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DE LA CRISIS DEL FIP AL PARTIDO DE LA IZQUIERDA NACIONAL

Autor: Jorge Enea Spilimbergo

573079c0El documento, que se publicó como tesis del Congreso de Fundación del PIN, tiene un notable valor histórico-político, aunque algún planteo  puntual pueda resultar discutible, hoy. Se trata -de allí nuestra apreciación- de un texto clave en la tarea de delimitar la posición clásica de Izquierda Nacional de las desviaciones que evidenciaba ya, con una claridad que los años transcurridos subrayan, la linea del «ramismo» en los últimos años de la década de los 70 y los que antecedieron al ciclo del «retorno a la democracia». Contra ciertas tesituras, el trabajo de Spilimbergo revela hasta que punto no se puede sostener que el vuelco hacia el menemismo neoliberal fue «un rayo en un cielo sereno»; el proceso de degradación estaba maduro, en realidad, y el abandono final de las banderas nacionales es el último acto, aunque el más escandaloso, de un final anunciado.

 

 

Introducción

 

El presente folleto, discutido y aprobado por el Congreso de Fundación del Partido de la Izquierda Nacional que se celebrara en Bs. Aires desde el 30 de marzo al 3 de abril de 1983, traza un balance crítico de las divergencias organizativas y políticas con el FIP de Jorge Abelardo Ramos.

 

Estas divergencias condujeron, a fines de 1979, a la constitución del FIP-Corriente Nacional como tentativa de salvar las banderas que nos habían sido comunes y proyectarlas militantemente en la nueva etapa histórica que se abría.

 

Los hechos demostraron que las divergencias se habían vuelto irreconciliables, hecho que condujo a la fundación del Partido de la Izquierda Nacional. Un balance crítico de esta experiencia resulta indispensable para el desarrollo político y programático del nuevo partido.

 

La primera parte traza un cuadro sintético de las divergencias organizativas. Su lectura puede resultar abstrusa para quienes han sido personalmente ajenos a la vida interna del FIP. Pero, por un lado, el manejo tendencioso de la información por el sector Ramos (o la desinformación lisa y llana) obliga a aclarar estos antecedentes de hecho ante un vasto sector de militantes. Por el otro, las prácticas y conceptos organizativos son parte esencial de la política, y un examen de la crisis del FIP debe necesariamente incluirlos.

 

La segunda parte examina cómo el grupo de Ramos ha establecido un antagonismo sectario entre las banderas «nacionales» y las banderas «democráticas» y «socialistas». Se examina el problema a la luz de sus definiciones propagandísticas más recientes y de posiciones adopta-das en asuntos como la Multipartidaria, la Marcha del 16 de diciembre, el golpe de García Meza en Bolivia y los detenidos desaparecidos.

 

La controversia, entendemos, se inscribe en el gran debate sobre el papel de la izquierda en la Argentina y la lucha por reconstituir operativamente el gran Frente Nacional capaz de derribar para siempre el dominio de la oligarquía abriendo el cauce hacia una solución socia-lista y latinoamericana.

 

 

PRIMERA PARTE: LA DEGENERACION PERSONALISTA Y AUTOCRÁTICA

 

¿CUÁL FUE EL PROYECTO ORIGINARIO DEL FIP?

 

La crisis del Frente de Izquierda Popular, ante la cual urge que la Corriente Nacional adopte una posición definitiva, debe juzgarse a la luz de la tarea fundamental que nos une: la lucha por la constitución de una gran fuerza de la Izquierda Nacional en la Argentina.

 

En tal sentido cabe señalar, primeramente, que el FIP nació como un  proyecto aglutinador del conjunto de grupos, militantes y tendencias que en el proceso de la lucha contra la anterior dictadura militar, especialmente a partir del Cordobazo, pugnaban por constituir un ala izquierda en el campo de la Revolución Nacional.

 

Si bien la iniciativa para constituir el FIP provino del viejo Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que suministró los cuadros funda-dores, el objetivo no consistió en que el FIP fuese la estructura «electoral» del PSIN, sino una real confluencia de fuerzas y tendencias de diverso origen, susceptibles de sumarse a la tarea de formar un ala izquierda del campo nacional, una izquierda nacional en sentido amplio. No casualmente, por eso mismo, se renunció a llamarlo «partido» y se adoptó el nombre de «frente», suficientemente explícito.

 

En cuanto a la expresión «izquierda popular» en vez de la más ajustada de «izquierda nacional», se explica por la ley electoral vigente, que por inexplicables razones prohibía el uso del término «nacional». En razón de tratarse de un «frente», se consideró legítima la persistencia del PSIN en su seno, lo que suponía de suyo la aceptada posibilidad de que otras corrientes organizadas confluyeran también con su propia estructura y fisonomía, en un marco pluralista y de unidad de acción.

 

Años después se sostuvo, por parte del sector Ramos, que este proyecto originario perdió vigencia por el mismo curso de la acción práctica, del cual resultó que PSIN y FIP venían a superponerse, dejando este ultimo de constituir un «frente». En virtud de ello el sector Ramos disolvió el PSIN e insuflo al FIP de un centralismo autoritario y sectarista que contradecía la razón de ser de su constitución.

 

El argumento de hecho invocado carecía de toda seriedad, pues omitía considerar dos cuestiones básicas:

 

1)   El fracaso en constituir al FIP como centro de convergencia del conjunto de sectores que evolucionaban a posiciones de izquierda nacional, ¿se debía a circunstancias todas ellas objetivas, o también incluía nuestra propia incapacidad sectaria para actuar como factor aglutinante?

2)   Supuesto que la iniciativa lanzada a fines de 1971 hubiese resultado prematura, ¿lo sigue siendo al cabo de una década, bajo las actuales circunstancias político-sociales?

 

A lo primero respondemos que nuestros propios errores contribuyeron a estrangular la iniciativa frentista. Emergidos de una dura lucha político-ideológica protagonizada por el PSIN, aún embebidos en adherencias doctrinarias como las que se manifiestan en la declaración de principios agregada por el Congreso de enero de 1971 a los Estatutos del PSIN, no fuimos capaces de separar nuestro «perfil específico» (producto de una reivindicable trayectoria) de la propuesta política de izquierda nacional amplía. Así, muchos de nuestros métodos entraron en contradicción con los fines abstractamente planteados.

 

A lo segundo respondemos que aun admitiendo que el proyecto fracasó principalmente por inmadurez de las condiciones imperantes entonces, esas condiciones se han modificado sustancialmente, como lo prueban los resultados de nuestra propia práctica política.

 

A ello se agrega, obviamente, que la necesidad de una gran fuerza de la izquierda nacional en la Argentina resulta cada vez más imperativa. Por un lado, como condición o, al menos, ingrediente de primer orden, para reconstituir operativamente el frente nacional, ya que sólo marchando democráticamente hacia la izquierda será posible enfrentar la grave crisis que nos estrangula, y también -como lo hemos dicho y repetido- porque el frente nacional crea estratégicamente su propia izquierda o la crearán contra él las grandes potencias, interesadas en neutralizar a la Argentina dentro del contexto latinoamericano.

La magnitud de esta tarea se mide por el poder de las fuerzas antinacionales a que hemos aludido y descalifica toda propuesta sectaria de capilla, destinada a desembocar en un verbalismo mesiánico.

 

DEL AUTORITARISMO AL FRAUDE INTERNO

 

Vemos, sin embargo, que habiendo perdido la representatividad de la izquierda nacional posible, el sector Ramos no sólo erige ese fracaso como modelo, sino que acentúa el autoritarismo personalista como norma interna y el sectarismo como pauta exterior. Así, el pretendido «Frente» de Izquierda Popular degenera en monolitismo que excluye y prohíbe «las fracciones organizadas» en su seno (lo que significa de hecho el poder incontrolado de la fracción organizada por Ramos) y asume hacia fuera posiciones erróneas en una serie de temas funda-mentales como las referentes a la correlación entre las banderas nacionales y las banderas democráticas.

 

En el primer aspecto, no habremos de reiterar aquí la larga historia anterior y posterior a la ruptura de la Junta Nacional del FIP a fines de 1979 como consecuencia de una serie de maniobras organizativas con que la fracción Ramos impuso expulsiones e intervenciones masivas encaminadas a asegurar el control del aparato partidario.

 

A partir de su constitución, el FIP – Corriente Nacional se esforzó, has-ta agotar los límites de toda humana paciencia, por encontrar los caminos hacia la unidad.

 

Una breve reseña de estos esfuerzos permite destacar los siguientes jalones:

 

a) En octubre de 1979, Ramos envía una carta a Spilimbergo proponiendo una reducción parcial de las sanciones masivas que implicaba de hecho un cierto reconocimiento de los «excesos» perpetrados en Córdoba por la «intervención Pucci». La respuesta de la Corriente Nacional invitando a una discusión bipartita tuvo como respuesta el silencio. Tiempo después nos enterábamos por el diario «Clarín» que una supuesta Junta Nacional había «expulsado» a Spilimbergo del FIP.

 

b) Dos meses después, en conocimiento de que el sector Ramos había convocado a un «Congreso» del FIP, con la firma de unos 120 afiliados se le envía una carta exhortándolo a la convocatoria de un verdadero Congreso en que se garantice la representación del conjunto de la militancia, que no obtiene respuesta.

 

c) A principios de 1981, ante una mediación del compañero Converti, Ramos acepta que se inicien conversaciones a cargo de un delegado por cada sector.

Estas negociaciones se arrastran infructuosamente porque, por un lado, el sector Ramos desconoce «personería» a la Corriente Nacional. Por el otro la acusa de pactar con el Partido Comunista y sus aliados. Estas imputaciones, formuladas por escrito, son atenuadas con una invitación a discutir, señalándose que no corre prisa, no obstante lo cual, menos de una semana después, se rompen formalmente las negociaciones pretextando la firma de Spilimbergo en una solicitada por el levantamiento del Estado de Sitio. Esto ocurría en mayo de 1981.

