EXAMEN DEL GOBIERNO DE ALBERTO FERNÁNDEZ, LAS INTERNAS DEL PERONISMO Y LA LUCHA ACTUAL POR LIBERAR LA PATRIA
El campo nacional vive una crisis, mientras el país padece las terribles consecuencias de la derrota de nuestro campo y la instalación trágica del gobierno de Milei y los núcleos del poder económico adictos, que pretenden barrer todos los obstáculos al saqueo de la Argentina. En ese marco, que impulsa desde ya un movimiento de resistencia típicamente nacional –padecemos un virtual apoderamiento del país por una tropa de ocupación extranjera, aunque el origen del gobierno sea el producto de una victoria electoral y esté respaldada por un gran empresariado formalmente nativo–, que será protagonizado por una suma de actores sociales e institucionales, comenzamos por afirmar que no debe apostarse a que el daño que infligirán las medidas de esta gestión aseguren, por si solas, por sus nocivos efectos, la recuperación del poder por parte de nuestro pueblo, antes de que sea demasiado tarde. El pueblo y las fuerzas nacionales y populares necesitan, para enfrentar este momento, superarlo y vencer, y lo necesitan con urgencia, tres cosas: ideas claras, voluntad de apelar al pensamiento crítico y rechazar con energía la propensión a caer en el lenguaje de las chicanas y los slogans simplistas.
Por supuesto, este género de problemas ¡y cuántos más! forman parte de una debilidad estructural e ideológica que no es nueva, donde están las claves de que hayamos perdido el apoyo de las mayorías. Pero dicha pérdida –ese es el primer tema que interesa abordar– no puede atribuirse exclusivamente a la acción o la inoperancia de Alberto Fernández, como si ese fuera todo el problema. No es lícito ignorar, por obvio que sea, que Cristina fue derrotada en las elecciones del 2017 contra un rival anodino, Esteban Bullrich, confirmando un deterioro que se remonta a la derrota, fatal y autoinfligida, del 2015, cuando se faltó a la cita con Daniel Scioli; un crimen que aún no superamos. Y mucho menos pueden ignorarse los límites y contradicciones que fueron propios del ciclo kirchnerista, que también se vieron en el último gobierno, cuyas manifestaciones más serias fueron: por una parte, desechar la visión del peronismo clásico de otorgar al Estado una función empresarial, haciendo de lo público el pivote central del desarrollo del país; por otra, basar la política de construcción de poder en el vínculo con la pequeña burguesía “progresista”, en lugar de privilegiar (sin ignorar a las clases medias) a los trabajadores y el movimiento sindical, que el General Perón no llamó en vano la “columna vertebral” del movimiento parido por la movilización obrera del 17 de Octubre de 1945.
Por su parte, Alberto Fernández debió presidir un gobierno muy condicionado por el legado de Macri, la impagable deuda con el FMI, la destrucción de áreas claves del Estado, la acentuación del carácter cómplice del Poder Judicial y una elite económica que percibió rápidamente las debilidades del poder, ensoberbecida además y cebada por la impunidad que había ganado en el ciclo neoliberal; marco en el cual la gestión compartida entre el presidente y su vice no supo, no quiso o no pudo poner un freno a la estructura oligopólica de los formadores de precios, para moderar su alevoso apetito de ganancias y aliviar a los consumidores, que habían sufrido, a su vez, una caída de los ingresos que el gobierno no logró jamás corregir, en un periodo de permanentes zozobras.
Aun así, en un marco de recesión y vacas flacas, el gobierno defendió a los sectores vulnerables, afectando intereses de las franjas pudientes; volvió a entregar gratis remedios a los jubilados; congeló los alquileres y suspendió los desalojos; congeló tarifas de servicios públicos (las concesionarias hablan de “atrasos del 35%”); estableció el carácter público de las prestaciones de internet; la paritaria de los docentes fue restablecida y no tuvieron freno todas las demás; impuso la doble indemnización por despido, pese a las quejas de todas las patronales; frenó, durante la pandemia, el crecimiento de la desocupación, con las ATP, y auxilió a los sectores más desprotegidos con el IFE; hizo que los jubilados con bajos ingresos obtuvieran aumentos superiores a la inflación y el resto perdiera sólo un 4%; logró (en la catástrofe económico-social que dejó Macri éste es un dato mayor, de gran importancia para la recuperación del consumo) que los salarios perdieran respecto a la inflación mucho menos que en el resto de América Latina. También realizó una nueva moratoria previsional, con la oposición del FMI.
El nivel de producción industrial, luego de la pandemia, alcanzó el nivel del 2015 y la desocupación -al final de su mandato- bajó al 6,2% (más de un 10% con Macri y un 13% inmediatamente después de la pandemia). El gobierno estableció una política de apoyo crediticio para la producción y en el Congreso se aprobó la Ley de Autopartes, para asegurar mayor producción nacional en una de las industrias líderes. La obra pública fue uno de los motores de la recomposición económica. Se entregaron 140 mil viviendas y más del doble estaban en construcción. Se construyeron edificios escolares, desde guarderías hasta universidades. Hubo repavimentación, ampliación de rutas, construcción de puentes y pasos bajo nivel, para facilitar la circulación a lo largo y lo ancho del país.
Cabe destacar, también, la continuidad del plan nuclear; el desarrollo alcanzado en medicina nuclear; la reapertura de la planta de producción de agua pesada (cerrada por Macri). El salvataje por parte del Estado de la firma Pescarmona, para la producción de las turbinas para Yaciretá, que de otra manera se tendrían que haber importado. Se dio continuidad a las grandes obras hidroeléctricas (San Juan, Santa Cruz, por ej.). Durante la gestión de Alberto Fernández se produjo una reactivación de ramales ferroviarios; se realizaron obras de infraestructura y se produjo una recuperación histórica de transporte de carga por ferrocarril. Se realizó, a través del FONDEF, el reequipamiento de las FF.AA., con la reactivación de la producción para la Defensa (Tandanor, Río Santiago, etc.). Y en el área científica, destacaremos entre otros importantes logros, que Argentina cuenta con su propia vacuna contra el Covid-19: la Cecilia Grierson. Se trabajó en el desarrollo de baterías de litio, para no exportar sólo la materia prima, y se acordó con el Brasil de Lula la cooperación técnica en este y otros temas energéticos.
A todo esto, debemos sumar las tres corridas cambiarias que se le quisieron infligir desde el poder económico concentrado, que fueron felizmente contrarrestadas por el gobierno. La devaluación brutal de Milei apenas asumió es un claro indicio de lo que podría haber sucedido durante el gobierno de Alberto Fernández si desde el Ministerio de Economía no se lograba frenar dichas maniobras especulativas, haciendo una defensa exitosa del interés nacional.
Las luchas por el poder
En una intervención próxima a las PASO, Cristina Kirchner dictaminó –como si ella no lo integrara y en ese momento sus seguidores no estuviesen a cargo de áreas importantes del Estado– que “el gobierno de Alberto Fernández es infinitamente mejor que el gobierno de Macri”. Pero es público y notorio que durante los dos últimos años de aquel gobierno, Cristina, entonces vicepresidenta, encabezó junto a su hijo, Máximo, hasta poco antes jefe de la bancada de diputados del Frente de Todos, una campaña de desacreditación del gobierno cuya dupla ejecutiva integraba, campaña que tomó vuelo después de la renuncia de Máximo a su cargo.
La granizada crítica del cristinismo se centró en un tema tan significativo como el modo de relacionar al país con el FMI que había sostenido el dúo Guzmán-Kulfas. A los ministros de Economía y Producción se los culpó prácticamente por cuanta calamidad había ocurrido en la Argentina (salvo la pandemia) antes de las elecciones del 2021, y también después.
Lo llamativo y sospechoso de ese proceder es que Cristina no creyó necesario señalar cuáles eran los fundamentos de su implacable crítica y cuáles eran las políticas que ella sugería, en lugar de las que el gobierno había practicado. Todo se reducía a criticar personas (“los funcionarios que no funcionan”), con vagas referencias al camino que presuntamente se habría abandonado. Esta falta de explicaciones se hizo más llamativa cuando, tras la designación de Massa, que ratificaba y profundizaba la línea del buen relacionamiento con el FMI, hubiera sido lógico esperar una crítica más profunda aún. En vez de eso, en una fecha más cercana, la ex presidente pidió a los suyos atender “al contexto”, antes de juzgar la gestión de Massa. ¿Por qué no aplicar la misma regla, como sería de esperar, al balance de la gestión anterior al tigrense?
A nuestro entender, el misterio, que muchos compañeros y compañeras siguen sin explicarse –y que sirve para explicar la razón por la cual se aceptó la débil precandidatura de Grabois, mientras la más potente de Scioli fue torpedeada con toda la munición disponible– se resuelve comprendiendo que la crítica a la política económica de los ministros nombrados por Alberto Fernández no buscaba dirimir diferencias sobre la política económica, sino anular la definición de Alberto Fernández favorable a que la elección de los candidatos del espacio fueran elegidos en las PASO, lo que negaba la potestad del “dedo” de su vicepresidenta, a quien sus más fervientes seguidores llaman “la jefa”.
Sigamos pues la recomendación de Cristina, entonces: analicemos el “contexto”, pero sin caprichos ni sin someternos a su jefatura. No lo usemos sólo para juzgar a Massa, sino también a Guzmán y Kulfas.
