón industrial de la Rusia zarista, y Odessa) las ciudades eran rusas (y judías) pero los campos eran ucranianos. Para unir a todas las regiones de campesinado ucraniano en una República Ucraniana Lenin debió vencer una dura oposición de los comunistas urbanos del Donbass, a los que señaló que su postura de permanecer en Rusia era una forma de chauvinismo gran ruso contra los campesinos que los rodeaban. Pero impuso su criterio e instó a los trabajadores y soviets del Donbass a sumarse a la construcción de una patria ucraniana común de obreros y campesinos. Similares desarrollos hubo con los residentes del gran puerto de Odessa o los colonos agrarios rusos o rusificados (como la familia Bronstein de la que descendía Trotsky) en el Quersoneso.

Pero en el centro y el Oeste de Ucrania existía un nacionalismo burgués y pequeño burgués ucraniano, que de hecho había sido el que había llamado la atención de Lenin con su justa reivindicación de derechos para la nacionalidad ucraniana dentro del imperio de los zares.

Cuando se produjo la revolución, este nacionalismo burgués y pequeño burgués se fracturó. Un sector apoyó a los socialdemócratas, socialrevolucionarios y bolcheviques (rojos), y el otro a los liberales, cadetes y zaristas (blancos). El segundo, más allá de los avatares de la guerra civil y contra la intervención extranjera, terminó en estrecha alianza con las potencias occidentales que ocuparon Ucrania y restablecieron a los viejos terratenientes en el poder.

Vencidos, estos grupos en buena medida huyeron hacia los países de Europa Noroccidental y Estados Unidos. Fueron perdiendo contacto con la realidad ucraniana y la stalinización los obliteró por completo como fuerza política realmente actuante. Cuando Stalin impuso a la URSS la colectivización forzosa (al costo de una monstruosa guerra civil) los campesinos no tenían liderazgo burgués que los pudiera alzar contra el régimen, y fueron masacrados. En ningún lugar fue tan así como en Ucrania, la más campesina de todas las campesinas repúblicas del Estado campesino soviético.

Esa masacre fue tomada como punto de apoyo para elaborar una historia proimperialista de Ucrania por los nacionalistas más reaccionarios remanentes como grupo organizado (los de Ucrania Occidental, que no habían pertenecido nunca a la Unión Soviética porque eran parte de Austria-Hungría antes de la Primera Guerra Mundial). Esos grupos, a los que ya hemos definido antes como protonazis, fueron acogidos en los Estados Unidos y Canadá (alguno hay también en nuestra Comarca Andina de Río Negro, entre Bariloche y Río Puelo). Ellos escribieron allí y en parte en Alemania la historia que el imperialismo necesitaba… y esa historia y lacultura preparadas por el nazismo de Ucrania Occidental formaron la matriz ideológica profunda del nacionalismo de la Ucrania postsoviética.

Esa historia nacional se acompañaba con la adopción de toda la simbología de la República Nacional de Ucrania Occidental. Violentamente racista y antisocialista, enemiga jurada de la Unión Soviética y de Rusia que los había expulsado o vencido en sus alzamientos militares (financiados por la CIA) posteriores a 1945, estos nacionalistas nazi ucranianos se convirtieron en la luz espiritual de la nación en el mismo sentido que el mitrismo lo es en la Argentina posterior a 1880: aún quienes lo repudian eran, intelectualmente, sus sirvientes.

Ucrania hizo propios los símbolos, algunos gestos y gustos, modalidades de trabajo en el Estado y en las fuerzas militares y de ocupación (donde, en un proceso que se inició claramente en 2010 y culminó después del golpe de Maidán en 2014, los nazis ucranianos desplazaron, a veces por la violencia, a los elementos socialistas o liberales de casi toda posición de comando).

Pero una cosa era adoptar símbolos y otra cosa abandonar beneficios. Si bien la clase trabajadora como tal perdió derechos inmediatamente después de la caída de la URSS (proceso que afectó sobremanera a las mujeres, muchas de las cuales fueron presa fácil de las redes de trata de Europa Occidental, de Albania y de Kossovo), una larga serie de rasgos estructurales de la Ucrania soviética permaneció intacta.

Si bien las empresas industriales y mineras fueron privatizadas, no lo fueron las grandes empresas estatales de servicios básicos. La electricidad (y en especial las nucleoeléctricas), los ferrocarriles, la provisión de gas y de agua, siguieron en manos del Estado. La resistencia a su privatización siempre fue ostensible y en algunos casos pertinaz.

También se mantenía buena parte de la propiedad estatal de la tierra, y la propiedad cooperativa también es importante hasta hoy.