 

d) Menos de dos meses después, sin embargo, el apoderado Cabral remite una convocatoria a reunión de Junta Nacional, que Ramos refuerza con una carta personal al compañero Spilimbergo exhortándolo a unir fuerzas para enfrentar el período de ascenso que se abre. Se ofrece para una entrevista entre ambos que tiene lugar a fines de junio de 1981. Allí, Spilimbergo le señala la inoportunidad de poner las divergencias bajo jurisdicción de una Junta Nacional cuestionada por la crisis y propone abrir un período de discusión bipartita sobre las diferencias política y el modelo partidario. Esta propuesta, pasada por escrito, merece una contestación agresiva y rupturista de Ramos donde se acusa a la Corriente Nacional de «desmoralizada» y definitivamente satelizada al sistema del PC. Entre los argumentos que se esgrimen figuran la relación con Saadi y la Intransigencia Peronista y la presencia de Spilimbergo y Nadra como público en una mesa redonda donde iban a hablar León, Volando, Saadi y Conte Mac Donnald. Durante todo un período el tema Saadi y PC se convierte en el caballito de batalla de una campaña denigratoria cuyo objeto era la descalificación «a priori» de la Corriente Nacional a fin de justificar la política rupturista del sector Ramos.

El carácter pretextual de estas acusaciones surge, entre otros, de los siguientes hechos:

 

  • Que en diciembre de 1980 (muy pocos meses antes) Saadi y Nilda Garré figuraban (ver «La Patria Grande») entre la media docena de extrapartidarios presentes en la cena de fin de año del FIP-Ramos.
  • Que la foto de Jorge Abelardo Ramos aparece entre los asistentes al lunch de inauguración del diario «La Voz», propiedad del doctor Saadi, en setiembre de 1982.
  • Que en el mismo mes de mayo de 1981 en que se imputa a Spilimbergo suscribir una solicitada con firmas (entre otros) del PC y sus aliados, «La Patria Grande» reporta tres declaraciones y una mesa redonda que el FIP-Ramos comparte con el PC (dos casos), el PI (tres casos) y el PSU.
  • Que publica y notoriamente la Corriente Nacional había roto todo contacto con Intransigencia Peronista y Saadi, entre otras razones por su oposición activa a componendas con los sectores pro-PC del espectro socialista. Solo el sector Ramos parecía ignorarlo.

 

e) Desde mediados del año pasado -1982- al descongelarse la actividad política, el sector Ramos inicia nuevos contactos. Cabe señalar que esta iniciativa no se adoptó cuando más urgente era, a saber, durante la guerra de las Malvinas, oportunidad en la cual, por el contrario, gestiones de amigos comunes fueron rechazadas en forma ultimatista y la posición del FIP-Corriente Nacional impugnada.

 

Respecto a esto último, el sector Ramos hizo saber que nuestra con-signa de gobierno de unidad nacional con la participación de las fuer-zas políticas y gremiales era «cipaya», al revés de la enarbolada por «La Patria Grande», de «gabinete militar». Esta manía de convertir una diferencia secundaria en fundamental, para torpedear la posible acción común ponía de manifiesto que por sobre el interés patriótico y nacional el sector Ramos colocaba su propio interés de secta.

 

f) Los contactos arriba mencionados llevan a una serie de reuniones más o menos infructuosas con la asistencia de dos o tres representantes por cada sector, donde incesantemente se choca con la paradójica negativa de reconocer la existencia de la «Corriente Nacional» y, en general, de corrientes internas en el FIP.

 

En curso dichas reuniones, Ramos y su grupo, desde Mar del Plata, formulan un ataque público descalificatorio contra el compañero Parcero e insisten en desconocer, con términos despectivos, a la Corriente Nacional. Esto enfría las inconducentes negociaciones.

 

g) No obstante, a principios de setiembre, el sector Ramos, que ha convocado unilateralmente a un nuevo Congreso en Río Ceballos, invita con insistencia a la Corriente Nacional a asistir y personalmente, al compañero Spilimbergo. Al mismo tiempo, da a conocer un escrito judicial levantando todas las «sanciones». A pesar de la improcedencia de ser invitados aun congreso en cuya gestación no se había participado, se resuelve asistir, en acto de buena voluntad. El desenlace es conocido. Sorpresivamente, al hacerse presente la delegación, se pretende condicionar su ingreso a la disolución de la Corriente Nacional.

 

h) Tras este inaudito incidente, el apoderado, Cabral vuelve a dar garantías de que se entregarán fichas de afiliación a la Corriente Nacional, un punto sobre el cual se había insistido invariablemente en las conversaciones precedentes. Al recibir el apoderado Cabral las fichas en la provincia de Buenos Aires y serles reclamadas por la Corriente Nacional, se niega entregar juegos. El requerimiento por carta documento es igualmente rechazado con estos dos argumentos: que los compañeros Acerbi y Spilimbergo no están empadronados en la provincia y que el FIP no reconoce corrientes internas.

 

EL DELIRIO DE LA «MONARQUÍA ABSOLUTA»

 

De este modo, si alguien pudo suponer que viejas prácticas sectarias, antidemocráticas y personalistas podían llegar a disolverse al calor del descongelamiento político de los últimos meses, los hechos se encargaron de establecer claramente y sin equívocos la verdad de las cosas, demostrando además que, contra lo que el propio Ramos acostumbra a creer, ni para bien ni para mal las «condiciones objetivas» son un factor todopoderoso de cambio.

 

En realidad, la degeneración personalista-autoritarista del sector Ramos es un hecho irreversible, quizás por aquello de que el pez se pudre por la cabeza. La situación cristaliza en una doctrina firmemente establecida que tres dirigentes del sector, los ciudadanos Fossatti, Cesarini y Guerberof  han sintetizado admirablemente en declaraciones al diario «El Atlántico» de Mar del Plata del lunes 29 de noviembre de 1982:

 

» Preguntados respecto a la denominada’ Línea Nacional’ que lidera el dirigente Spilimbergo y la posibilidad de ‘una concertación’, los dirigentes capitalinos expresaron: ‘El fundador del movimiento, Jorge Abelardo Ramos, ha dicho en reiteradas oportunidades que el FIP es un movimiento nacional, que se inspira y abreva en las fuentes del yrigoyenismo y el peronismo, que aspira a engrandecerse cada día con el aporte de quienes creen en una revolución nacional en la que no existan oligarquías, y en el que, considerando que es abierto a todos los matices, hay cabida para ellos, pero atendiendo, a que es un movimiento esencialmente unido no hay duda que todo debe estar conducido por una cabeza y ésta es la de su fundador en todo el país, Jorge Abelardo Ramos».

 

Debe reconocerse a esta declaración el mérito de su brutal franqueza. Se admiten todos los «matices» a condición de que éstos se sometan a «una sola cabeza». ¡Nunca, desde el obispo Lue, se había formulado tan impertérritamente la doctrina de la monarquía absoluta en el Río de la Plata!

Aún su formulación (exquisiteces del estilo) es remitida por los entrevistados a la autoridad del propio Ramos («fundador, Jorge Abelardo Ramos, ha dicho en reiteradas oportunidades que…») .El perfil socialista está rigurosamente omitido, y al parecer la izquierda nacional sólo se nutre ideológicamente del peronismo y el yrigoyenismo. La actitud fraudulenta de Cabral negando fichas no puede causar sorpresa en este contexto «doctrinario», pero tampoco puede causar sorpresa que, por nuestra parte, extraigamos todas las consecuencias del caso.

 

TRAICIÓN A LA LUCHA POR UNA CONFLUENCIA DE IZQUIERDA NACIONAL

 

Es también evidente que una tendencia que invoca el nombre del FIP y aún la representación de la izquierda nacional para, seguidamente, erigir autocráticamente su soberanía en la figura monárquica de Ramos, mítico «fundador en todo el país», ha dejado de ser un instrumento siquiera coadyuvante a la tarea central que nos define, la construcción de una gran fuerza de la izquierda nacional en la Argentina.

 

Si la intolerancia ha llevado al sector Ramos a desdeñar con ridículo mesianismo toda posibilidad de entendimiento con la «Corriente Nacional», con mayor razón ello ocurrirá respecto a otras fuerzas que, de distinto origen, confluyen al menos tendencialmente hacia metas comunes en el seno del campo nacional.

 

Significativa, pero no única, ha sido la experiencia de noviembre de 1981, en ocasión del 30 aniversario del fallecimiento de Manuel Ugarte.

 

Según su costumbre, el sector Ramos intentó una «Comisión de Homenaje» «coordinada» por rara casualidad por BIas Manuel Alberti, compuesta por tres categorías de personas: 1) Algunos contactos latinoamericanos de Ramos; 2) personalidades sin partido, comprometidas por gestiones directas; 3) dirigentes del sector Ramos del FIP.

 

Paralelamente, distintos ateneos y agrupamientos políticos, entre ellos el Arturo Jauretche, el Leopoldo Marechal, el Cátulo Castillo, dirigentes políticos y sindicales del peronismo, el FIP-Corriente Nacional, el Par-tido Socialista Popular y la Confederación Socialista, así como personalidades independientes, formaban una comisión representativa en cuya primera reunión se planteó como cuestión elemental el fusionar ambas iniciativas, lo que fue aprobado.

 

Al plantearse el tema en la comisión «coordinada» por BIas Alberti, los independientes que la componían apoyaron de inmediato la propuesta.

y se marchó así hacia la comisión conjunta.

 

Como resultado de ello, aunque el FIP-sector Ramos no se hizo presente en ninguna de las reuniones a partir de entonces celebradas, obtuvo y aceptó oradores en los actos programados, al tiempo que introdujo a toda su plana mayor dirigente en la nómina de los convocantes.

 

No obstante ello, en vísperas del acto central, donde Jorge Abelardo Ramos figuraba como orador junto a Spilimbergo, Cavallero (PSP), Roberto García (CGT -Brasil), Alfredo López (Lista Marrón –Telefónicos), Héctor Polino (Confederación Socialista), Norberto Galasso y Miguel Unamuno, el sector Ramos publicita mediante aviso pago en “Clarín», sorpresivamente, un acto propio, al par que boicotea el acto conjunto al que se había comprometido. Esta actitud, incalificable desde el punto de vista de la buena fe política y el honor a la palabra empeñada, ponía de manifiesto que la aceptación de la comisión y actos conjuntos había resultado de la actitud de los independientes del organismo «coordinado» por BIas Alberti, y que el grupo Ramos, embebido de soberbia, sólo aceptaba la unidad consigo mismo. El hecho de que un gran homenaje al paladín de la unidad latinoamericana congregase a una pluralidad de personalidades y corrientes militantes, creando un precedente político de importancia y poniendo de manifiesto el peso objetivo y la potencialidad de las ideas de la izquierda nacional, poco contaba para el sector Ramos, que así definía su enquistamiento sectario.