El rol del contexto: Perón, Kirchner, Guzmán y Massa
El “contexto” es un factor autónomo, no determinado por la gestión que se evalúa, que determina las posibilidades de quien la lleva adelante. La tarea de examinar una política económica, entonces, no debería subestimar el valor de la orientación que guía sus pasos: es absurdo, siempre y sea quién sea el que gobierne, pedirle a alguien logros que la realidad hace imposibles. Esto es válido tanto para Massa como para Guzmán, pero también lo es en general. Un ejemplo clásico son las nacionalizaciones que el primer peronismo logró plasmar, usando para ese fin la deuda que Gran Bretaña contrajo con la Argentina durante la guerra.
El General Perón tiene el mérito de haber usado esa acreencia para liberar al país del yugo inglés; un gobierno oligárquico la habría despilfarrado o hasta la hubiera condonado en nombre de la “lucha por la democracia”. Pero ese objetivo, ganar soberanía real, se planteó en condiciones que permitían su concreción. Ese contexto, sin bien no resta méritos al gobierno que se empeñó en esa tarea, nos ubica en el marco en que dicho propósito era alcanzable.
Cabe decir lo mismo, salvando distancias, de la cancelación de la deuda con el FMI resuelta por Néstor Kirchner, en una coyuntura del comercio exterior que permitía plasmarla. Pero no cabría pedir lo mismo a la gestión actual, tanto por el monto del brutal endeudamiento contraído por Macri, como por la fatal conjunción de condiciones adversas que debió enfrentar la gestión de Alberto Fernández, que resumiremos enseguida. Y debe constar, además, que nadie planteo en el Frente de Todos una alternativa radical a la negociación con el FMI, próxima al desconocimiento de la legitimidad de la deuda. Siendo así, la crítica a los responsables que tuvo el país roza la arbitrariedad, ya que resulta obvio que era imposible obtener de la negociación algo que liberara al país del problema.
Las condiciones vigentes después de Macri y el arribo de la pandemia
Es cada vez más claro que endeudarnos con el FMI fue un paso premeditado: esclavizar a la Argentina durante décadas, someterla al poder de EEUU. Pero esta realidad, ya muy gravosa, no fue sin embargo el mayor escollo que debió enfrentar el gobierno pasado. Asumió en un contexto de ruina general (no era, sin duda, el que precedió a Perón; y tampoco el de Néstor Kirchner en 2003, cuando la gestión de Remes Lenicov ya había absorbido el costo de “ordenar” una situación financiera desquiciada por la demencial convertibilidad).
Dicha presidencia enfrentó un país con cierre de industrias, incremento de la pobreza, destrucción del sistema de salud pública, abandono de la ciencia y la tecnología, primarización agraria, fuga masiva de capitales, desocupación y caída del ingreso popular. Apenas daba los primeros pasos, con el modesto objetivo de “salir del infierno”, según la expresión de Néstor Kirchner, cuando apareció la pandemia de Covid-19, un desafío enorme para todos los gobiernos de la mal llamada Aldea Global.
Basta una cuota mínima de buena fe para decir (o al menos conceder) que dicha gestión enfrentó el flagelo con una aptitud que destacó a la Argentina, comparativamente, incluso en un cotejo con países europeos mucho más ricos, para no hablar de EEUU. Apenas iniciada la pandemia, Alberto Fernández enfrentó la presión del empresariado, que pretendía no perder ganancias, como en Italia, arriesgando la vida de sus obreros, aunque esto aumentara exponencialmente el número de víctimas. No debe olvidarse la clara síntesis que hizo Alberto Fernández sobre el consejo que recibió de Mauricio Macri: “Que mueran los que tengan que morir”.
La pandemia: Éxito sanitario y esfuerzo económico
La política del paro productivo fue cumplida contra todas aquellas presiones, evitando muertes que podían evitarse cumpliendo las normas. El sistema de salud, abandonado por Macri, fue restablecido rápidamente en un esfuerzo que no debe ser olvidado: nadie murió por falta de camas, en el país y no vimos pilas de muertos (casi todos por asfixia) en las calles, como ocurrió en Guayaquil, Lima, ciudades brasileñas y la mismísima Nueva York.
Además, los sectores afectados por la cuarentena laboral fueron auxiliados económicamente: millones de parados tuvieron un subsidio. Es verdad que pudo hacerse más, pese a la ruina legada por el PRO. Pero la presión contra “el gasto” fue formidable y el país estaba en la quiebra virtual. Por otra parte, también se pagaron diversos salarios de empresas privadas, esas que cuestionan “la intervención del Estado” y el supuesto exceso de la “carga impositiva”, salvo cuando el Estado las subsidia a ellas.
No se tiene presente este juicio hoy, pero diversos analistas e instituciones han señalado a la Argentina como un país sobresaliente en América Latina en la lucha por evitar un daño mayor a la estructura económica y al empleo durante la crisis del coronavirus. Y la gestión gubernamental en la provisión de vacunas y la vacunación masiva fue señalada por todos los especialistas, aquí y en el exterior, mientras el país obtenía licencia para fabricar la vacuna rusa y nuestros propios centros científicos pugnaban por desarrollar una fórmula propia, como lo hicieron los cubanos. Y como empezamos a hacerlo en los últimos meses del gobierno anterior, algo que Milei seguramente regalará al inefable mundo que hace de la salud un negocio sin códigos.
La pandemia: Moralina oligárquica y judicaturas deleznables
Aunque es obvio que el balance objetivo de la respuesta al flagelo debe independizarse del juicio moral, y atender a la orientación y eficacia con que se actuó, ante una catástrofe que puso a prueba a todos los gobiernos, dos hechos tuvieron un impacto social obvio, dañando la imagen del gobierno ante el público, al lesionar la imagen del presidente: nos referimos a dos escándalos que el macrismo sigue ordeñando hasta hoy: la “vacunación VIP” (escándalo curiosamente “destapado” por el presunto “frentetodista” de Horacio Verbitsky en una increíble “confesión” radial) y el célebre del cumpleaños realizado en Olivos.
En cuanto a la “pureza” de la gestión vacunatoria, sin mitigar la condena de estos dos hechos, debe señalarse la “doble vara” del tratamiento dado por los medios de prensa: más de una gestión local dio privilegio a círculos de “amigos”. En la CABA, tomó estado público que Rodríguez Larreta cedía vacunas a empresas de medicina privada, a costa de la vacunación gratuita pública; la justicia oligárquica miró para otro lado, sin investigar, como debía). En cuanto a festejos, fueron menos publicitados, y se los olvidó enseguida, los de Lilita Carrió y Rodríguez Larreta (este añadía ribetes de duplicidad marital que la prensa cómplice desechó exponer).
Un político popular debe saber que el pueblo reclama integridad y coherencia en sus líderes, en tanto el enemigo utilizará nuestras faltas, aunque carezca de un mínimo de autoridad moral y no la exija en los suyos, no para sanear nuestra la vida pública, sino para lesionar a nuestros dirigentes, a las causas nacionales y la defensa de las mayorías. Asumirlo implica, en el caso particular, entender otro aspecto del cuadro en el cual debió operar la presidencia pasada, como siempre ocurre cuando un gobierno, limitado o no, asume la causa del pueblo y la patria: la escalada hasta la impudicia de la guerra facciosa protagonizada por la prensa venal, que es casi toda, y la prostitución completa de un Poder Judicial remodelado por el prófugo “Pepín” Rodríguez Simón para cumplir el rol de guardián del orden, bajo el comando de un contubernio judicial de Ocupación Extranjera.
Inflación e ingreso popular
Hacer un balance de lo actuado en estos dos temas exige atender dos cuestiones. En primer lugar, ya que la lucha por el poder en el seno del gobierno del Frente de Todos se centró en la crítica sobre la erosión inflacionaria del ingreso popular, es básico entender los términos del debate, en el marco de las posiciones de una oposición que parece no haber aprendido nada desde la década de 1930.
Inflación e ingreso popular: el porqué de una paradoja
La oposición centró su cuestionamiento al gobierno y lo consideró un “fracaso” por la impotencia para dominar la inflación e impedir la caída de los salarios y, en general, el poder adquisitivo de las grandes mayorías.
Los voceros oligárquicos –la prensa venal, los economistas y jefes del PRO y sus secuaces de la UCR– explican el hecho como expresión del “desenfreno” en el gasto público, la inepcia para gestionar y la profusión de “vagos” que sostiene el Estado, mientras hace insoportable la presión impositiva y asfixia a quienes invierten y producen.
El kirchnerismo “duro”, por su parte, atacaba una presunta debilidad congénita de Alberto Fernández ante el núcleo del poder económico concentrado. Esa debilidad lo llevaba a incumplir lo que es, según el núcleo duro cristinista, “la esencia del peronismo”: una gestión que garantice el bienestar colectivo, sean cuales fueren las condiciones objetivas en que se ejerce el poder. Este debe seguir una vocación distribucionista permanente para tener la voluntad popular de su lado.
Como se ve, el antiperonismo atacaba al gobierno de Alberto Fernández por haber intentado aquello que, según el cristinismo, el “albertismo” no quiso hacer. Cada uno criticaba desde su propio ángulo, pero centrado en el mismo punto. De esta paradójica manera, al convertir la distribución en el eje de sus críticas al gobierno, el planteo del cristinismo, al que en ningún modo cabe atribuir igual propósito que a los gorilas antiperonistas acaudillados por Mauricio Macri, terminaba ubicado en un rol opositor, compartiendo los argumentos de la banda antiperonista de Juntos por el Cambio. Agreguemos que ésta, con más coherencia, no hacía diferencias entre el kirchnerismo cristinista y el tibio “albertismo” que la vicepresidenta combatía. En las elecciones pasadas, la insólita situación –todos contra Alberto Fernández, nombrado por los gorilas como “el kirchnerismo”, para medrar con el rechazo ganado por este en ciertas franjas medias– le ahorro a Milei y a la tropa de Macri la tarea de “demostrar” que el gobierno anterior era una calamidad ¡lo habían señalado sus propios partidarios! Y habían convencido a una buena porción del electorado argentino.