La tierra, esa joya que mencionamos al principio, es junto a las energéticas la verdadera presa de Occidente en Ucrania, y los planes del imperialismo pasan por apropiársela a pesar de toda resistencia. Esto es lo que cuenta a continuación Roberts.

Este traductor deja constancia de que Roberts, además y a diferencia de él, cree que Rusia es un país capitalista común y corriente, aunque periférico y con buenas FFAA, que no puede vencer a Occidente (tampoco cree que China pueda):

LA INVASIÓN DEL CAPITAL

15 de agosto de 2022

Por Michael Roberts

La semana pasada, los acreedores privados extranjeros de Ucrania aceptaron la petición del país de congelar durante dos años los pagos de unos 20.000 millones de dólares de deuda externa. Esto permitiría a Ucrania evitar el impago de sus préstamos en el extranjero. A diferencia de otras «economías emergentes» con problemas de endeudamiento, parece que los tenedores de bonos extranjeros están dispuestos a ayudar a Ucrania, aunque sólo sea durante dos años. La medida ahorrará a Ucrania 6.000 millones de dólares a lo largo del periodo, lo que ayudará a reducir la presión sobre las reservas del banco central, que han caído un 28% en lo que va de año, a pesar de la importante ayuda extranjera.

No es de extrañar que la economía ucraniana se encuentre en una situación desesperada. Se prevé que el PIB real disminuya más del 30% en 2022 y la tasa de desempleo se sitúe en el 35% (Constantinescu et al. 2022, Blinov y Djankov 2022, Banco Nacional de Ucrania 2022). «Agradecemos el apoyo del sector privado a nuestra propuesta en tiempos tan terribles para nuestro país», respondió Yuriy Butsa, viceministro de Economía de Ucrania. Seguiremos comprometidos con la comunidad inversora y esperamos que participen en la financiación de la reconstrucción de nuestro país cuando ganemos la guerra», dijo Butsa.

Aquí Butsa revela el precio que hay que pagar por esta limitada generosidad de los acreedores extranjeros: la cada vez más acuciante exigencia de las multinacionales extranjeras y de sus gobiernos de que se les otorgue el control de los recursos de Ucrania para ponerlos bajo el control del capital extranjero sin ninguna restricción ni limitación.

En un posteo anterior, habíamos delineado el plan de privatización y entrega de los vastos recursos agrícolas de Ucrania a las multinacionales extranjeras. Y desde hace varios años, una serie de informes del observatorio económico del Instituto Oakland ha documentado la toma de posesión del capital extranjero. Gran parte de lo que sigue proviene de Oakland.

La Ucrania postsoviética tiene 32 millones de hectáreas cultivables de rico y fértil suelo negro (conocido como «cernozëm») [N. del T.: la región pampeana argentina, no toda de chernozem pero de similar potencialidad productiva, abarca alrededor del doble de superficie]. Esto equivale a un tercio de toda la tierra agrícola existente en la Unión Europea. El «granero de Europa», como se le llama, tiene una producción anual de 64 millones de toneladas de cereales y semillas, y se encuentra entre los mayores productores mundiales de cebada, trigo y aceite de girasol (de este último, Ucrania produce cerca del 30% del total mundial).

Como ya expliqué en mi anterior posteo, la toma de posesión planificada de los recursos de Ucrania provocó en parte el conflicto: la semiguerra civil, la revuelta de Maidán y la anexión de Crimea por parte de Rusia. Como ha señalado el Instituto Oakland, para limitar la privatización desenfrenada, en 2001 se impuso una moratoria a la venta de tierras a extranjeros. Desde entonces, uno de los principales objetivos de las instituciones occidentales es la derogación de esta norma. Ya en 2013, por ejemplo, el Banco Mundial concedió un préstamo de 89 millones de dólares para el desarrollo de un programa de escrituración y titulación de tierras, un requisito de la mercantilización de las tierras de propiedad del Estado y de cooperativas. Según un documento del Banco Mundial de 2019, el objetivo era «acelerar la inversión privada en la agricultumanera subrepticia de facilitar la entrada de las multinacionales occidentales, incluye la promoción de la «producción agrícola moderna… incluyendo el uso de biotecnologías» (una aparente apertura hacia los cultivos transgénicos en los campos ucranianos).