 

Por consiguiente, al margen de los aspectos circunstanciales o anecdóticos, y de los garrafales errores de manejo político que el incidente manifiesta, entendemos que él encierra una toma de posición política cuya esterilidad está fuera de discusión.

 

 

 

SEGUNDA PARTE: ABANDONO DE LAS BANDERAS DEMOCRÁTICAS Y SOCIALISTAS

 

PLANTEO INICIAL DE LA CUESTIÓN

 

Desde la constitución, a fines de 1979, de la Corriente Nacional, hemos sostenido, conjuntamente: 1) Que pese a la crisis, subsistía la unidad programática. 2) Que las divergencias se planteaban en el orden del autoritarismo interno de la fracción Ramos y del sectarismo de su política hacia el mundo exterior.

 

Estas formulaciones deben ser evaluadas a la luz de más recientes experiencias. Como primera aproximación cabe decir que la unidad programática solo se mantiene, a lo sumo, en el plano ideológico-doctrinario, pero que las divergencias aparecen no bien abordamos el plano teórico-político y político-práctico. Es posible que tales divergencias pudiesen procesarse en forma no antagónica ni rupturista si el sector Ramos tuviese un concepto no autocrático de la conducción y vida interna partidarias. Pero la combinación de ambos aspectos conduce a una incompatibilidad real. De todas maneras, según veremos, las diferencias han llegado a asumir una envergadura que no es posible soslayar.

Ellas se refieren, principalmente, a una subestimación por parte del FIP-Ramos del aspecto democrático en la revolución popular, lo que conduce a que las consignas nacionales, justas en si mismas, asuman un equívoco carácter autoritario. No se trata de extravíos circunstanciales sino de una línea coherente y sistemática.

 

En mayo de 1981, el editorial de ”La Patria Grande”, órgano de la fracción Ramos, enunciaba esta grave proposición: “Un proceso electoral que no se proponga cambios fundamentales sería sembrar las ilusiones más perniciosas. El país está hastiado de ilusiones”.

 

Resulta difícil dotar a un proceso electoral -es decir, a una contienda en que chocan varios y contrapuestos proyectos- de una voluntad de producir «cambios fundamentales», tarea reservada en todo caso a alguno de sus protagonistas. La afirmación, se la mire por donde se la mire, equivale a renunciar a la primera consigna que cabe plantear ante una dictadura oligárquica: la restitución de la soberanía popular, la inmediata convocatoria de elecciones.

 

La única condición para esas elecciones es que no sean ni proscriptivas ni fraudulentas, que no resulten una farsa tramposa. Plantear en cambio que los comicios, para merecer nuestro apoyo, deben llegar a proponerse «cambios fundamentales», equivale a decir: «Que siga la dictadura hasta tanto nosotros no consideremos que las elecciones puedan ser ganadas por quienes abogan por cambios fundamentales». Esto y respaldar objetivamente al entonces flamante presidente Viola era la misma cosa, lo que no sorprende dado que en anteriores declaraciones, bajo Videla, Ramos había afirmado «no tener urgencias electorales».

 

Cualquiera sea el triunfador en las elecciones (partido, candidato, pro-grama) el relevo de la dictadura militar oligárquica significa un paso en avance, pues por lo pronto permite a las fuerzas empeñadas en reanudar y profundizar el proceso de la revolución nacional desarrollar su organización, su propaganda y el conjunto de su acción pública.

 

DEMOCRACIA, PARTIDOS Y REVOLUCIÓN NACIONAL

 

Año y medio después, en octubre de 1982, BIas Alberti insiste desde el mismo órgano:

 

 «La partidocracia, como correa de transmisión de los intereses del inmovilismo pampeano, pretende montar el nuevo fraude de una ‘democracia’ complaciente con el imperialismo y bien vista por la ‘opinión responsable’ de la Argentina conservadora».

 

La expresión «partidocracia», entendemos, es de origen fascista y de hecho se ha dirigido siempre contra las formas de la representación popular. En el caso, el término apunta al conjunto de los partidos argentinos, incluidos, por ejemplo, los cinco integrantes de la Multipartidaria. Caracterizar a estos partidos como representantes, sin más, del «inmovilismo pampeano» es, por lo menos, simplista, unilateral y abusivo. Lo mismo cuadra para la afirmación central de que pretenden montar el fraude de una democracia complaciente con el imperialismo. Si esto fuera cierto habría que denunciar sin más las elecciones convocadas y exhumar la consigna ultraizquierdista-votoblanquista de 1973: «Gane quien gane, pierde el pueblo…» salvo que Ramos considere que las próximas elecciones las gana él.

 

Es cierto que el imperialismo pretende una democracia que no escape

a sus controles y cuenta con cartas fuertes para ese juego. También es cierto que abandona por inservible y desgastado el esquema de la dictadura militar oligárquica, y teme, por último, el deslizamiento hacia posiciones nacionales de un sector de las Fuerzas Armadas.

 

Sin embargo, los partidos populares argentinos, de un modo limitado, contradictorio, a menudo oportunista, no han podido dejar de reflejar crecientemente – aún aquellos como el radicalismo y el MID complicados con los primeros tramos del régimen militar- la oposición del pueblo a la dictadura. Equipararlos a esta última es haber perdido sin más toda noción de matiz concreto y deslizarse hacia un incurable ideologismo. En el seno de esos partidos luchan corrientes acuerdistas y de enfrentamiento al régimen.

 

Lo que sí debe plantearse es que todos ellos, incluido el peronismo están trabajados por una profunda crisis doctrinaria y programática. Ello expresa, en definitiva, que el programa del 45 ha sido sobrepasado por los problemas de 1983, lo cual abre un período de lucha ideológica para superar estas limitaciones. Mientras así no ocurra, prevalecerán formas acuerdistas y claudicantes de conducción, coexistiendo sin embargo, de un modo sordo e «instintivo», con la resistencia a ser instrumentados en una democracia de fachada.

 

«Sin revolución nacional -insiste Alberti- no habrá democracia,»…”que la democracia (más allá de las formas espurias que ha asumido en los periodos de contrarrevolución oligárquica) debe ser la expresión genuina del gobierno de las mayorías y de la voluntad de transformación revolucionaria que los viejos partidos niegan».

 

Es difícil concentrar tantos errores y verdades a medias en tan pocas líneas. ¿Es cierto que «sin revolución nacional no habrá democracia”? En realidad, considerando el asunto desde un punto de vista militante y no ideológico-descriptivo, lo contrario es la verdad: «Sin conquistar un espacio de democracia política que permita el debate y la competencia de corrientes y programas, resulta difícil crear las condiciones para que madure y emerja una conducción y un vigoroso movimiento hacia la revolución nacional».

 

También es cierto, sin la menor duda, que en tanto subsista el poder económico-social del bloque oligárquico-imperialista, estará siempre presente el peligro del golpe reaccionario. Pero esta verdad se con-vierte en su opuesto, en un verdadero absurdo, si seguidamente no intentamos responder a la siguiente cuestión: «¿De qué manera es posible, bajo las concretas condiciones políticas de un déficit de liderazgo y programa de las grandes fuerzas electorales, crear una brecha, siquiera precaria –habida cuenta de la amenaza oligárquica- que permita abrir curso a una opción superadora de los actuales niveles de lucha, organización y conciencia?».

 

En otras palabras, es preciso analizar la cuestión en su totalidad dialéctica, sin creer que la infraestructura (el poder económico-social de la oligarquía en ausencia del cumplimiento de la revolución nacional) determina mecánicamente la situación.

 

Es también una simplificación errónea el reducir las opciones a la democracia fraudulenta de la oligarquía y la democracia que plasma y consuma la revolución nacional, ya que son posibles formas representativas y populares de carácter no-revolucionario, por precarias que en definitiva resulten.

 

Por último, la definición de democracia suministrada por Alberti encierra un pernicioso sofisma. Alberti empieza por decirnos lo que la democracia «debe ser», en vez de señalarnos -con deseable modestia- lo que ella es.

 

Y al señalarnos ese «deber ser» de la democracia, el vocero del grupo Ramos suma dos elementos: 1) expresión genuina del gobierno de las mayorías, más 2) expresión genuina de la voluntad de transformación revolucionaria que los viejos partidos niegan.

 

¿Por qué no se contenta Alberti con decir que la democracia es el gobierno de las mayorías? Porque él pretende enseñarnos lo que la democracia «debe ser». Así, cae bajo su guadaña crítica la hipótesis nada inverosímil de un «gobierno de las mayorías» que no exprese la «voluntad de transformación revolucionaria» que, por lo visto, «los viejos partidos niegan». Toda esta fraseología desemboca, so pretexto de revolución nacional, en descalificar como deseable y como objetivo de lucha popular, el simple, modesto, pero indispensable hecho de que el pueblo pueda ya mismo elegir a sus gobernantes, aunque no les dé un mandato revolucionario, o aunque éstos no sepan o no quieran cumplirlo.

 

Y sin embargo, esta bandera es irrenunciable para un revolucionario, sin perjuicio de su derecho y de su deber de pugnar una salida transformadora profunda, utilizando para esto el espacio ganado por las luchas democráticas del pueblo, participando en esas luchas y esforzándose por consolidar sus resultados con el aplastamiento de la oligarquía y su poder económico-social.

 

ANTAGONISMO INADMISIBLE

 

Que el sector Ramos establece un antagonismo entre lo democrático y lo nacional, utilizando esto último para descalificar aquello, es una constante. De ahí que el editorial de «La Patria Grande» de octubre de 1981 lleve este título de primera Plana: » Ante la agonía del Régimen, ¿frente democrático o frente nacional?».

 

El dilema es perfectamente sectario, ya que la «agonía del régimen» se manifestaba (en octubre de 1981) por el vuelco a la oposición de una abrumadora mayoría de la sociedad Argentina, sin que pudiera afirmarse que la totalidad de esos sectores fuesen, además, partidarios de la «revolución nacional».

 

Por consiguiente, si era y es preciso construir una articulación de «frente nacional», también es necesario articular una resistencia general, de carácter democrático, contra la dictadura militar oligárquica y sus agentes en el campo político. Ambas reivindicaciones, la «nacional» y la «democrática» reflejan la contradicción entre el «pueblo» y el «bloque de poder». Ellas son, objetivamente, diferentes, aunque tendencialmente se atraigan entre sí. Es nuestra tarea ayudar a ese proceso de síntesis, procurando que lo «nacional» se haga «democrático» y lo «democrático» se haga «nacional». Pero no lo lograremos si empezamos por contraponer un aspecto al otro para negar de hecho uno de ellos, con el resultado de aislar lo nacional de lo democrático.