Pero la crítica cristinista ignoraba (y nada, creemos, ha cambiado hasta hoy) que el “justicialismo”, así visto, es casi un remedo del conservadorismo popular, que “repartía” por demagogia, en la Argentina anterior al surgimiento del peronismo. Es un problema que el sector pequeño burgués “progresista”, el más fervoroso apoyo de Cristina Kirchner, haya hecho suya esa presunción, que expresa la imagen que el bloque oligárquico difundió para degradar el lugar que ocupaba la Justicia Social, en el marco de las banderas del 17 de Octubre. Como veremos, esa no fue la visión de Perón, que siempre sostuvo que el desarrollo productivo y la prosperidad resultante son la condición de la distribución del ingreso y no una variable independiente del contexto. Ahora bien, que la visión que cuestionamos se imponga a los fieles de la ex vicepresidente, confirma el juicio planteado por Marx sobre el pequeño burgués, en dos sentidos: En primer término, como el conservadorismo popular, cree que el pobrerío vota con el bolsillo, inepto para asumir un sacrificio patriótico seriamente planteado por un liderazgo popular; en segundo lugar, tensionado entre el riesgo de caer en la marginalidad, que lo espanta, y un ascenso esquivo o imposible, su rasgo central es el conservatismo, aunque “se vista de seda”.
Inflación e ingreso popular: el peronismo como industrializador autocentrado
El propio Perón rechazó esa visión en su primer gobierno, cuando condiciones impuestas por la baja de los precios de la carne y los granos, y el agotamiento de los saldos favorables al país que se habían acumulado durante la guerra restauraron la tensión entre la inversión y el consumo. En 1953 y tras la devastadora sequía de 1952, Perón promovió el impopular Congreso de la Productividad, al precio de enfrentar una cierta resistencia del movimiento sindical, ya por entonces su único sostén seguro en la sociedad civil.
Es que a diferencia de lo que pensaba la oposición gorila de entonces, y hoy la “antikirchnerista” del PRO (que Perón y el peronismo pretenden distribuir la riqueza antes de crearla), o “antialbertista” del sector afín a Cristina Kirchner (que el peronismo debe distribuir riqueza bajo cualquier condición para asegurarse el respaldo de las mayorías), el General Perón se presentó como artífice de un proyecto de desarrollo autónomo de las fuerzas productivas, que, para él, era la única base concebible de la justicia social. Y se trata de una obviedad, para una reflexión situada: ¿o acaso no puede un gobierno popular exigir sacrificios, en determinadas condiciones? Claro que el sacrificio debe legitimarse, entre otras cosas, como exigencia general, válida para todos.
En todo caso, lo seguro es que “distribuir”, “hacer justicia social” incondicionalmente, no es para nada un certificado del “ser” peronista. El núcleo de verdad empírica al que, concientemente o no, remite esa creencia es que el peronismo de la formación clásica presidió una Argentina que gozaba de la prosperidad de las condiciones posteriores a la guerra mundial, y esa prosperidad fue distribuida rápidamente. Lo que escapa a esa mirada es que eso no se hizo por “justicia social” (mirada desde el progresismo) ni por “robo demagógico” (mirada desde el conservadurismo), aunque se insertara en la lucha por construir un fuerte respaldo de masas, sino en persecución de un fin superior, el de crear un mercado vigoroso que ate al consumo interno la producción industrial que había empezado en la segunda mitad de la década del 30 y a la cual el peronismo impuso un creciente auge.
De esa manera el peronismo daba respuesta al plan oligárquico de Pinedo, pergeñado en 1940: volcar al hijo no deseado del dirigismo oligárquico de la crisis de 1930 que era la nueva producción industrial argentina al mercado mundial y según las necesidades de ese mercado, bajo control de la oligarquía y el imperialismo. Ese plan, mutatis mutandis, fue el que guió los regímenes brasileños posteriores al golpe de Estado de 1965; el ala desarrollista del régimen de Onganía intentó imitarlo desde 1966 y especialmente después del Cordobazo de 1969 (¡las retenciones las impuso por primera vez el ministro de Economía de Onganía, Krieger Vasena!). Ante ese verdadero peligro de neocolonización “industrialista” o “desarrollista”, la audacia que el apoyo del proletariado le infundió al peronismo lo llevó a convertir la nueva producción industrial argentina en el núcleo dinámico de una acumulación autocentrada bajo el más estricto fomento y control del Estado.
Es que la visión “justicialista” –Perón lo sabía– condena a la ineptitud al movimiento nacional cuando debe gobernar en condiciones de escasez, que exigen desde luego equilibrar las cargas y priorizar a los desprotegidos, pero apelando al patriotismo, sin pretender que “la platita” nos aporte el voto de las grandes mayorías. De todos modos, es necesario precisar qué condiciones se imponen al campo popular, qué orientación fundó la acción gubernamental, rechazando un internismo que utilizaba las dificultades para atacar a la gestión de Alberto Fernández (cuestionando a sus ministros, Guzmán y Kulfas) y las definía como “el contexto” (que debía aceptarse, para no ser necio) cuando se trataba de respaldar al ministro Massa y olvidar “el izquierdismo” antes usado contra el entonces presidente, no por diferencias reales de política económica, sino por sublevarse contra el dedo de “la jefa”.
Inflación e ingreso popular: lo realmente actuado y el contexto real.
La inflación es actualmente un problema global que responde en último análisis a la guerra comercial entre el Occidente colectivo y la República Popular China, que entró en fase aguda con la guerra de la OTAN contra Rusia, el gran aliado militar de Pekín. Obsérvese sin embargo que, dada la orientación de los gobiernos respectivos, este aspecto de la inflación afectaba más a los asalariados de Europa –sus huelgas no logran torcer el brazo de gestiones empeñadas en descargar sobre los trabajadores la crisis actual y no han obtenido ningún incremento en Gran Bretaña y otros países, incluso los salarios de la clase media– que al trabajador argentino, al menos mientras regía el gobierno anterior. No lo decimos por simpatía hacia el mismo, sino fundados en la razón siguiente: desde el primer momento, durante su gestión, Alberto Fernández defendió el derecho de todos los sindicatos a negociar sin topes en las convenciones colectivas. Y no es este un dato menor: otra gestión, como la actual de Milei, pretende lo contrario y aunque no explicite de un modo claro que quiere imponer un congelamiento salarial, lo expresa solapadamente en la tentativa de coartar el derecho de huelga, usar la recesión para que los trabajadores se desesperen para no perder el empleo y destruir los derechos individuales y colectivos que conquistaron los trabajadores a lo largo de la historia. A eso se añadirá, lo sabemos desde siempre, el pretexto de que aumentarlos “impulsa la inflación”, típica afirmación de los círculos empresariales.
La inflación argentina –esa su causa fundamental y constante– tiene estrecha relación con la carencia de dólares, agudizada después del gobierno de Macri por la deuda externa, el problema crónico de la deformación estructural de una economía semicolonial tiranizada por el parasitismo de una oligarquía agrofinanciera (la “restricción externa”), un fenómeno agravado por una sequía tan grave como la que soportó Perón, en 1952. En lugar de asumir ese rasgo del “contexto”, la crítica del internismo prefirió sostener que la inflación se resolvía con un Secretario de Comercio “que funcionara”, listo a desarrollar una pulseada contra los “formadores de precios”, sin prestar atención a las condiciones heredadas e impuestas por el desbarajuste discepoleano del mercado mundial. De allí que asumiera esa Secretaría, en determinado instante, el eficaz en su momento y muy conocido funcionario kirchnerista Roberto Feletti, a quien se atribuían las condiciones necesarias para domar a la fiera. Pero Feletti, como no podía ser de otro modo (y como él mismo lo predijo al explicar que desde esa Secretaría no se podía controlar la inflación de la Argentina), fracasó, abriendo el camino a la posterior llegada de Massa al Ministerio de Economía. Naturalmente, ninguna rectificación generó esa experiencia, ya que el centro de gravedad era desprestigiar al propio gobierno, sin advertir el favor que se estaba haciendo a Milei y Macri, ahorrándoles el trabajo de “demostrar” que el gobierno del Frente de Todos era el peor de la historia del país.
En realidad, y más allá de los avatares de la enfermiza lucha interna y de los límites que caracterizan al peronismo actual, el gobierno anterior impulsó un proceso de reindustrialización y crecimiento del empleo (o descenso de la desocupación) que, por sí mismo, garantiza el mantenimiento, al menos, del nivel salarial de los trabajadores registrados (y por lo tanto tendía a proteger al menos en forma parcial la caída del de quienes sólo encuentran empleos si aceptan estar fuera de la legislación vigente): nada contribuye más a la caída del nivel salarial que el aumento del desempleo, al atemorizar al trabajador y aferrarlo a la pugna por conservar el empleo, a cualquier precio. Es lo que vamos a vivir con Milei, y el equipo de saqueadores que lo está secundando.