A pesar de la moratoria sobre la venta de tierras a extranjeros, en 2016 diez corporaciones agrícolas multinacionales ya habían llegado a controlar 2,8 millones de hectáreas de tierra. Hoy en día, algunas estimaciones hablan de 3,4 millones de hectáreas en manos de empresas extranjeras y empresas ucranianas con fondos extranjeros como accionistas. Otras estimaciones llegan a los 6 millones de hectáreas. La moratoria sobre las ventas, que el Departamento de Estado de EE.UU., el FMI y el Banco Mundial habían pedido repetidamente que se eliminara, fue finalmente derogada por el gobierno de Zelensky en 2020, antes de un referéndum final sobre la cuestión previsto para 2024.

Ahora, con la guerra en marcha, los gobiernos y las empresas occidentales intensifican sus planes para incorporar a Ucrania y sus recursos a las economías capitalistas de Occidente. El 4 y 5 de julio de 2022, altos funcionarios de Estados Unidos, la UE, Gran Bretaña, Japón y Corea del Sur se reunieron en Suiza para celebrar la llamada «Conferencia de Recuperación de Ucrania».

La agenda de la URC se centró explícitamente en la imposición de cambios políticos en el país, como por ejemplo «el fortalecimiento de la economía de mercado», «la descentralización, la privatización, la reforma de las empresas estatales, la reforma de la tierra, la reforma de la administración del Estado,» y «la integración euro-atlántica.» En los hechos, la agenda era continuación de la Conferencia de Reforma de Ucrania de 2018, que había hecho hincapié en la importancia de privatizar la mayor parte del sector público que aún quedaba en Ucrania y afirmaba que el «objetivo final de la reforma es vender las empresas estatales a los inversores privados», además de agregar otros llamamientos a más «privatización, desregulación, reforma energética, reforma fiscal y aduanera.» El informe lamentaba que el «gobierno sea el mayor poseedor de activos de Ucrania», y afirmaba que «hace ya mucho tiempo que se está esperando la reforma de la privatización y de las empresas públicas, ya que este sector de la economía ucraniana ha permanecido prácticamente sin cambios desde 1991.»

Lo irónico es que los planes de la URC de 2018 contaban con la oposición de la mayoría de los ucranianos. Una encuesta de opinión pública reveló que solo el 12,4% apoyaba la privatización de las empresas estatales, mientras que el 49,9% se oponía. (Un 12% adicional se mostró indiferente, mientras que el 25,7% no respondió).

Sin embargo, la guerra puede marcar la diferencia. En junio de 2020, el FMI aprobó un programa de préstamos de 18 meses y 5.000 millones de dólares con Ucrania. A cambio, el gobierno ucraniano levantó la moratoria de 19 años sobre la venta de tierras agrícolas de propiedad estatal, tras la presión sostenida de las instituciones financieras internacionales. Olena Borodina, de la Red de Desarrollo Rural de Ucrania, comentó que «los intereses de la agroindustria y los oligarcas serán los principales beneficiarios de esta reforma… [Esto] sólo marginará aún más a los pequeños agricultores y corre el riesgo de separarlos de su recurso más valioso».

Y ahora la URC de julio ha vuelto a insistir en sus planes para que el capital se apodere de la economía ucraniana para el capital, ahora con pleno respaldo del gobierno de Zelensky. Al finalizar la reunión, todos los gobiernos e instituciones presentes aprobaron una declaración conjunta denominada Declaración de Lugano. Esta declaración se complementó con un «Plan de Recuperación Nacional», elaborado a su vez por un «Consejo de Recuperación Nacional» creado por el gobierno ucraniano.

Este plan abogaba por una serie de medidas a favor del capital, como la «privatización de las empresas no críticas» y la «finalización de la corporatización de las empresas públicas», señalando como ejemplo la venta de la empresa estatal de energía nuclear ucraniana EnergoAtom. Para «atraer el capital privado al sistema bancario», la propuesta también pedía la «privatización de los bancos estatales». Con el fin de aumentar «la inversión privada e impulsar el espíritu empresarial en todo el país», el Plan de Recuperación Nacional instaba a una importante «desregulación» y proponía la creación de «proyectos catalizadores» para desbloquear la inversión privada en sectores prioritarios.

En un llamamiento explícito a recortar los derechos laborales, el documento atacaba las leyes favorables a los trabajadores que aún quedan en Ucrania, algunas de las cuales datan de la era soviética. El Plan de Recuperación Nacional se quejaba de una «legislación laboral obsoleta que da lugar a complicados procesos de contratación y despido, regulación de las horas extraordinarias, etc.»

Como ejemplo de esta supuesta «legislación laboral anticuada», el plan respaldado por Occidente lamentaba que los trabajadores de Ucrania con un año de experiencia tuvieran un «plazo de preaviso para el despido» de nueve semanas, en vez de sólo cuatro como en Polonia y Corea del Sur.