 

Es lo que hace, por ejemplo, Jorge Abelardo Ramos («La Patria Gran-de», noviembre 1982.) cuando afirma: «Los partidos ‘democráticos’ generalmente apoyan, mientras les conviene, a los militares como el general Videla y se oponen siempre a los oficiales como Perón. Pero cuando los Videla muestran su decadencia, los «democráticos» saltan del barco que se hunde y se vuelven «antimilitaristas» en general, porque sospechan que quizás aparezcan en algún momento los militares patriotas que se unan a los trabajadores para poner término a tanta infamia».

 

Previamente, Ramos había escrito: «los envejecidos partidos, que medraron directa o indirectamente a la sombra y en el regazo del poder militar mediante el goce silencioso de ministerios, embajadas, gobernaciones e intendencias (salvo el peronismo y el FlP), desde el 2 de abril se han vuelto ‘antimilitaristas’ «.

 

Aquí el embrollo es fenomenal (incluso, y no casualmente, sintáctico).

Y entran en una misma bolsa, por ejemplo, la FUFEPO, el socialismo democrático o la democracia progresista, de un lado, y el radicalismo, el Pl, la democracia cristiana, del otro, al más puro estilo ultraizquierdista. Aunque se concede al peronismo no haber granjeado prebendas, se lo involucra entre los «envejecidos partidos» ahora «antimilitaristas», pero no se entiende por qué entonces la sutil distinción moral si el peronismo participa como es público y notorio de la multipartidaria. Se saltea este hecho evidente: si los «envejecidos partidos» han acentuado su oposición al gobierno, ello se debe en primer término a que el pueblo argentino así lo ha hecho ya que el gobierno, además de oligárquico, es un gobierno militar. Sostener que estos partidos apoyaron a Videla hasta que éste mostró su decadencia y ahora combaten al gobierno temerosos de que surja un nuevo Perón de las filas militares es haber perdido todo nexo con la realidad.

 

Para la oligarquía, la misma autocracia militar que engendra y de la que se sirve, encierra, como para el imperialismo, un peligro en potencia: el deslizamiento bonapartista de signo nacional. Que esto cuadre a los Manrique, Guzmán y compañía, no ofrece dudas. Pero, ¿puede caracterizarse al radicalismo, al Pl, a la democracia cristiana como «partidos oligárquicos»? Y el peronismo, ¿qué papel juega en todo esto? Alienta en los párrafos comentados una idea apenas encubierta: que los partidos (o la «partidocracia» de BIas Alberti) son una pura negatividad, caso perdido para el proceso nacional, y que la salvación vendrá de los «militares patriotas que se unan a los trabajadores para poner término a tanta infamia». ..a tanta infamia. ..de los viejos partidos. Curiosamente, estos «militares patriotas» se unen a los «trabajadores», no al pueblo, rasgo «izquierdista» que no deja de ser sugestivo, ya que en definitiva supone la descalificación del componente no proletario de la revolución nacional, exceptuados aquellos «militares patriotas». La descalificación, sobre todo, de la pequeña burguesía, respecto a la cual el sector Ramos siente una especial «predilección».

 

DESCALIFICACIÓN DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA

 

Así, la vieja tesis de la izquierda nacional, que alguna vez suscribieron Ramos y Alberti, de que la alianza plebeya entre los trabajadores y la pequeña burguesía constituye el eje fundamental de la revolución popular en la Argentina, es enterrada con todos los honores, y, junto a ella, los aspectos democráticos de la lucha nacional.

 

Sin duda, la tarea de reconstruir el frente nacional incluye como tema privilegiado la lucha por el desarrollo y predominio de una corriente patriótica, democrática y nacional en el seno de las Fuerzas Armadas.

 

Esto exige una política respecto a las Fuerzas Armadas, que en la actual situación histórica reconoce como eje la asimilación y profundización de la experiencia Malvinas, como espejo que refleja el nudo del drama nacional, la dependencia, y pone en crisis la doctrina oficial de la seguridad nacional y demás aberraciones de la colonización ideológica.

 

Sin lograr este objetivo, dicho sea de paso, es coyunturalmente precaria toda democratización, no sólo por la posibilidad crónica de un desenlace golpista sino porque fuerzas armadas imbuidas de espíritu oligárquico actúan como freno y vigía contra cualquier política renovadora, contribuyendo a generar así fenómenos de estancamiento, involución y crisis económico-social en los gobiernos populares, con su consecuencia de «caos» y caldo de cultivo justificatorio del golpismo. Esto demuestra que la estabilidad democrática de que hablábamos arriba no es mecánica, deriva de condiciones de infraestructura (presencia o extirpación del poder económico oligárquico-imperialista). También depende de factores políticos intrínsecos, uno de los cuales es, precisamente, la relación pueblo-fuerzas armadas. Pero no el único: el grado de conciencia de la sociedad argentina respecto a salidas golpistas; el arraigo de hábitos de democracia en el seno del pueblo, proscribiendo las formas sectarias, irracionales y violentas, etc., son otros tantos factores cuyo logro permitirán sin duda reducir el margen de maniobra oligárquico y asegurar el cumplimiento de un período de transición y de acumulación de las fuerzas nacionales.

 

Pero volvamos a las Fuerzas Armadas. Una política hacia ellas supone, esencialmente, tomar como punto de partida los contenidos de su propia experiencia, digamos, existencial, por provenir no de una mediación discursiva sino de su forma específica de inserción en la realidad. Así, históricamente, la corriente militar de nacionalismo industrialista provino de una reflexión sobre los problemas de la defensa nacional. El tema Malvinas, sus múltiples aspectos políticos, militares, económicos, etc., es hoy insoslayable.

 

La lucha por el frente nacional exige la articulación de una diversidad de políticas para la diversidad del sector «pueblo», por oposición a «bloque de poder» oligárquico, las cuales deben cumplir el mismo requisito metodológico de arrancar de los contenidos primarios de experiencia y propender a su correcta generalización e integración en la «cuestión nacional».

 

Pues bien, no alcanza a comprenderse por qué el sector Ramos, por el contrario, aplica el método del «antimilitarismo abstracto» a la peque-ña burguesía democrática, cayendo así en un reduccionismo sectario de la peor especie. La descalificación sistemática de los partidos «democráticos», de los «envejecidos partidos» (lo que incluye al peronismo, aunque aquí y allá por consideraciones tácticas se formule alguna reserva a su respecto) equivale al antimilitarismo abstracto de la pequeña burguesía «liberal». También aquí el error consiste en no abordar la cuestión desde su interioridad dialéctica, desde la concreta inserción, contenido de experiencia y conflicto específico del sector considerado, al que se lo descalifica desde arriba y afuera, en no ver la contradicción ni esforzarse por desarrollarla en un sentido progresivo. Pues sin duda, en el caso, los «viejos partidos» son todo lo que dice Ramos y mucho más que no dice, reflejando en gran medida las vacilaciones y dilemas de los sectores medios de la sociedad argentina y la falta de un programa revolucionario del proletariado. No se discute que muchas conducciones (incluso peronistas, Ramos lo niega, pero naturalmente lo sabe) han querido contemporizar y granjear con el régimen; pero tan importante como ello es que el régimen, orgánicamente, no admitió «compromisos» de ninguna índole, y así la verdad de la situación fue abriéndose paso, contra los pronósticos de Ramos, por ejemplo, en el sentido de que la Multipartidaria iba a concertar un candidato militar con Viola.

 

EL CAUCE DEMOCRÁTICO-POPULAR

 

Lo que Ramos en definitiva no ha visto es que por debajo de las combinaciones, esperanzas, vivencias y proyectos que en cada coyuntura se entrecruzan, operaba como factor determinante la naturaleza social oligárquico-imperialista de la dictadura militar, que tornaba imposible un acuerdo con un sector ponderable del pueblo argentino, por ejemplo, con vistas a aislar a la clase trabajadora. Por consiguiente, el movimiento histórico se operó en el sentido contrario, y esto encontró su reflejo en el progresivo endurecimiento de los grandes partidos. Tal es el marco más general, en cuyo seno deben apreciarse y no disimularse las obvias complicidades, cobardías y limitaciones del liderazgo político, las cuales, sin embargo, no autorizan a identificar a Américo Ghioldi o la FUFEPO con Contín y la UCR, por ejemplo, aunque todos hayan aportado embajadores o intendentes.

 

Esta contradicción social básica es la que dota a las banderas democráticas de una fuerza incontenible y generadora. Es preciso, en cada momento de la coyuntura, apreciar qué consignas ocupan el lugar central movilizador. Sin la menor duda, a partir del 2 de abril, y en tanto se desarrollaron las operaciones bélicas, el lugar central fue ocupado por las banderas nacionales de la lucha militar, política, ideológica y económica contra el imperialismo británico, yanqui y europeo-occidental, la lucha por convertir la mera confrontación militar en una victoriosa guerra de liberación contra el imperialismo.

 

Cuando, en aquellas circunstancias, algunos sectores bien inspirados pero a la vez desorientados, enarbolaban la consigna «Malvinas sí, Proceso no», nosotros consideramos equivocado el planteo, ya que equiparaba de un modo no dialéctico, abstracto, en definitiva inmovilizante, los términos de la contradicción entre la naturaleza del gobierno oligárquico; y la naturaleza del conflicto (nacional, antiimperialista). Consideramos, por el contrario, que la guerra de las Malvinas era la crítica del Proceso. Por consiguiente, las banderas democráticas, las reivindicaciones sociales y la lucha por el nacionalismo económico debían reformularse como aspecto dinámico impulsor de la guerra contra el ocupante extranjero, la cual a su vez arrojaba una esclarecedora luz sobre la naturaleza de la crisis nacional en todos los aspectos, poniendo al desnudo las falacias del colonialismo ideológico (mundo «occidental y cristiano», «tercera guerra mundial», no somos «tercer mundo», seguridad nacional, liberalismo económico, etc).