La lucha por superar la restricción externa
En la dura realidad interna y global que debió enfrentar el gobierno anterior, lo más destacado fue la empeñarse en la lucha por superar la restricción externa, un problema estructural y crónico de la economía argentina que, como dijimos, se arrastra desde hace décadas. Desde su inicio, el gobierno, con Kulfas como responsable, supo advertir la imperiosa necesidad de lograr la ampliación de la matriz productiva exportable que provee los dólares necesarios para sostener la industria. Parecía advertirse, en el duro contexto, como lo subraya el ex ministro en su libro más conocido, la extorsiva dependencia que impone al país contar únicamente con las exportaciones agropecuarias. Siendo así, en condiciones de escasez, se hizo lo preciso para impulsar a Vaca Muerta, la explotación e industrialización del litio, la minería del cobre y la exportación de servicios al resto del mundo, que aprovecha la diferencia entre los salarios que se pagan dentro del país para crear bienes de ese tipo, respecto a los costos del mundo metropolitano.
Fue una orientación correcta, de firme contenido nacional, en tanto se buscaba diversificar y ampliar las exportaciones del país, sin ignorar la necesidad de procesar en toda la medida posible la producción primaria, lo que a su vez exige apoyar el desarrollo científico-tecnológico. En condiciones de pobreza, eso era lo que debía impulsarse, después del funesto ciclo de Macri. Las alianzas y convenios de YPF y otras áreas del sector público, como el CONICET y las universidades, son la prueba de nuestro aserto. Las condiciones en las cuales se logró terminar con la primera etapa del Gasoducto Néstor Kirchner demuestran que nada hay de parcialidad en nuestro juicio.
Una política exterior consistente con el interés nacional
Con la misma línea, la de quienes militamos consecuentemente lo de “primero la patria”, un mandato permanente, no una consigna de ocasión, creemos que al evaluar la política internacional de la gestión pasada se impone la conclusión de que las acciones que protagonizó en América Latina y en la esfera global, en el marco de la pugna por la hegemonía global nuestro gobierno, sin lesionar ningún principio básico, supieron sortear las mayores pruebas y defender al país y sus aliados regionales. Lo demuestra la acción llevada en Bolivia, la condena al golpe contra Evo Morales y la acción emprendida para salvar su vida y darle refugio, sin atender al respaldo que los EEUU daban a la sedición en el país hermano, los vínculos con Correa y Lula, el rechazo a las iniciativas del Grupo de Lima (al que adhería Macri), la sintonía con Méjico y el gobierno Obrador. Mientras tanto, lejos de ceder a la presión norteamericana, el país mantuvo e incrementó sus vínculos con China y el BRICS, al que pretendía integrarse, contra la voluntad de Biden.
Dentro del corset de hierro que le puso el régimen macrista al país, la Argentina pudo así aprovechar la oportunidad favorable para obtener ventajas después de leer bien las limitaciones que imponen las pugnas entre potencias a la discrecionalidad y capacidad de las más grandes para imponer su voluntad a los débiles. Y el voto arrancado por la CELAC a la Unión Europea en sus últimas negociaciones sirve para confirmar lo justo de su política. No podría ignorarse, sin mala fe, que se había retomado la lucha por Malvinas, después de la miserable capitulación macrista, corroborando esa voluntad de ejercer la soberanía sobre el territorio nacional, con la creación del FONDEF y la reasunción del papel de las FFAA en esa tarea.
Algunas consideraciones sobre las tendencias del peronismo
De todos modos, si bien es cierto que la interna desquiciada fue una causa importante de la derrota electoral, sería erróneo creer que el origen de los triunfos obtenidos por el frente oligárquico, desde la derrota de Scioli en adelante, ahora con Milei, obedecen exclusivamente a errores coyunturales, o a cuestiones de táctica, ignorando el rol de la contradictoria conducta que en las últimas décadas han seguido casi todos los referentes del peronismo. Pensemos, en primer lugar, en la década menemista y la conformación, con la UCR y los partidos del régimen, del “partido único de la dependencia”, un contubernio enfeudado al FMI y los centros de las finanzas imperialistas globales, para someter a la Argentina. Como se sabe, dicho ciclo culminó con la crisis del 2001 y el repudio de masas al sistema político. Y si bien después, con la llegada al gobierno de Néstor Kirchner y luego de Cristina, el país obtuvo –lo hemos dicho infinidad de veces– lo mejor que vivimos después de la muerte del General Perón, también es verdad que las gestiones kirchneristas, como señalamos al inicio del documento, carecieron de un programa y una perspectiva estratégica, cayendo en el error de confiar el desarrollo nacional a la “burguesía nacional” que es, en los hechos, una elite sin proyecto de país, ventajera, cortoplacista, inepta para cumplir el papel histórico que dio estatura al empresariado de los países “exitosos”, como EEUU, Gran Bretaña, Francia, Japón o Alemania. La tentación a eludir un examen semejante, sustituyéndolo por la cantilena del “desastre de Alberto”, con la que algunos creen dar una explicación o, por parte de otros, el ensañamiento contra “la Jefa” y sus seguidores que pecarían de inclinaciones “socialdemócratas” es, en el plano de las ideas, negarse a debatir algo más serio que los errores en la respuesta a las coyunturas. Como en estas cuestiones siempre se puede encontrar “un culpable”, “lo demás”, lo realmente significativo, la ineptitud estructural para el sostenimiento de un programa de liberación nacional, queda fuera de agenda y alimentar la creencia de que aquellas falencias son el producto de “un abandono del peronismo” o de una traición (de otro, que siempre es el adversario interno) se torna posible, para mantener vigente el mito –que todas las tendencias del justicialismo comparten– de que “el peronismo” goza de buena salud y no precisamos una autocrítica profunda, dentro del campo de las fuerzas nacionales.
En realidad, sobran los síntomas de que no es así. Durante muchos años, cuando alguien le preguntaba qué pensaba hacer para volver al poder, Perón respondía “nada, todo lo harán nuestros enemigos”. Efectivamente, el peronismo quería que lo dejaran votar, no más. Su prestigio, pese a la proscripción y el exilio del líder, estaba intacto. En 1973, como se sabe, Perón obtuvo en elecciones limpias el 62% de los votos, en medio de un clima de fervor popular, sólo empañado por el asesinato de Rucci, adicto del General en su lucha contra Montoneros. Esa certeza, la fe en la fidelidad de las grandes mayorías, se esfumó en 1983, al triunfar Alfonsín. Nada ya sería igual, aunque luego de dos años el peronismo ganara la provincia de Buenos Aires y con Menem triunfara en 1989. No es posible saber qué hubiera hecho un gobierno de Luder, si el peronismo hubiese vencido a Alfonsín. Pero es claro, eso sí, que las disputas internas desatadas ya en vida de Perón no estaban resueltas –peor aún, en realidad nadie se interesa en definir con profundidad su origen y la notoria contribución que ellas hicieron al triunfo de Videla–y, luego de la derrota de 1983, se impuso una fracción, la “renovación peronista”, que buscaba dar a “la rama política” la tarea de conducir, apartando de esa responsabilidad al movimiento obrero e imponiendo al movimiento un perfil “distinto”, menos “gregario”, más “moderno”, más afín al perfil de los “partidos” institucionales y, aunque no fuese claro el alcance de este viraje, más “integrado” al sistema y “respetuoso del orden”, que era, es obvio, el orden oligárquico fortalecido por el Proceso, que había diezmado las filas obreras y la estructura industrial levantada por el peronismo, hasta allí lesionada pero no demolida por las gestiones antiperonistas anteriores al golpe de 1976. Este, en cambio, decidió aniquilar –Martínez de Hoz lo formuló como plan– las bases socioeconómicas del movimiento nacional. La identidad dada por el General Perón era “atrasada”: la llamada “renovación” se proponía esconder al “cabecita negra”, imitar a Alfonsín, parecer, en fin, “un partido democrático”, respetuoso del statu quo. Menem la llevará a su conclusión conocida, la capitulación total, la tarea de perfeccionar la obra destructiva del país levantado por el peronismo clásico, que tuvo su inicio en 1955 y el Proceso cívico-militar había consolidado, devastando industrias, cerrando centenares de miles de puestos de trabajo, alentando el “cuentapropismo” que migraba obreros hacia una clase media pobre, de buscavidas marginalizados. Datos de la UOM, sindicato central del peronismo clásico, menguado en la Argentina pos-procesista, vale como ejemplo. Menem, además de afirmar el dominio interno de lo que Perón llamaba “rama política”, que en su vida fue una fracción marginal, débil respecto al fuerte movimiento sindical, llevó más lejos la destrucción estructural de las bases sociales del peronismo, y apartó a la CGT del condominio de la política y la toma de decisiones, para conformar una fuerza acomodaticia y maleable, lista para ser una pieza más del orden establecido.