En marzo de 2022, el Parlamento ucraniano aprobó una legislación de emergencia que permitía a los empresarios suspender los convenios colectivos. Luego, en mayo, aprobó un paquete de reformas permanentes que exime de hecho a la gran mayoría de los trabajadores ucranianos (los de las empresas con menos de 200 empleados) de la legislación laboral ucraniana. Los documentos filtrados en 2021 mostraban que el gobierno británico instruía a los funcionarios ucranianos sobre cómo convencer a un público recalcitrante para que renunciara a los derechos de los trabajadores y aplicara políticas antisindicales. Los materiales de formación lamentaban que la opinión popular hacia las reformas propuestas fuera abrumadoramente negativa, pero proporcionaban estrategias de mensajería para engañar a los ucranianos y lograr que las apoyaran.

En la «nueva Ucrania» del Plan de Recuperación Nacional, mientras que los derechos de los trabajadores se eliminan se busca ayudar a las empresas y a los ricos reduciendo los impuestos. El plan se quejaba de que el 40% del PIB ucraniano procedía de los ingresos fiscales, lo que calificaba de «carga fiscal bastante elevada» en comparación con su ejemplo modélico de Corea del Sur. Por ello, pedía «transformar el servicio fiscal» y «revisar las posibilidades de reducir la proporción de los ingresos fiscales en el PIB». En nombre de «la integración en la UE y el acceso a los mercados», propuso igualmente «eliminar los aranceles y las barreras no arancelarias para todos los productos ucranianos», al tiempo que pedía «facilitar la atracción de IED [inversión extranjera directa] para traer a Ucrania a las mayores empresas internacionales», con «incentivos especiales a la inversión» para las empresas extranjeras.

Además del Plan de Recuperación Nacional y la sesión informativa estratégica, la Conferencia sobre la Recuperación de Ucrania de julio de 2022 presentó un informe elaborado por la empresa Economist Impact, una consultora corporativa que forma parte de The Economist Group. El Ukraine Reform Tracker (Rastreador de Reformas de Ucrania) presionó para «aumentar las inversiones extranjeras directas» de las empresas internacionales, y no para invertir recursos en programas sociales para el pueblo ucraniano. El informe del Rastreador hizo hincapié en la importancia de desarrollar el sector financiero y pidió «eliminar las regulaciones excesivas» y los aranceles. Pedía una mayor «liberalización de la agricultura» para «atraer la inversión extranjera y fomentar el espíritu empresarial nacional», así como «simplificaciones de los procedimientos» para «facilitar a las pequeñas y medianas empresas» su «expansión mediante la compra e inversión en activos estatales», lo que «facilitaría la entrada de los inversores extranjeros en el mercado tras el conflicto».

El Rastreador de Reformas de Ucrania presentó la guerra como una oportunidad para imponer esta toma de posesión del país por parte del capital extranjero. «El momento de la posguerra puede presentar una oportunidad para completar la difícil reforma agraria ampliando el derecho de compra de tierras agrícolas a las personas jurídicas, incluidas las extranjeras», afirmaba el informe. «Abrir el camino para que el capital internacional fluya hacia la agricultura ucraniana probablemente impulsará la productividad de todo el sector, aumentando su competitividad en el mercado de la UE», añadía. «Una vez terminada la guerra, el gobierno también deberá considerar la posibilidad de reducir sustancialmente la participación de los bancos estatales, con la privatización del Privatbank, el mayor prestamista del país, y del Oshchadbank, un gran procesador de pensiones y pagos sociales», insistió.

En otros lugares hay políticas pro-capital menos explícitas ofrecidas por economistas occidentales semi-keynesianos. En una reciente recopilación del Center for Economic Policy Research (CEPR), varios economistas han propuesto políticas macroeconómicas para la Ucrania en tiempos de guerra. En ella, los autores «subrayan al principio que la crisis de Ucrania no es un escenario para un típico programa de ajuste macroeconómico», es decir, no para las habituales exigencias de austeridad fiscal y privatización del FMI. Pero después de muchas páginas, queda claro que hay poca diferencia entre sus propuestas y las de la URC. Como dicen, «el objetivo debería ser llevar a cabo una amplia desregulación radical de la actividad económica, evitar los controles de precios, facilitar el emparejamiento de la mano de obra y el capital, y mejorar la gestión de los activos rusos incautados y otros sancionados».

De este modo se completará la toma de posesión de Ucrania por el capital (principalmente extranjero) y Ucrania podrá empezar a pagar sus deudas y a proporcionar nuevos beneficios al imperialismo occidental.