 

Concluidas las operaciones bélicas, durante las cuales nos esforzamos por contribuir a que se superasen sobre la marcha las tremendas limitaciones político-militares de conducción, la lucha democrática del pueblo argentino por reconquistar su soberanía política pasa a ocupar, nuevamente, un lugar central.

 

Al mismo tiempo, no se nos oculta, antes bien, enfáticamente lo señalamos, que la latencia y enseñanzas del conflicto Malvinas deben ser sostenidas en firme confrontación política contra quienes, desde el campo civil o militar -con argumentos a veces contrapuestos pero de hecho convergentes- quieren enterrar la gesta del 2 de abril, y es fácil demostrar que ambos aspectos -el democrático. y el nacional- rápidamente se interrelacionan y se involucran recíprocamente. Si los argentinos fracasásemos en revitalizar una perspectiva de emancipación nacional, no lograríamos consolidar ni la democracia, ni la soberanía, ni la justicia social.

 

Pero esta perspectiva no puede sostenerse sino en el cauce de la movilización democrático-popular. Esto es lo que olvida el sector Ramos, como si jugase sus cartas a un hipotético golpe militar nacionalista que reconociese al FIP como mentor ideológico-político. Así, en lugar de desarrollar la tesis justa de la unidad pueblo-fuerzas armadas en el seno del pueblo, se pasa insensiblemente a una utopía reaccionaria de tipo nacional-autoritario, desprovista de base real.

 

LA CRISIS DE LOS PARTIDOS

 

Desde esta óptica distorsiva se explican las parrafadas contra la «partidocracia» o la célebre acusación de «demoliberales» que el grupo Ramos acaba de lanzar contra nuestra Corriente Nacional.

 

Toda democracia representativa contiene en diverso grado elementos «expropiatorios» de la voluntad política del «pueblo soberano», que residen tanto en el aparato del Estado como en el de los partidos políticos. Esta tendencia a sustituir la voluntad popular real por la de los aparatos es específica, pero a la vez se supedita al poder económico, social y cultural de las clases dominantes. Es conocida la utilización por la derecha autoritaria de aspectos de esta crítica, en nombre no precisamente de la justicia social y la soberanía real del pueblo. Exhumarla desde la izquierda, en momentos en que nuestro país y el cono sur latinoamericano sobrellevan la maldición de dictaduras pro-imperialis-tas no precisamente «partidocráticas» ni «demoliberales» es el colmo de la desdicha.

 

Pero supongamos que se sostenga: «Los partidos manifestaron una debilidad en el conflicto Malvinas, oscilando salvo excepciones entre el

derrotismo y el mero seguidismo; sus programas económicos son de una tremenda cobardía, como lo revela la actitud generalizada en materia de deuda externa. Sólo una corriente de nacionalismo militar generada a partir del 2 de abril como gesta nacional y de las experiencias de la derrota podrá asegurar la reanudación de la lucha emancipadora contra la dependencia y el poder oligárquico». ¿Qué opinar de este punto de vista?

 

En primer término, es válida la crítica contra la dirigencia político-democrática argentina. Pero quien se atiene solamente a los síntomas se  condena a revolotear por las ramas. Lo que esos síntomas revelan es el agotamiento de los programas históricos en la perspectiva de la crisis contemporánea, el agotamiento del programa del 45.

 

Parte de este problema deriva de los siguientes dos factores: 1) El congelamiento político producido por sucesivas dictaduras militares oligárquico-imperialistas, que ha distorsionado la vida interna de las agrupaciones  partidarias y reprimido la libre expresión de las fuerzas populares; 2) Presiones hostiles, por un lado, concepciones y prácticas erróneas, por el otro, que han introducido en el seno del pueblo expresiones de antagonismo y violencia irracional, congeladoras del gran debate que el país necesita acerca de su destino y perspectivas. Entre estas prácticas distorsivas figura el autoritarismo sectario que ha estrangulado al FIP de Jorge Abelardo Ramos.

 

La lucha por superar este nivel de retroceso supone tres objetivos fundamentales: 1) Movilizarse para lograr la plena recuperación de las libertades democráticas y la soberanía política popular, ya que sólo en su ejercicio será posible elaborar las instancias superadoras; 2) La lucha por defender y extender, como patrimonio de la civilización política argentina, la democracia en el seno del pueblo, pues sólo así podrá hablarse de debates y opciones en niveles racionales y objetivos, erradicando las diversas formas de violencia y terrorismo práctico o ideológico; 3) La actualización doctrinaria que suministre el aglutinante de un programa de movilización y realizaciones para el frente nacional.

 

En este marco, la conclusión obvia del punto que examinamos consiste en privilegiar el triple nivel de actuación que aguarda a una gran fuerza de izquierda nacional en la Argentina: su participación activa y no sectaria en la lucha democrática; la creación de un sistema de relaciones constructivo, en el campo nacional; su aporte militante a la actualización programática ligando en todo momento los objetivos inmediatos con la perspectiva estratégica de la liberación y el socialismo, sin la cual la lucha antioligárquica depara en definitiva victorias a medias y frustraciones.

 

Por lo tanto, «declarar la guerra » a los partidos es convertir las banderas nacionales en una abstracción autoritaria y estéril y no resulta siquiera necesario para fundar vigorosamente la razón de ser inexcusable de la izquierda nacional en el panorama político argentino.

 

¿GOLPE NACIONALISTA O FRENTE NACIONAL?

 

En segundo lugar, todo lo que venimos diciendo, todo lo actuado por la Corriente Nacional desde su fundación, nuestras reiteradas posiciones a partir del 2 de abril, manifiestan nuestra convicción de que sin el doble movimiento de un replanteo nacional-democrático desde y hacia las Fuerzas Armadas, la democracia se convierte en una fórmula vacía. El Frente Nacional no es una mera convergencia de partidos con fines electorales o de cogobierno, sino una vasta articulación programática y un compromiso histórico fundamental del conjunto de sectores dinámicos y mayoritarios de la sociedad argentina. Concebir el juego democrático en nuestro país dependiente y subyugado como una mera «competencia» y «alternancia» de partidos políticos, con fuerzas armadas «profesionales», es confundir nuestra realidad con la de países con su cuestión nacional resuelta.

 

Por consiguiente, hay un lugar no sólo posible sino también necesario para el nacionalismo militar democrático, cuya tradición, por otra parte, recorre activamente nuestra historia desde los orígenes emancipadores y ha dado nacimiento, en las jornadas del 14 de agosto de 1806 y del 25 de mayo de 1810, a las propias Fuerzas Armadas.

 

No se descarta en abstracto, como «hipótesis de futuro», que un golpe militar nacionalista ponga fin a una seudo-legalidad «civilista» y oligárquica, como lo prueban ejemplos del tercer mundo, América Latina y nuestro propio país. ¿Pero es ésta la perspectiva que enfrentamos? ¿Es este el «modelo» que propondremos a los hombres de las Fuerzas Armadas que, a la luz de las experiencias vividas, se replantean el destino nacional? Sólo con formular la pregunta obtendremos la respuesta.

 

Si por un instante imaginamos que un sector «nacionalista» ha obtenido

posiciones virtualmente hegemónicas en el seno de las Fuerzas Armadas, un golpe de Estado resultaría un paso catastrófico para ese sector, que quedaría inexorablemente sometido al doble aislamiento oligárquico-imperialista y de vastos sectores populares, incluida la clase trabajadora.

 

Si hay una política nacional desde las Fuerzas Armadas y hacia las Fuerzas Armadas, ella sólo puede consistir en su convergencia hacia una solución democrática global gestada y elaborada por la soberanía del pueblo argentino.

 

Tal como dijimos anteriormente, la colonización ideológica de la cúpula

militar durante las últimas décadas, no se manifestó sólo en el momento del golpe y de la dictadura subsiguiente, sino como espada de Damocles sobre los gobiernos surgidos de elecciones. Parte de las debilidades y limitaciones de la conducción de los partidos mayoritarios, especialmente el peronismo, se explica por el implícito de Fuerzas Armadas con poder de veto contra medidas revolucionarias. La presencia de una dirigencia militar integrada a una perspectiva nacional y democrática obraría en sentido contrario, y esta es la perspectiva que cabe alentar.

 

Con frecuencia, en el pasado, el «civilismo», el «antimilitarismo» de la «izquierda», sirvieron ya sea para ocultar la raíz oligárquica del autoritarismo militar, desviando el objetivo estratégico de la lucha popular, ya sea para sabotear los esfuerzos emancipadores del nacionalismo militar, en nombre de la «democracia». Baste recordar los casos de Perón, Villarroel y Velazco Alvarado. Pero de ahí no se desprende que, como revolucionarios socialistas de la Argentina semicolonial, nosotros erijamos como «modelo» el golpe militar nacionalista, aunque sabremos reconocer siempre, en toda coyuntura, la opción nacional, de la que formamos parte indisociable.

 

EL “CULTO A LA PERSONALIDAD»

 

Apreciaciones semejantes corresponden respecto a la doctrina monárquica elaborada por el sector Ramos, no sólo en lo concerniente al manejo interno del partido sino también a la política nacional. Ambos aspectos (del primero ya hemos hablado) se relacionan, pues desde su feudo FIP Ramos se propone como sucesor de Yrigoyen y Perón.

 

No es el caso explayarse aquí sobre la crítica de la izquierda nacional al «antipersonalismo» seudo-democrático y seudo-izquierdista contra relevantes líderes nacionales del Tercer Mundo. La idea de la «república», cosa-pública, poder impersonal e institucional compartido, choca en los países dependientes del tercer mundo con la incipiencia de la estructuración social e ideológica, la satelización cultural de las reducidas clases medias, el poder avasallante del imperialismo extranjero, etc. En nuestro país, la oligarquía fue (y lo sigue siendo hasta cierto punto) la única clase desarrollada, política y culturalmente hablando.

 

De ahí que los movimientos nacionales exhiban a menudo un grado particularmente alto de concentración personal del liderazgo, de relación caudillo-masas, compensando y neutralizando en cierto modo la debilidad orgánica de la sociedad dependiente. Oponer a ello modelos ideales «antipersonalistas», «antiverticalistas» en sentido abstracto es ideológico y reaccionario. Pero proponer a su vez el liderazgo personal «carismático” como norma y modelo es, de otra manera, también reaccionario. Contra esto advirtió el propio Perón al decir que la doctrina y la organización «vencen al tiempo». Nuestro esfuerzo sistemático y militante debe consistir en ayudar a vencer al tiempo, y no en lo contrario.