Y aunque Néstor Kirchner asimiló el mensaje de las multitudes del 2001, que salieron a repudiar a los partidos que fueron tradicionalmente mayoritarios, ser fieles a la verdad –condición de la libertad, se ha dicho –nos obliga a reconocer que su gestión en el sur había secundado al gobierno de Menem y, lo que es mucho más importante, el viraje copernicano que fue para el peronismo confiar a la iniciativa del empresariado “nacional” la tarea de liderar el desarrollo del país. Eso explica que, en los inicios de su gobierno, tras recuperar el Correo Argentino, destruido por los Macri, Néstor, como presidente, se sintiera obligado a reiterar que se trataba de un caso de “mala praxis” y que la empresa sería devuelta enseguida a la gestión privada. Eso no ocurrió, pero la declaración misma era significativa del rechazo a retomar la visión peronista del rol del Estado, aún en un caso, como el del correo, en el cual el país se distinguió como excepción mundial en la entrega de ese servicio a los albures del “mercado”. Y, para demostrar que había una concepción al respecto, en pocas pero significativas declaraciones, tanto Néstor como Cristina Kirchner señalaron que, a diferencia de lo que pasaba en tiempos de Perón, ahora existía una burguesía nacional y no era preciso sustituirla por la acción del Estado empresario. Y esto no fue, importa señalarlo, un caso aislado, cuando recién se inauguraba la nueva experiencia. Mucho más tarde, en vísperas de una acción tan valiosa como la recuperación de YPF de manos de Repsol, Amado Boudou, vicepresidente de CFK, declaró (Ámbito Financiero, 6.2.2012): “lo importante no es si YPF es privada o no, sino si tiene sentido nacional”. No puede extrañar, dada esa visión, que la recuperación de la petrolera se encarara recién en el noveno año de la gestión kirchnerista, cuando el problema de la desinversión ya era inocultable y el país gastaba divisas escasas en importar petróleo que Repsol dejaba dormir en el subsuelo, para privilegiar el giro de sus ganancias hacia el África, según un patrón de especulación financiera que es connatural al capital privado, que privilegia obviamente la tasa de ganancia más atractiva, contra toda otra consideración.
En otro plano, tras la muerte de Néstor Kirchner fue creciendo la disposición a conflictuar los vínculos del gobierno con la CGT y el movimiento obrero, para perfilar al kirchnerismo como expresión política de la visión y las inclinaciones del sector “progresista” de la pequeña burguesía, propensa a sostener un “izquierdismo” infantil, que privilegia la pirotecnia contra la lucha por socavar las bases materiales del poder estatuido, sustituyendo la militancia por las tres banderas –la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social– por una agenda de minorías, respetable en sí misma, pero inepta para estimular la voluntad transformadora y disposición a luchar de las grandes masas, que están en soledad, como el hombre de Scalabrini. Es más, algunos de los capítulos de dicha agenda, que creemos muy importantes, como la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, cuya sanción hemos respaldado calurosamente, son trasversales a las fuerzas políticas, como se hizo claro en el debate parlamentario, y no contribuyen específicamente a delimitar los campos en que está fracturada la sociedad argentina, entre un bloque patriótico y un bloque antinacional. En otras palabras, es justo y necesario llevarlas a cabo, pero errado creer que con ellas se profundiza la conciencia patriótica y antioligárquica. Es claro, hoy, que lo único que hiere la delicada piel de los núcleos de poder económico concentrado es aquello que afecta la concentración de riqueza, que lesiona a “su” dios, el dinero. En este desplazamiento, no puede subestimarse el aprecio a la volubilidad y maleabilidad de la militancia pequeño burguesa, más dispuesta a someterse a la conducción verticalista que el movimiento obrero, que no por casualidad la resistió incluso cuando se trataba de Perón, pese al inalterable prestigio del gran patriota. De modo particular, Cristina Fernández de Kirchner rechazaba a autonomía de la CGT de Hugo Moyano, que se expresó en iniciativas como la demanda de la participación de los trabajadores en las utilidades de las grandes empresas, algo que irritaba al capital extranjero y el stablisment local, con el cual se alineaba, en este punto, la cúpula del kirchnerismo, desdeñando la oportunidad de hacer que los sindicatos se transformaran en un aliado contra la evasión impositiva del gran empresariado.
De todos modos, si bien la militancia pequeño burguesa era, por el contrario, mimada particularmente durante el ciclo de Cristina, esto no impedía que se la sometiera sin excepciones a la jefatura vertical; o, para ser precisos, su disposición a obedecer y aplaudir indiscriminadamente era la razón por la cual se le daba una clara primacía, respecto a los cuadros del mundo sindical. No obstante, esos privilegios no eran extensivos a las tentativas de sectores de clase media a respaldar al gobierno, pero mantener al mismo tiempo formas democráticas de intervención política: las agrupaciones de “autoconvocados” que proliferaron con el conflicto con la Mesa de Enlace, para defender al gobierno, fueron liquidadas impiadosamente, con métodos burocráticos e imposiciones verticalistas, cuando pretendieron darse, con legitimidad pero inocencia, un rol distinto al de acatar las decisiones tomadas por “el dedo”.
No nos interesa defender a nadie, ni personalizar las críticas. Buscamos evitar, eso sí, la interesada torpeza de buscar apenas “un chivo expiatorio” y eludir el examen de las cuestiones de fondo. En otro costado, encontramos aquellos que señalan como causal de los problemas actuales del movimiento nacional una presunta “desviación” de la fracción k respecto a una hipotética “esencia del peronismo”, que CFK y los suyos habrían abandonado, para adoptar una visión “socialdemócrata”. Más de una vez, este género de cuestionamiento se asocia a la reivindicación de rasgos conservatistas del peronismo clásico, para exaltar a un supuesto “país católico” y rechazar, con argumentos tomados de la Iglesia pre conciliar, reivindicaciones contrarias a la visión retrógrada del “nacionalismo” católico, que añoran el Medioevo y aborrecen al mundo parido a partir de la Revolución Francesa, buscando apoyarse en la hipotética “religiosidad” de Perón y Evita.
Cabe subrayar, aunque debiera ser obvio, que nuestra crítica pretende aportar al necesario replanteo que exige la crisis del campo nacional, mientras impulsamos, simultáneamente, la más amplia unidad de las fuerzas nacionales para enfrentar a Milei y las gravísimas amenazas que su gestión implica para la soberanía e integridad de nuestra patria y el porvenir inmediato de las grandes mayorías. Y aclarar, despejando dudas, que no reiteramos la vieja cantilena de “la muerte del peronismo” y una hipotética “superación” en el vacío. Las banderas históricas del 17 de Octubre tienen plena actualidad y sólo es posible reconstruir las fuerzas del bloque nacional con eje en la conquista de la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. Pero un programa de liberación nacional debe enfrentar condiciones que en mucho difieren a las que caracterizaban el momento de la emergencia peronista. Sin ir más lejos, para llevar adelante su plan de nacionalizaciones Perón pudo apelar al crédito ganado durante la Guerra. Hoy somos deudores y es difícil pensar en recuperar soberanía sin enfrentar a los centros de las finanzas globales, en una dura lucha que es imposible concebir sin contar con el respaldo de un movimiento nacional ampliamente mayoritario, fundado en la promoción de un protagonismo popular incompatible con los métodos del verticalismo vigente, tanto como con la visión que adjudica a los trabajadores y el movimiento obrero un rol pasivo de apoyo “a los políticos”.
Lo contrario es apostar, sin reflexión autocrítica y debate de ideas, a que “el enemigo se encargue de hacernos virtuosos”. Funesta idea, aún planteada en nombre de la unidad que requiera la lucha contra la entrega y el hambre. No hablamos de “paralizarnos para pensar”, ya que vencer requiere actuar ya. Se trata, sí, en el marco de los combates, de profundizar el examen de las razones por las cuales hemos llegado hasta aquí, al borde del abismo en que nos han colocado una sucesión de derrotas. Y de eludir de antemano todo lo relacionado con sacralizar “la alternancia” y la perpetuación de “la grieta”, datos de un marasmo derivado de la renuncia a transformar la Argentina y sacarla definitivamente de una lógica donde imperan el parasitismo y la fuga de capitales, generando una decadencia ya crónica, que nutre una sensación generalizada de frustración, que nos afecta a todos.
El gobierno de Milei y la lucha por impedir la destrucción de la patria
La suerte de la lucha contra el gobierno de Milei y el bloque imperialista que lo respalda e instrumenta, depende en gran medida de la comprensión que logremos sobre los orígenes de la derrota y el vuelco electoral que lo llevó al poder. Seamos claros: la derrota del libertario y la banda de desquiciados tras los cuales gobierna lo peor del stablishment, el núcleo ligado a la usura internacional, requiere ganar a una buena porción de su base política. En tal sentido, importa distinguir un “núcleo duro”, que votó al Milei de la motosierra en las PASO y sería erróneo caracterizar como una franja conservadora –las hipótesis del viraje hacia “la derecha” de la población argentina una frivolidad que elude lo central, la crisis de la representación– de los adictos a Macri y la derecha radical, que conforman, ellos sí, una franja signada por el clásico antiperonismo, la repulsa a los sindicatos y a “los negros” en general, en cuyo seno se destacan “los pituquitos de la Recoleta”.
Con esta salvedad, el triunfo de Milei confirma el divorcio entre las grandes mayorías y el sistema de los partidos que tradicionalmente las representaron. Nuestras poblaciones están hastiadas de vivir la tan mentada “alternancia”, que empantana al país, sin darle un rumbo superador del marasmo. Cabe suponer que las grandes masas no pueden aún establecer claramente cual es origen de los problemas argentinos, a saber, el dominio de una elite empresarial parasitaria y ventajera, que no crea riqueza, pero se empeña en robar el ahorro argentino, comprando a vil precio las empresas públicas y bajando el ingreso de nuestras clases mayoritarias. Estas carecen de liderazgos confiables; los años trascurridos desde la recuperación de la democracia se suman a las decepciones que venimos acumulando desde la caída de Perón, por la mal llamada Revolución Libertadora. En ese largo ciclo han gobernado el país las FFAA y los partidos históricos que dieron identidad a las grandes masas ¿Es necesario decir que la realidad actual es el producto de dichas experiencias, que de un modo u otro nuestros políticos fueron ineptos para responder a las expectativas del país y han terminado apuntalando los ataques de Milei, y su mención a “la casta”? ¿Cómo es posible, en el campo de las fuerzas nacionales y populares, que se siga ignorando que hemos fallado y que la primera tarea es reconocer que todos somos “parte del problema” y que el desafío es probar que lo hemos asumido y estamos empeñados en ser finalmente “parte de la solución”?