 

UN GARCIA MEZA «ANTIIMPERIALISTA»

 

Por desgracia, las posiciones que venimos criticando no se ciñen siquiera a lo meramente declarativo, e involucran tomas prácticas de posición.

 

Ya en agosto de 1980, cuando se produce en Bolivia el golpe de Meza, «La Patria Grande» se pronunciaba en estos términos sobre el siniestro cuartelazo:

 

«Resulta muy curioso -decía entonces el órgano de Ramos- el cerco organizado contra el golpe militar del general García Meza, si se considera que está inspirado en los Estados Unidos». Tras recordar Vietnan, Santo Domingo e Irán -hazañas del imperialismo yanqui-, proseguía el artículo: «De modo que su oposición al pronunciamiento militar Boliviano no parece inspirada en los mejores intereses de América Latina. Claro que como siempre ocurre, está seguido por los «cuzcos ladradores» de la OEA y los mil partidos democráticos que se resfrían cuando Washington estornuda ¡A este coro ensordecedor se agregó la Agencia Tass! Por tales razones la oposición a los militares bolivianos aparece como muy sospechosa”.

 

A Ramos y sus amigos bolivianos sólo una cosa se les olvida: preguntarse qué opinaron la clase trabajadora y el pueblo de Bolivia sobre el golpe de García Meza, golpe dirigido no contra una república oligárquica sin sustancia democrática sino contra el Congreso recién electo por el pueblo del país hermano.

 

Esta pregunta directa y elemental fue sustituida por la siguiente especulación metafísica: «Si el imperialismo yanqui es enemigo de Bolivia al igual que la burocracia soviética, y ambos condenan el golpe de García Meza, el golpe ha de ser bueno y la oposición «a los militares bolivianos” resulta «sospechosa». No falta la referencia ritual a los «mil partidos democráticos» de Latinoamérica «que se resfrían cuando Washington estornuda», convirtiendo sin más a estas fuerzas intermedias, contradictorias y fluctuantes en apéndices del imperialismo, ni, como en tablero de ajedrez, («donde se odian dos colores») la no menos ritual referencia «a los militares bolivianos» supuestamente enfrentados a Washington y Moscú.

 

Acá el imperialismo y la burocracia soviética dejan de ser formaciones

histórico-sociales para convertirse en principios metafísicos del «mal», y así le va al análisis.

 

Es cierto que la nota de «La Patria Grande» promete un artículo extenso que jamás apareció, y también es cierto que por anteriores merecimientos Ramos fue invitado a la reciente asunción de Siles Zuazo. A su regreso de Bolivia, entrevistado por «La Patria Grande», Ramos formuló interesantes declaraciones que no incluían por supuesto una explicación sobre el elogio a García Meza de agosto de 1980, pero sí algunas perlas adicionales.

 

«Da la impresión -vaticina- de que la vieja y nueva Rosca tiende a apoyarse en el Congreso contra el Presidente, cosa que tenemos muy vista en América Latina.  De modo que la oficialidad institucionalista, las masas populares campesinas y el presidente Siles constituyen la base para un futuro revolucionario en Bolivia, en tanto que el resto de los partidos conspira en general contra ello» ( noviembre de 1982) .

 

Aunque Ramos no es un protagonista de la política boliviana, el ojo de un revolucionario debe colocarse en el punto de vista de un militante,  de un actor, y no en el punto de vista «descriptivo» de un sociólogo de Harvard. La posibilidad de un bonapartismo encarnado en un líder pIebiscitado por mayorías campesinas y sostenido por las Fuerzas Arma-das está -con distintos signos y valores- en los planes de la Historia Universal, y en un país de nuestra balcanizada América Latina puede imbuir de un contenido limitadamente progresista. Pero, ¿qué significa en la especulación de Ramos la sin duda deliberada omisión de la clase obrera y la pequeña burguesía bolivianas, así como la condena apriorística de «los demás partidos»?

 

Obsérvese, antes de responder, que «los demás partidos» no se con-traponen aquí a una enumeración previa de ciertos partidos sino a los militares institucionalistas, los campesinos y Siles Zuazo, enfilados en un orden que implica a su vez una definición. Por consiguiente, «los demás partidos” son los partidos en general, incluido el partido de Ramos.

 

Lo que Ramos en primer término nos dice es, por lo tanto, que no hay en Bolivia lugar para una política de izquierda nacional entroncada con

las masas, y en segundo lugar, que ni los trabajadores mineros y urbanos ni la pequeña burguesía boliviana cumplen un papel ponderable en el frente nacional. Por último, también nos dice que colectividades militantes que intenten expresar un programa y busquen apoyaturas sociales en sectores del pueblo (los partidos populares) son, por definición, sospechosos o francamente repudiables. Con lo cual desembocamos en el paradigma de un líder con respaldo militar y apoyo campesino.

 

Lo que hace particularmente significativo este análisis es su referencia

a la mayoría campesina, propia de la realidad boliviana, pues Ramos no puede olvidar el carácter francamente ambiguo de ese sector social y, por lo tanto, la importancia decisiva del elemento ideológico, programático y organizativo para volcar en uno u otro sentido el accionar de las masas rurales.

 

LA MULTIPARTIDARIA, ¿UNA UNIÓN DEMOCRÁTICA?

 

Como es sabido, el FIP-Ramos denunció y saboteó la marcha de la Multipartidaria del 16 de diciembre último. A la luz de lo que precede es fácil comprender que no se trata de una actitud circunstancial, producto de un rasgo de intemperancia o enfado, sino de una posición orgánica y consecuente. Mucha gente expresó su «sorpresa» ante el saboteo a la Marcha, “¿han perdido la brújula?», preguntaban algunos, pero se trataba de una falta de información. Es cierto que las consecuencias más disparatadas de ciertos planteos aberrantes pueden a veces ser corregidas apelando empíricamente al sentido común, pero no es este el caso. De cualquier modo, lo sorprendente hubiera sido que el FIP-Ramos apoyase la Marcha del 16 de diciembre.

 

El antecedente más inmediato del caso son las referencias a la Multipartidaria formuladas por Ramos en el reportaje que la revista Esquiú (representante de la derecha católica) le publicó el 28 de noviembre último.

 

Le preguntan: «La Multipartidaria acaba de dar a conocer un documento en el que rechaza la concertación propuesta por el gobierno. ¿Cómo puede afectar esto al gobierno, qué puede pasar? Ramos contesta: «Bueno, ya se sabe …la Multipartidaria pertenece más al arte musical que a la lucha política, es, una especie de Camerata Bariloche que tiene…mucho que ver con el general Viola. Además, con este gobierno todos han tenido algo que ver. ..»

 

Atacar a la Multipartidaria a propósito del documento en que ésta rechaza la concertación, es pronunciarse a favor de la concertación, vale decir, por oficializar el condicionamiento de la soberanía popular.

 

Que Ramos propicie el diálogo de los políticos con las Fuerzas Armadas nos parece enteramente necesario y legítimo, ya que hay mucho silencio que repechar entre los argentinos, y este diálogo debe ser formal e informal, público y privado (lo que no significa clandestino, de espaldas al pueblo). Pero lo concertación era otra cosa, era la propuesta de un compromiso limitativo, por sobre la soberanía popular.

 

Al respecto, hemos afirmado recientemente: «Estamos por el diálogo entre todos los argentinos y también, por lo tanto, con las Fuerzas Armadas para clarificar problemas y perfilar una experiencia nacional; pero estamos contra toda concertación, que es condicionamiento. Para nosotros, la antinomia no es civiles contra militares, sino patria o colonia, soberanía popular o poder oligárquico».

 

Ramos alude a viejas complicidades de otros (generalizando de paso en forma injusta y metiendo a todos en la misma bolsa, desde el justicialismo a la FUFEPO) para encubrir su complicidad presente con el gobierno, su apoyo a la concertación.

 

En el mismo sentido afirmará en declaraciones a «La Voz del Interior» del 16 de enero último: «La Multipartidaria fue creada por el general Viola para facilitar su ascenso al poder y adquirió con el tiempo todas las características de la Unidad Democrática que vimos allá por 1945».

 

Como nadie ignora, la Multipartidaria surgió con posterioridad a la asunción presidencial de Viola y explicarla como una maniobra de ese fugaz presidente es francamente abusivo. Pero, curiosamente, con esa caracterización, Ramos se enreda en sus propios pretextos, pues no explica por qué el FIP que él conduce se empeñó en formar parte de dicho nucleamiento político con la pretensión públicamente manifestada de ser uno de los partidos convocantes.

 

En otras palabras, la Multipartidaria pasó a ser un engendro de Viola a partir del momento en que los «cinco» no admitieron a Ramos en el cónclave. A pesar de ello, el FIP-Ramos aceptó la invitación a integrar la Multipartidaria como partido adherente y sus representantes asistieron a las reuniones preparatorias del documento «Antes de que sea tarde» de diciembre de 1981, como también lo hicieron por su parte los del FIP-Corriente Nacional.

 

Esto habla a las claras de la ligereza mesiánica con que el FIP-Ramos elabora sus caracterizaciones políticas, que en este caso han dependido enteramente del choque entre la aspiración y el logro.

 

¿ES BIGNONE UN NUEVO PERÓN?

 

«Nosotros no creemos en la Unidad Democrática sino en el Frente Nacional -prosigue Ramos- no creemos en una democracia formal sino en una democracia y revolución nacional. Y observamos que los partidos que integran la Multipartidaria no quieren otra cosa que la urna, el voto y los diputados».

 

El redactor del diario cordobés le observa entonces que «la diferencia entre la Unión Democrática y la multipartidaria radica en la integración del justicialismo a esta última». Ramos responde: «La actitud de algunos justicialistas que están en la Multipartidaria va a tener que ser juzgada por los peronistas y a su juicio me voy a remitir».

 

Hubo una época en que Ramos apelaba a la consigna de Frente Patriótico como forma general de articular la oposición del pueblo a la dictadura militar oligárquica. Hoy, en cambio, encuentra que los partidos, sin excepción, están obnubilados por la urna, el voto y los diputados, lo que a sus ojos -limpios de «urgencias electorales»- es definitivamente abyecto. Como la dirigencia sindical, por otra parte, se alinea en las diversas corrientes internas de un Justicialismo a cuya conducción globalmente descalifica, se nos ocurre preguntar, ¿con quién piensa hacer Ramos el Frente Patriótico, como no sea consigo mismo? ¿Con el MAS, con Alsogaray, con Hirsch o con Bignone?

 

Ya hemos visto cómo Ramos condiciona su aceptación a las banderas democráticas a la previa aceptación por todos de los postulados de la «Revolución Nacional», lo que es un extravío sectario. Pero afirmar que la Multipartidaria es una Unión Democrática raya con lo delirante, no sólo por la presencia del Justicialismo en ella, que el redactor de «La Voz del Interior» le apunta, sino también porque no todo acuerdo o suma de partidos que ponga el acento en las libertades públicas y en el llamado a elecciones es una Unión Democrática.

 

El político Ramos ha olvidado lo que sin duda no ignora el historiador, a saber, que la Unión Democrática se caracterizó por un contenido oligárquico central, de clase, y por funcionar como polo antagónico antinacional del polo nacional encarnado en 1945-1946 por Perón. Surgió en presencia de un ascenso nacional del pueblo argentino y en oposición a él. Movilizaba, es cierto, a sectores populares de la pequeña burguesía, y levantaba contra el peronismo reivindicaciones democráticas; pero esto no era su rasgo definitorio sino el elemento coyuntural, «frentista» de la política oligárquica. Por lo tanto, si la Multipartidaria es la Unión Democrática, ¿dónde está Perón, quién cumple aquí ese papel?

 

¿Bignone?, ¿Nicolaides? ¿O el propio Ramos? Las dos respuestas posibles son igualmente absurdas. ¿Y está la oligarquía detrás del “pentágono político»? Aunque pueda hablarse de la influencia oligárquica sobre sectores de las fuerzas mayoritarias, sólo el infantilismo político más extremo podría identificar a la Multipartidaria con la oligarquía.

 

Es el mismo infantilismo que, en la parte final de sus declaraciones, permite erigirse a Ramos en censor del peronismo y negar que ese movimiento y partido estén orgánicamente integrados a la Multipartidaria, sin que ningún dirigente representativo de ninguna de sus ramas haya impugnado la decisión formal de sus cuerpos de conducción. Ramos apela aquí a las «bases», según la célebre táctica «ultra» del «frente único por abajo». ¡Ellas «juzgarán» la actitud de «algunos justicialistas» que están en la Multipartidaria!

 

Hay otro punto que debe consignarse aquí. Toda la disparatada crítica hacia la Multipartidaria encubre la subestimación de un elemento    fundamental de la actual problemática política argentina, que es el establecimiento de un acuerdo histórico de las diversas fuerzas «populares» para evitar el recurso del golpismo oligárquico, defender las instituciones representativas y aplicar métodos de convivencia democrática en el seno del pueblo. Sabemos bien que esos pactos, esos acuerdos, esas intenciones no pueden sobreponerse por sí solas a las resquebrajaduras estructurales de nuestra sociedad dependiente, pero a menos de caer en un objetivismo mecanicista, debe admitirse que contribuyen a ampliar el margen de maniobra de las fuerzas populares, y son un logro de la conciencia y de la experiencia colectivas.

 

LA MARCHA DEL 16 DE DICIEMBRE

 

Para colmo de males, el «tema de la Multipartidaria» es para el grupo Ramos una cortina de humo que enmascara la cuestión de fondo, a saber, el boycott a la marcha del 16 de diciembre. La noche de ese día, tras haber participado con su propia columna, sus carteles y volantes, y la consigna «Pan y trabajo. Elecciones ya. Abajo la Patria Financiera», el FIP-Corriente Nacional emitió una declaración en cuya parte final se decía: «No es posible llamar a la lucha y quedarse en casa cuando el pueblo sale a luchar».

 

Al día siguiente, en «La Voz del Interior» de Córdoba, aparecía una declaración nacional del FIP-Ramos explicando el boycott a la Marcha porque la Multipartidaria no planteaba el tema Malvinas y el no pago de la deuda externa. Como crítica es procedente; como justificación del boycott, un despropósito. Boycotear la marcha significó, de hecho, un apoyo a la dictadura militar oligárquica contra el pueblo que salía a manifestar.

 

La contradicción que en diverso grado se presenta entre la movilización popular y sus conducciones presentes está «en la naturaleza de las cosas» y sólo cabe luchar por superarla en el seno de la movilización, no fuera y en contra[1]. Esto último es lo que hizo la ultraizquierda cordobesa en las jornadas de mayo del ’69: cuando los trabajadores, estudiantes y el pueblo en su conjunto se volcaban hacia el centro hirviente de la ciudad, ellos fueron «a los barrios» porque no les merecía confianza la «burocracia sindical» ni los «partidos reformistas». De eso nos hemos reído durante varios años. Pero por lo visto Ramos se ríe ahora de otras cosas.

 

La cuestión, claramente, se plantea en estos términos: a una movilización popular convoca quien tiene fuerza para hacerlo. Si el FIP-Ramos no podía llenar a su llamado la histórica Plaza y sí la Multipartidaria, había que movilizarse con el pueblo. Objetar la movilización por críticas a la fuerza convocante es como sabotear una huelga justa porque un mal dirigente la convoca.

 

Otro argumento que el sector Ramos esgrimió fue el supuesto contenido «pequeñoburgués» de la movilización, un modo, nuevamente, de renegar de los objetivos democráticos, que son populares en general, y de descalificar como masa «reaccionaria » a la pequeña burguesía, desenfreno ultraizquierdista que el grupo Ramos, desde la derecha, hereda.

 

 

LOS DETENIDOS-DESAPARECIDOS

 

No menos errónea es la posición del FIP-Ramos acerca de los detenidos-desaparecidos. Sobre nuestro punto de vista al respecto nos remitimos, más en detalle, al documento enviado en el mes de diciembre al Episcopado Argentino por el FIP-Corriente Nacional, cuyas tesis básicas son: 1) El tema de los desaparecidos debe encuadrarse en una condena global a toda forma de violencia, secuestro, tortura, muerte ilegal, vengan tanto del terrorismo como del contraterrorismo; 2) No se trata, centralmente, de enjuiciar los «excesos» de la represión sino las normas conforme a las cuales ella fue conducida; 3) El objetivo esencial, no negociable, consiste en establecer institucionalmente la verdad de los hechos, en su condena política sin atenuantes, y en el acuerdo nacional solemne para impedir su repetición; 4) Las formas de la represión son un caso de colonialismo ideológico, pues se inspiraron en la práctica de los ejércitos imperialistas en pueblos sometidos (Francia en Argelia; EE.UU. en Vietnam); 5) Desde el punto de vista esencialmente político, el problema de los desaparecidos es el problema de los que no deben llegar a desaparecer. Erradicar el miedo, la muerte ilegal y toda forma de barbarie de la vida política argentina.

 

En tal sentido, apoyamos todas las formas reales de movilización por los desaparecidos como parte de Ia lucha democrática y nacional del pueblo argentino, sin que ello signifique que coincidamos con todas las expresiones políticas de esa lucha. Por ejemplo, disentimos cuando se invita a los argentinos no terroristas expatriados a no retornar al país «por falta de garantías». Estamos persuadidos de que, sobre la base de un real sinceramiento y clarificación de los extravíos del pasado, hay que encontrar formas de reconciliación nacional.

 

¿Qué dice el sector Ramos al respecto?

 

Leemos en «La Patria Grande» de octubre de 1981, a propósito de una entrevista con la Comisión de familiares de detenidos y desaparecidos:

«Aventurerismo terrorista y represión incontrolada son, en definitiva, las dos caras de una misma crisis, la de una sociedad olígárquica enferma de opresión y dependencia».

 

Tras este enunciado, eminentemente general y descriptivo, «La Patria Grande» pasa a cuestiones más concretas: «Hay que evitar la utopía (aconseja) de esperar justicia de una sociedad injusta. …Sólo la lucha por cambiarla de raíz por obra de la acción emancipadora de las grandes mayorías dará realidad al respeto y vigencia de los derechos humanos».

 

Por lo  visto, no cabe «esperar» justicia en el valle de lágrimas de la Argentina oligárquica y es preciso remitirse a la bienaventuranza de la patria emancipada, donde los suplicios del santo Job recibirán gloriosa compensación. Semejante razonamiento sí que es el «opio de los pueblos», aunque se enmascare de fraseología «de izquierda». Seguramente, si el autor de la nota se le ocurriese entablar una demanda de indemnización por despido merecería que el juez dictaminase un «no ha lugar» pues «no cabe esperar justicia de una sociedad injusta». No cabe «esperarla» pero debe lucharse por ella, y ello es el abc, el punto de arranque inexcusable de toda acción emancipadora. Si es cierto que la descomposición de la sociedad oligárquica preña de violencia al cuerpo nacional, no es menos cierto que la lucha contra la violencia en todas sus posibles manifestaciones permite elevarnos a las causas más profundas y generales del problema, es decir, a la lucha contra el sistema oligárquico. El argumento no puede esgrimirse para promover la parálisis y la renunciación.

 

«El premio del dinamitero»

 

De esta actitud seráfica se pasa a un frenético dinamismo cuando, en el extenso artículo titulado «El premio del Dinamitero» se enjuicia el otorgamiento del premio Nobel a Pérez Esquivel. El «dinamitero» no es

Pérez Esquivel sino Nobel, el fundador de los premios de la Paz e inventor de la dinamita; pero el equívoco del título no es inocente. Todo el artículo es una diatriba en que se exhuma desde la complicidad pro-Stalin de los parlamentarios socialdemócratas noruegos frente al exilio de León Trotsky (un tema de rigurosa actualidad) hasta las veleidades carteristas de la «izquierda rosa». De un modo indiscriminado, la perdigonada arrasa a cuantos aprobaron el discernimiento del premio Nobel de la Paz a Pérez Esquivel, gente sin pasión, para «luchar aquí por la soberanía del pueblo», que «siempre espera que la salvación del país provenga de afuera», sin comprender que «esta democracia occidental carteriana sólo persigue sus propios fines». Obviamente, «en nuestro caso, sólo confiamos en la fuerza profunda e irresistible de las masas populares». Excelente, pero parte de esa lucha «profunda e irresistible» es la lucha por los derechos democráticos, la lucha contra los secuestros, las desapariciones, las torturas y los asesinatos, y no todos los que aplaudían el premio Nobel a Pérez Esquivel buscaban que Carter nos sacara las castañas del fuego.