Enfrentar a la banda que lidera Milei nos impone impulsar la más amplia unidad, trazando líneas que den expresión a esa inmensa mayoría de los afectados por el saqueo imperialista-oligárquico, que son todos los argentinos que viven del trabajo, la producción y el comercio, crecen con el país, tanto como sufren la sangría impuesta por los núcleos del poder económico, primordialmente foráneo. Iluminar ese cuadro, conceptualizando la situación y las experiencias acumuladas por nuestra ciudadanía, es la primer tarea militante a emprender, en el marco de la resistencia al plan hambreador. Con la unidad, los echamos. Con una elaboración que explique el origen de nuestros males, con un programa nacional transformador, podremos impedir que después de un lapso más o menos breve la elite parasitaria recupere el gobierno, aupada por el dominio ideológico y cultural que goza hoy en la opinión pública. Caso contrario, sólo obtendríamos un recreo engañoso, para caer nuevamente y eternizar el ciclo de “las oportunidades perdidas” que signa la historia trágica del país, desde Pavón hasta hoy.
Las fuerzas impulsoras de la transformación del país
En el amplio campo de las fuerzas nacionales nos identifica el planteo, de valor estratégico, de lo que hemos llamado una “alianza plebeya” que, aunque asigna un rol al concurso de fuerzas institucionales, entre las que cabe destacar a las FFAA y las Iglesias comprometidas con el pueblo y la patria, considera como protagonistas centrales de la lucha por liberar al país a la clase obrera y las clases medias; entre estas últimas, particularmente, a su franja más popular y, ante todo, a los sectores cuya suerte se liga estrechamente con el mercado interno.
Esa perspectiva, clásica ya, requiere actualmente ser precisada, para incorporar realidades que son el producto de las políticas impuestas en últimas décadas, desde el golpe militar de 1976 hasta la fecha. Pero, sin abordar dicha cuestión, con el gravísimo deterioro de las variables que otorgaban, en 1974, a nuestro país, una producción por capita similar a la de Canadá, o Australia, y una distribución del ingreso que reducía al 4% el índice de pobreza –la indigencia, como los comedores y merenderos eran desconocidos antes del Proceso– puede decirse que la decadencia del país, a pesar del interregno del ciclo kirchnerista, ha caracterizado las últimas décadas y amenaza con profundizarse bajo el gobierno de Milei. Es que un país, si no encuentra el modo de ganar el futuro, no permanece inmóvil, retrocede, se degrada hasta la descomposición que hoy nos corroe. Y ese proceso se materializa estrechando, de un modo creciente, los márgenes del sistema que le permitieron alcanzar, en el ciclo anterior, niveles de desarrollo y bienestar colectivos que eran envidiables en el mundo latinoamericano. Si prevalecen, en consecuencia, los núcleos dominantes, parasitarios, se ven impulsados a expulsar del sistema a más amplios sectores de la vida social, sin excluir a las franjas propensas a sostenerlo, mientras se trate de condenar a la marginalidad a “otros”, pero se preserve sus status, modesto pero estable. Esa realidad, que exige sacrificar al pueblo argentino, para no resignar las tasas de ganancias e incluso estirarlas, en el marco del predominio del capital financiero –parasitario por naturaleza, no invierte en la producción de nueva riqueza, en multiplicar la oferta de bienes y servicios, sino en apropiarse de la riqueza ajena, en particular las empresas creadas por los Estado– ha encontrado en Milei un representante agresivo, cuyo desquicio psíquico con inclinaciones sádicas lo habilitan particularmente para la tarea de flagelar a nuestra población, gozando en el desempeño de dicha misión. Ese aspecto, referido a la subjetividad del déspota y su corte de coimeros de “alto nivel” y psicópatas variopintos, tiene un costado objetivo, la expulsión a la marginalidad y la ruina a franjas de población que se percibían integradas al sistema vigente, y obraban consecuentemente como sostenes del orden, creyendo que era posible practicar la indiferencia ante la tragedia de las mayorías y el retroceso sufrido por el conjunto del país sin ser arrastrados ellos también al abismo.
El plan de Milei –se trata, en realidad, de llevar a cabo lo que desean los núcleos del poder económico concentrado extranjero y nativo– cuestiona radicalmente la ilusión de aquellos sectores y nos agrupa a todos en el bloque de aquellos que verán destruidas una perspectiva de ascenso y aún mantener la subsistencia misma, en los términos habituales que conformaron sus vidas, su actividad empresaria y profesional, su formación intelectual, la condición de docentes, científicos o técnicos, la apuesta a solventar sus expectativas vitales con el comercio o un oficio, la mera posibilidad de obtener empleo. Estos padecimientos unirán a los argentinos, contra Milei, en particular y contra aquellos que busquen proseguir con su “plan”, como Macri y sus secuaces, si la rigidez y el desequilibrio terminar por eyectar al libertario del poder.
En este campo, el de las fuerzas impulsoras que sacarán al país de un presente oprobioso e incorporar a nuestra patria a los países con futuro, cabe un rol singular a nuestra intelectualidad, en general, y de modo especial al estudiantado argentino y los demás claustros de nuestras universidades. En cuarenta años de vida democrática, con limitadas excepciones, se trata de un sector que optó por refugiarse en el goce de una realidad pobre en recursos, pero apta para brindarle el clima que ofrece la vigencia sin restricciones de las conquistas obtenidas por la Reforma Universitaria, restablecidas por Alfonsín y los gobiernos posteriores, interesados por adormecer a dichas comunidades y sugerirles dar la espalda al drama nacional, desarticulado por el Proceso y la limitadísima disposición que, en el mejor de los casos caracterizó a las gestiones del Estado nacional, indispuestos a corregir la obra posterior a 1976, luego profundizada por la década del 90.
Este sector, como es sabido, fue un gran protagonista de la resistencia nacional que acabó con el plan del gobierno de Onganía, en los últimos años de la década del 70. El jefe militar pretendía gobernar a la Argentina durante veinte años, poniéndolo de rodillas ante el gran capital y, como siempre, bajando el salario y los derechos obreros. Pero además, como hoy Milei, empobreciendo al grueso de las clases medias y reduciendo a las universidades a la dimensión ínfima de una semicolonia del capital foráneo, que apenas si necesita abogados y contadores. En ese marco, los universitarios y aún el estudiantado secundario, comprendieron lo elemental: no tienen destino en un país sin futuro. El déspota libertario está para recordar esa gran lección, que desaconseja estar de espaldas al país, disfrutando las pobres mieles de la Universidad “libre”. Tarde o temprano, para un país limitado a producir de comodities es un lujo inútil sostener universidades de rango mundial.
Necesitamos una intelectualidad comprometida con la nación y los destinos colectivos. Fue en los 70, entre otras cosas, la vanguardia reconocida de las clases medias, para las cuales los universitarios son, siempre lo fueron, una referencia difícil de ignorar. Por lo demás, como conjunto ¿pueden aspirar a la realización profesional, académica y científica, en un país condenado a poblar los suburbios de la Aldea Global?
Otra franja, muy numerosa pero dispersa y carente de estructuraciones y tradiciones de lucha común, son los comerciantes pequeños y medianos de capital nacional, arrinconados en las orillas del negocio al por menor, desde que la Ley de Inversiones Extranjeras de Martínez de Hoz facilitó el ingreso de los pulpos internacionales, como Carrefour, Walmart y otros, que se apoderaron del ramo y hoy dominan la venta de alimentos y otros productos destruyendo, según estudios de los Centros de Almaceneros, un promedio de cuatro empleos, por cada uno de los que iban creando (obviamente, mientras nuestro comercio gasta o invierte lo que gana en el país, estos monopolios giran sus utilidades al exterior, con lo cual, además, han agravado la fuga de divisas que despojan a la Argentina del ahorro nacional. Este sector comercial pequeño y mediano carece de representación sectorial y política; es ignorado por el sistema de partidos, la banca oficial, que privilegia a las cadenas, y hasta la Secretaría de Comercio de los gobiernos populares (vgr. Guillermo Moreno), cuando pretende efectuar un control de precios, y elige a los hipermercados para ofrecerles compensaciones. En la reconstrucción de fuerzas nacionales es necesario interpelar al comercio argentino, marginalizado en el curso de la extranjerización del país.
Necesitamos o, para ser más claros, sabemos que contamos con la clase trabajadora, denominada no por azar nuestra “columna vertebral”, por decisión de Perón. En este caso, nos empeñamos en lograr, para la clase obrera, un rol dirigente en el movimiento nacional, que garantice la firmeza y profundidad del programa necesario para liberar definitivamente al país. No podemos silenciar el dato, en un tema crucial, de valor estratégico, de que en el seno de la fuerza fundada por Perón el proceso denominado “la renovación peronista” desplazó de la conducción al movimiento obrero, asumiendo la perspectiva del enemigo oligárquico de limitar la acción de la clase obrera a lo estrictamente gremial, privándola del protagonismo que le asignaba la tradición del 17 de Octubre de 1945.
No olvidamos, ni por un instante, a la inmensa mayoría de argentinos y argentinas marginalizados por el sistema, que pretende naturalizar la extensa pobreza generada por las políticas neoliberales que se instalaron a partir del Proceso, con el lamentable respaldo de unas FFAA enajenadas a Occidente, que sólo en Malvinas pudieron advertir –pensamos, es obvio, en sus mejores cuadros, no en aquellos que nada aprendieron –que somos lamentablemente un país semicolonial y así nos tratan y condenarán, mientras pensemos como esclavos, las metrópolis imperialistas. No es casual que en 1974 la Argentina tuviese un índice de pobreza del 4% y un sistema productivo que sobresalía en el cuadro de la periferia global, como una excepción. Pero, digresiones al margen, esa mitad de nuestra población condenada a la precariedad –Milei quiere convencernos que se trata de una hechura del “populismo”, mientras aplaude a Videla y la política vendepatria de la década del 90–, representada hoy por los Movimientos Sociales, a los cuales sólo se pretende otorgar una función “de contención”, es, como los trabajadores activos, un actor central en la lucha por recuperar los avances y las conquistas que el país perdió. Hoy, con la catástrofe que ha generado Milei, la desesperación cunde en los comedores y merenderos que se crearon para sortear los efectos de una miseria acrecida para engordar a la minoría parasitaria. No obstante, es necesario decir, con un gran altavoz, que hace apenas medio siglo no había en la Argentina necesidad de acudir a ese precario expediente: nuestros niños y sus familias comían en su casa, gozando además de estabilidad y del derecho a buscar un ascenso social. Consecuentemente, esa gran franja de población empobrecida debe ser, además de auxiliada, llamada a sublevarse para recuperar la patria y el derecho a vivir, para ellos y para todos, una vida segura y digna.
Conclusiones
Lo hasta aquí visto de la gestión de Milei, breve, pero intensísima, muestra una Argentina amenazada por la presencia de fuerzas de virtual ocupación extranjera, consentidas por la elite empresarial de la Argentina, apátrida, ventajera y cortoplacista. Una elite que carece de un proyecto de país viable, con el cual se enriquezca enriqueciendo a la nación, y opera por consiguiente parasitando a la sociedad, para extraer su savia y depositar lo saqueado en el mundo central y los paraísos fiscales. Una porción considerable de quienes la conforman hizo su fortuna saqueando al Estado, gracias al Proceso y a los gobiernos de Menem. Paolo Rocca, figura emblemática dentro del sector, obtuvo SOMISA, que factura U$S 18.000 millones anuales por la ínfima suma de cien millones y hoy no paga impuestos por decisión de Milei (radicada en Luxemburgo, el libertario le regalo la decisión de que no puede habar imposición doble). Ni hablar de Magnetto y el Grupo Clarín, también construido con manejos semejantes.
No prevalecerán, como lo están demostrando los conflictos interminables que sufre Milei, a los cuales responde lanzando insultos, medidas ilegales, agravios que alcanzan a todos los gobernadores, con la progresiva disolución de sus bases de apoyo y la posible emergencia de un Juicio de Destitución, justo y necesario, frente al caos creciente en que ha sumido al país. Podría decirse, sin exageración ninguna, que para ser eyectado del poder que ganó con amplia mayoría, Milei necesita muy poca “ayuda”. Sus políticas lo condenan: la sociedad argentina no podrá soportarlo, luego de votarlo para transformar al país, en un sentido impreciso para la conciencia popular, pero sin duda contrario a los que vemos hoy, el martirio de las mayorías.
Pero es necesario asimilar el mensaje que los hechos brindan. Los núcleos del poder económico local y extranjero quieren enterrarnos en la pesadilla que Milei les promete hoy, instrumentando la falencia del sistema tradicional de los partidos políticos que tradicionalmente representaron a las mayorías de la nación. Dichas fuerzas, en el mejor de los casos repararon algo de la destrucción que padecemos desde el Proceso hasta aquí, pero han sido incapaces de enterrar lo viejo y parir algo nuevo, de liberar definitivamente a nuestra patria, sacándola de la decadencia que denunció Milei para obtener votos y llevarnos hacia el abismo que padecemos actualmente.
Superar esta desdicha, liberar a la Argentina de un modo definitiva, alentar a las fuerzas que quieren prosperar enriqueciendo a la patria, requiere que definamos un programa de liberación, cerremos el grifo de la fuga de capitales, apoyemos a los empresarios medianos y pequeños de capital nacional, generemos trabajo formal y digno para todos los argentinos, una distribución progresiva del ingreso y la riqueza, la independencia económica y el desarrollo autocentrado de la economía nacional.
Con esas miras, es necesario priorizar el interés de la patria y el pueblo argentino, lograr que el capital se subordine a ese fin, imponerle la obligación de servir al país y dar al Estado, único actor económico capaz de renunciar al lucro empresario para beneficiar al todo, el rol que ocupaba en la Argentina de Perón. Simultáneamente, debemos democratizar sin la menor concesión a las fuerzas populares, para rehacerlas reconstruyendo sus vínculos con las masas, sin tutorías y verticalismos.
Es fundamental, también, sostener el reclamo de soberanía en Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, y el mar argentino; salvaguardar y consolidar la presencia en la Antártida; educar a los jóvenes en el patriotismo militante de un país bicontinental, que tiene en el Atlántico Sur recursos de enorme valor, sometidos hoy a la depredación de potencias extranjeras. La creación, valiosa, aunque tardía, del FONDEF, debe servir para reequipar a unas FFAA equipadas con la mejor tecnología y sobre todo preparadas ideológicamente para afrontar la defensa integral de la soberanía, en esas regiones y en todo el territorio nacional. Es el camino, por otra parte, para impulsar la revalorización de las FFAA en el universo de los civiles, reconciliándonos en la lucha por liberar a la patria.
En el curso de una gestión de recuperación del país y liberación del yugo extranjero, debe igualmente encararse una reforma constitucional que suprima lo legislado en 1994 para desarticular el poder de la nación, retomando la concepción plasmada en la reforma de 1949, la más progresiva de la historia nacional.
Con esa perspectiva, sin altanería ni soberbia, desde Patria y Pueblo invitamos a las fuerzas dispuestas a trabajar en esta dirección a estrechar filas y, mientras impulsamos la más amplia unidad en la acción, para enfrentar a Milei y sus secuaces del gobierno, empeñarnos en actualizar programáticamente al movimiento nacional y superar el ciclo de los logros efímeros y “la alternancia” en el poder –una virtual condena al perpetuo recomenzar–, único modo de lograr que el país pueda ingresar en un tiempo de realizaciones perdurables.
Buenos Aires, marzo de 2024
Mesa Nacional del Partido Patria y Pueblo • Socialistas de la Izquierda Nacional Néstor Gorojovsky, Aurelio Argañaraz, Hugo Santos, Gustavo Battistoni, Rubén Rosmarino, Baylon Gerez y Jacinto Paz
EXAMEN DEL GOBIERNO DE ALBERTO FERNÁNDEZ, LAS INTERNAS DEL PERONISMO Y LA LUCHA ACTUAL POR LIBERAR LA PATRIA
El campo nacional vive una crisis, mientras el país padece las terribles consecuencias de la derrota de nuestro campo y la instalación trágica del gobierno de Milei y los núcleos del poder económico adictos, que pretenden barrer todos los obstáculos al saqueo de la Argentina. En ese marco, que impulsa desde ya un movimiento de resistencia típicamente nacional –padecemos un virtual apoderamiento del país por una tropa de ocupación extranjera, aunque el origen del gobierno sea el producto de una victoria electoral y esté respaldada por un gran empresariado formalmente nativo–, que será protagonizado por una suma de actores sociales e institucionales, comenzamos por afirmar que no debe apostarse a que el daño que infligirán las medidas de esta gestión aseguren, por si solas, por sus nocivos efectos, la recuperación del poder por parte de nuestro pueblo, antes de que sea demasiado tarde. El pueblo y las fuerzas nacionales y populares necesitan, para enfrentar este momento, superarlo y vencer, y lo necesitan con urgencia, tres cosas: ideas claras, voluntad de apelar al pensamiento crítico y rechazar con energía la propensión a caer en el lenguaje de las chicanas y los slogans simplistas.
Por supuesto, este género de problemas ¡y cuántos más! forman parte de una debilidad estructural e ideológica que no es nueva, donde están las claves de que hayamos perdido el apoyo de las mayorías. Pero dicha pérdida –ese es el primer tema que interesa abordar– no puede atribuirse exclusivamente a la acción o la inoperancia de Alberto Fernández, como si ese fuera todo el problema. No es lícito ignorar, por obvio que sea, que Cristina fue derrotada en las elecciones del 2017 contra un rival anodino, Esteban Bullrich, confirmando un deterioro que se remonta a la derrota, fatal y autoinfligida, del 2015, cuando se faltó a la cita con Daniel Scioli; un crimen que aún no superamos. Y mucho menos pueden ignorarse los límites y contradicciones que fueron propios del ciclo kirchnerista, que también se vieron en el último gobierno, cuyas manifestaciones más serias fueron: por una parte, desechar la visión del peronismo clásico de otorgar al Estado una función empresarial, haciendo de lo público el pivote central del desarrollo del país; por otra, basar la política de construcción de poder en el vínculo con la pequeña burguesía “progresista”, en lugar de privilegiar (sin ignorar a las clases medias) a los trabajadores y el movimiento sindical, que el General Perón no llamó en vano la “columna vertebral” del movimiento parido por la movilización obrera del 17 de Octubre de 1945.