 

No es erróneo, antes bien, cumple, señalar que mientras el imperialismo «democrático» se horrorizaba ante la crueldad inaudita de la Argentina, ensalzaba a Martínez de Hoz como paradigma de racional conducción económica, omitiendo la relación causal directa entre el plan económico y la represión. También es lícito señalar la dispar sensibilidad en materia de derechos humanos, por ejemplo, del señor Mitterrand cuando se trata de su violación en la Argentina que cuando siendo él ministro de Ultramar, de Interior y de Estado, los asesinos eran los generales franceses en Argelia. Pero existe también un campo específico, precaria y relativamente autónomo, de la conciencia moral de la humanidad, que lleva a condenar donde sea estas sevicias y crueldades impuestas por el paroxismo de la «razón de Estado», y, sobre todo, no puede evadirse esta cuestión concreta: «La nominación de Pérez Esquivel, ¿fortalecía o no fortalecía la lucha contra estas prácticas repudiables dentro de nuestro país, emprendida por gente con alto coraje cívico, no complicada directa ni indirectamente con la gangrena del terrorismo subversivo?» En ningún manual de teoría política está escrito que un pueblo sometido del tercer mundo deba despreciar las «contradicciones secundarias» del campo imperialista, aunque es obvio que para quitarnos una soga no corresponde que nos pongamos otra alrededor del pescuezo.

 

Derechos humanos y conciencia nacional

 

La legitimidad de esta lucha es independiente de los errores políticos que juntos o separados puedan cometer sus portadores. Pérez Esquivel, recientemente tratado de «idiota» desde las columnas de «La Patria Grande», ha incurrido en ellos a nuestro entender con creces en cuestiones como la guerra de las Malvinas. Pero eso no lo condena en la esfera de su actuación más específica. No todos, por otra parte, incurrieron en los mismos extravíos durante el conflicto del Atlántico Sur. Ernesto Sábato, por ejemplo, cuya lucha por los derechos humanos ha sido notoria, definió ejemplarmente la cuestión al afirmar: «Esta no es una guerra entre la democracia inglesa y la dictadura militar argentina, sino una guerra entre el imperialismo británico y el pueblo argentino». Pero ni Sábato ni Pérez Esquivel confiaban a Carter lo que sostenían con su pellejo dentro mismo del país, «in vultu Tyranni», «ante el rostro del tirano».

 

Ahora bien, la descomposición del régimen oligárquico estalla como una granada en el cuerpo de la sociedad argentina, afectando a todos sus sectores, desde la clase trabajadora a la juventud, desde la Iglesia a las Fuerzas Armadas, desde los profesionales e intelectuales a los sectores productivos de la ciudad y del campo. Es lógico que las oposiciones generen un mosaico de conflictos, de planteos fragmentarios, de generalizaciones erróneas, que sólo un tenaz proceso de lucha y clarificación político-ideológica permitirá articular en un conjunto. Absolutizar este o aquel aspecto implica sustraerlo a la «voluntad general»; combatirlo o ignorarlo, supone empobrecer de su concurso a esa mismo «voluntad general».

 

Una clarificación del tema «derechos humanos» es indispensable para asentar las condiciones más inmediatas de un florecimiento democrático por el que clama la sociedad argentina. Más allá de los legítimos contenidos éticos y emotivos que entraña el tema, no es posible que su manejo abstracto, no político, genere cristalizaciones que en definitiva nos restituyan a la antinomia «seguridad nacional/pueblo argentino». La «reconciliación» no es una mera empresa ética. Tiene un fuerte contenido objetivo: la recuperación de la conciencia nacional. A ella llegamos desde todos los conflictos y oposiciones, desde el alumbramiento de la guerra de las Malvinas y desde la reflexión crítica sobre la violencia de múltiple signo que nos enlutó por una década.

 

Ni provocación ni complacencia

 

Por consiguiente, entendemos que elude los aspectos fundamentales la posición asumida por el FIP-Ramos ante el equipo de Pastoral Social del Episcopado, al sostener que el gobierno debe suministrar información sobre todos los actos del terrorismo, desde el asesinato del general Aramburu,  y de la acción «contraterrorista » de las Fuerzas Armadas, «incluidos los excesos» que puedan haberse cometido; que la Iglesia se encargue de dar información oficial a los familiares de los desaparecidos y la justicia tome intervención «en todos los casos que sean necesarios».

 

Es sin duda correcto, como ya hemos dicho, que el enjuiciamiento de la cuestión desaparecidos no puede separarse de una condena global de la violencia, lo que incluye enfáticamente la condena del terrorismo subversivo. Pero, así como sería aberrante condenar de este último sólo sus «excesos», lo es también hablar de «excesos» en un tipo de represión cuyo carácter general hemos definido. No son los «excesos» sino la «norma» lo que debe centralmente enjuiciarse, y esto focaliza el tema en el plano político y no en el hipotético ámbito judicial.

 

Por lo demás, ¿qué hacían los terroristas sino levantarse en armas contra el gobierno constitucional elegido por la voluntad soberana del pueblo argentino? ¿Puede omitirse entonces en el análisis la impugnación de un procedimiento represivo que en vez de apuntalar al gobierno constitucional atacado comenzó por derrocarlo para implantar una dictadura singularizada por el Plan Martínez de Hoz?

 

De uno y otro lado se enfrentaron, sobre las espaldas del pueblo argentino, dos proyectos antinacionales cuya escalada resultó simétrica y complementaria. Superar el nefasto círculo vicioso supone la crítica con sentido nacional de ambos proyectos, o sea el establecimiento de un terreno de encuentro para el conjunto del pueblo argentino.

 

Por eso mismo, no podemos aceptar que la cuestión desaparecidos se maneje de modo no político enmarcándola en un civilismo «antimilitarista» que, por un lado, oculta la responsabilidad originaria que también aquí compete a la oligarquía y a las multinacionales; por el otro, empuja al estamento militar a cerrar filas defensivamente, lo que sólo puede ocurrir mediante una regresión reaccionaria al 1º de abril de 1982. Pero esto no significa caer en el extremo inverso de la complacencia, tan estéril como peligrosa, pues sin una profunda autocrítica acerca de la violencia ilegal –incluida la violencia represiva- los procesos se harán recurrentes y abortará desde el vamos toda pretensión de la democracia real.

 

Nuestras perspectivas

 

Resumamos las divergencias que nos separan del FIP-Ramos y vuelven imposible la convivencia en una misma organización partidaria:

 

1)   Abandono del proyecto originario del FIP como confluencia de los diversos sectores y corrientes que se orientasen en una perspectiva de izquierda nacional. Sectarización y mesianismo que impiden, desde el interior del actual FIP, abogar hoy por esa confluencia.

2)   Degeneración autoritaria que ha roto toda legalidad partidaria y estatuye en la figura del presidente del FIP la soberanía de la conducción.

3)   Desviaciones políticas que controvierten nuestras tesis históricas según las cuales la «alianza plebeya» entre los trabajadores y la pequeña burguesía conforma el eje de la revolución popular en la Argentina. Subestimación sistemática de las banderas democráticas, con el corolario de un manejo unilateral de las banderas nacionales. Olvido de la perspectiva socialista.

 

De lo dicho se desprende que al constituirnos en un partido autónomo somos consecuentes con nuestra trayectoria política enriquecida y depurada por las experiencias del período anterior.

 

Al hacerlo, tenemos conciencia de representar un aporte valioso a la tarea que nos convoca, lo cual implica un compromiso correlativo de acumulación y desarrollo de las propias fuerzas en función de esa misma tarea.

 

Con esto queda dicho que no aspiramos a sustituir una secta por otra sino a promover la constitución dé una gran fuerza de la izquierda nacional en la Argentina.

 

Como hemos venido insistiendo, el ámbito de la izquierda nacional posible y necesaria se define por tres rasgos básicos, dentro de la plausible diversidad de corrientes y tradiciones: 1) Sostener la perspectiva socialista en la revolución nacional. 2) Alianza estratégica con el movimiento nacional histórico, es decir, centralmente, con el peronismo. 3) Tercera posición latinoamericana y no alineada. Nuestra visión del socialismo es participatoria y autogestionaria.

 

También hemos dicho que para el movimiento nacional en su conjunto dista de ser indiferente la necesidad de que se desarrolle una poderosa izquierda nacional en la Argentina.

 

En primer término porque la reanudación y desenvolvimiento victorioso del proceso de la revolución nacional supone un desarrollo hacia la izquierda, es decir, el cuestionamiento de las estructuras básicas de la dependencia: el capital extranjero y la oligarquía terrateniente, intermediaria y financiera.

 

En segundo lugar, porque o bien el campo nacional crea su propia izquierda, o se la crearán provocativa y antagónicamente las superpotencias a fin de bloquearlo y estrangularlo.

 

La guerra de las Malvinas ha puesto de manifiesto hasta qué punto la Argentina desempeña potencialmente un papel clave en el destino de América Latina. Para el imperialismo yanqui y el sistema de las grandes potencias que dirimen a nuestras espaldas sus acuerdos y antagonismos, es pues indispensable bloquear a la Argentina, impedir el descongelamiento de su proceso nacional. En este empeño, uno de los objetivos centrales consiste en capturar el lugar de la izquierda a fin de mediatizarla y esterilizarla.

 

Con este fin se despliegan formidables influencias ideológicas y materiales. La magnitud de la confrontación mide, asimismo, la envergadura de la tarea. No es posible responder a ella con espíritu divisionista y estrecho. Sólo ligándonos al viviente cuerpo de la sociedad argentina; sólo multiplicando la relación fecunda y creadora con el peronismo y demás fuerzas de signo nacional; sólo estimulando la confluencia hacia un poderoso movimiento de la izquierda nacional,  seremos consecuentes con la tradición revolucionaria a la cual pertenecemos.

 

 

 

[1]Lo que antecede debe tomarse en términos políticos y no «agitacionistas», para diferenciarse claramente del petardismo que, por ejemplo, pretendió el 16 de diciembre transformar sobre la marcha la naturaleza de la convocatoria instando a permanecer en la Plaza hasta que el gobierno se fuera. Obviamente, asistir a una movilización supone aceptar el marco del poder convocante sin desnaturalizarlo; autoriza, en cambio, a plantear dentro de él las propias consignas y perspectivas; como parte de una batalla política, tal cual lo hizo el FIP-Corriente Nacional.