Por su parte, Alberto Fernández debió presidir un gobierno muy condicionado por el legado de Macri, la impagable deuda con el FMI, la destrucción de áreas claves del Estado, la acentuación del carácter cómplice del Poder Judicial y una elite económica que percibió rápidamente las debilidades del poder, ensoberbecida además y cebada por la impunidad que había ganado en el ciclo neoliberal; marco en el cual la gestión compartida entre el presidente y su vice no supo, no quiso o no pudo poner un freno a la estructura oligopólica de los formadores de precios, para moderar su alevoso apetito de ganancias y aliviar a los consumidores, que habían sufrido, a su vez, una caída de los ingresos que el gobierno no logró jamás corregir, en un periodo de permanentes zozobras.
Aun así, en un marco de recesión y vacas flacas, el gobierno defendió a los sectores vulnerables, afectando intereses de las franjas pudientes; volvió a entregar gratis remedios a los jubilados; congeló los alquileres y suspendió los desalojos; congeló tarifas de servicios públicos (las concesionarias hablan de “atrasos del 35%”); estableció el carácter público de las prestaciones de internet; la paritaria de los docentes fue restablecida y no tuvieron freno todas las demás; impuso la doble indemnización por despido, pese a las quejas de todas las patronales; frenó, durante la pandemia, el crecimiento de la desocupación, con las ATP, y auxilió a los sectores más desprotegidos con el IFE; hizo que los jubilados con bajos ingresos obtuvieran aumentos superiores a la inflación y el resto perdiera sólo un 4%; logró (en la catástrofe económico-social que dejó Macri éste es un dato mayor, de gran importancia para la recuperación del consumo) que los salarios perdieran respecto a la inflación mucho menos que en el resto de América Latina. También realizó una nueva moratoria previsional, con la oposición del FMI.
El nivel de producción industrial, luego de la pandemia, alcanzó el nivel del 2015 y la desocupación -al final de su mandato- bajó al 6,2% (más de un 10% con Macri y un 13% inmediatamente después de la pandemia). El gobierno estableció una política de apoyo crediticio para la producción y en el Congreso se aprobó la Ley de Autopartes, para asegurar mayor producción nacional en una de las industrias líderes. La obra pública fue uno de los motores de la recomposición económica. Se entregaron 140 mil viviendas y más del doble estaban en construcción. Se construyeron edificios escolares, desde guarderías hasta universidades. Hubo repavimentación, ampliación de rutas, construcción de puentes y pasos bajo nivel, para facilitar la circulación a lo largo y lo ancho del país.
Cabe destacar, también, la continuidad del plan nuclear; el desarrollo alcanzado en medicina nuclear; la reapertura de la planta de producción de agua pesada (cerrada por Macri). El salvataje por parte del Estado de la firma Pescarmona, para la producción de las turbinas para Yaciretá, que de otra manera se tendrían que haber importado. Se dio continuidad a las grandes obras hidroeléctricas (San Juan, Santa Cruz, por ej.). Durante la gestión de Alberto Fernández se produjo una reactivación de ramales ferroviarios; se realizaron obras de infraestructura y se produjo una recuperación histórica de transporte de carga por ferrocarril. Se realizó, a través del FONDEF, el reequipamiento de las FF.AA., con la reactivación de la producción para la Defensa (Tandanor, Río Santiago, etc.). Y en el área científica, destacaremos entre otros importantes logros, que Argentina cuenta con su propia vacuna contra el Covid-19: la Cecilia Grierson. Se trabajó en el desarrollo de baterías de litio, para no exportar sólo la materia prima, y se acordó con el Brasil de Lula la cooperación técnica en este y otros temas energéticos.
A todo esto, debemos sumar las tres corridas cambiarias que se le quisieron infligir desde el poder económico concentrado, que fueron felizmente contrarrestadas por el gobierno. La devaluación brutal de Milei apenas asumió es un claro indicio de lo que podría haber sucedido durante el gobierno de Alberto Fernández si desde el Ministerio de Economía no se lograba frenar dichas maniobras especulativas, haciendo una defensa exitosa del interés nacional.
Las luchas por el poder
En una intervención próxima a las PASO, Cristina Kirchner dictaminó –como si ella no lo integrara y en ese momento sus seguidores no estuviesen a cargo de áreas importantes del Estado– que “el gobierno de Alberto Fernández es infinitamente mejor que el gobierno de Macri”. Pero es público y notorio que durante los dos últimos años de aquel gobierno, Cristina, entonces vicepresidenta, encabezó junto a su hijo, Máximo, hasta poco antes jefe de la bancada de diputados del Frente de Todos, una campaña de desacreditación del gobierno cuya dupla ejecutiva integraba, campaña que tomó vuelo después de la renuncia de Máximo a su cargo.
La granizada crítica del cristinismo se centró en un tema tan significativo como el modo de relacionar al país con el FMI que había sostenido el dúo Guzmán-Kulfas. A los ministros de Economía y Producción se los culpó prácticamente por cuanta calamidad había ocurrido en la Argentina (salvo la pandemia) antes de las elecciones del 2021, y también después.
Lo llamativo y sospechoso de ese proceder es que Cristina no creyó necesario señalar cuáles eran los fundamentos de su implacable crítica y cuáles eran las políticas que ella sugería, en lugar de las que el gobierno había practicado. Todo se reducía a criticar personas (“los funcionarios que no funcionan”), con vagas referencias al camino que presuntamente se habría abandonado. Esta falta de explicaciones se hizo más llamativa cuando, tras la designación de Massa, que ratificaba y profundizaba la línea del buen relacionamiento con el FMI, hubiera sido lógico esperar una crítica más profunda aún. En vez de eso, en una fecha más cercana, la ex presidente pidió a los suyos atender “al contexto”, antes de juzgar la gestión de Massa. ¿Por qué no aplicar la misma regla, como sería de esperar, al balance de la gestión anterior al tigrense?
A nuestro entender, el misterio, que muchos compañeros y compañeras siguen sin explicarse –y que sirve para explicar la razón por la cual se aceptó la débil precandidatura de Grabois, mientras la más potente de Scioli fue torpedeada con toda la munición disponible– se resuelve comprendiendo que la crítica a la política económica de los ministros nombrados por Alberto Fernández no buscaba dirimir diferencias sobre la política económica, sino anular la definición de Alberto Fernández favorable a que la elección de los candidatos del espacio fueran elegidos en las PASO, lo que negaba la potestad del “dedo” de su vicepresidenta, a quien sus más fervientes seguidores llaman “la jefa”.
Sigamos pues la recomendación de Cristina, entonces: analicemos el “contexto”, pero sin caprichos ni sin someternos a su jefatura. No lo usemos sólo para juzgar a Massa, sino también a Guzmán y Kulfas.
El rol del contexto: Perón, Kirchner, Guzmán y Massa
El “contexto” es un factor autónomo, no determinado por la gestión que se evalúa, que determina las posibilidades de quien la lleva adelante. La tarea de examinar una política económica, entonces, no debería subestimar el valor de la orientación que guía sus pasos: es absurdo, siempre y sea quién sea el que gobierne, pedirle a alguien logros que la realidad hace imposibles. Esto es válido tanto para Massa como para Guzmán, pero también lo es en general. Un ejemplo clásico son las nacionalizaciones que el primer peronismo logró plasmar, usando para ese fin la deuda que Gran Bretaña contrajo con la Argentina durante la guerra.
El General Perón tiene el mérito de haber usado esa acreencia para liberar al país del yugo inglés; un gobierno oligárquico la habría despilfarrado o hasta la hubiera condonado en nombre de la “lucha por la democracia”. Pero ese objetivo, ganar soberanía real, se planteó en condiciones que permitían su concreción. Ese contexto, sin bien no resta méritos al gobierno que se empeñó en esa tarea, nos ubica en el marco en que dicho propósito era alcanzable.
Cabe decir lo mismo, salvando distancias, de la cancelación de la deuda con el FMI resuelta por Néstor Kirchner, en una coyuntura del comercio exterior que permitía plasmarla. Pero no cabría pedir lo mismo a la gestión actual, tanto por el monto del brutal endeudamiento contraído por Macri, como por la fatal conjunción de condiciones adversas que debió enfrentar la gestión de Alberto Fernández, que resumiremos enseguida. Y debe constar, además, que nadie planteo en el Frente de Todos una alternativa radical a la negociación con el FMI, próxima al desconocimiento de la legitimidad de la deuda. Siendo así, la crítica a los responsables que tuvo el país roza la arbitrariedad, ya que resulta obvio que era imposible obtener de la negociación algo que liberara al país del problema.
Las condiciones vigentes después de Macri y el arribo de la pandemia
Es cada vez más claro que endeudarnos con el FMI fue un paso premeditado: esclavizar a la Argentina durante décadas, someterla al poder de EEUU. Pero esta realidad, ya muy gravosa, no fue sin embargo el mayor escollo que debió enfrentar el gobierno pasado. Asumió en un contexto de ruina general (no era, sin duda, el que precedió a Perón; y tampoco el de Néstor Kirchner en 2003, cuando la gestión de Remes Lenicov ya había absorbido el costo de “ordenar” una situación financiera desquiciada por la demencial convertibilidad).
Dicha presidencia enfrentó un país con cierre de industrias, incremento de la pobreza, destrucción del sistema de salud pública, abandono de la ciencia y la tecnología, primarización agraria, fuga masiva de capitales, desocupación y caída del ingreso popular. Apenas daba los primeros pasos, con el modesto objetivo de “salir del infierno”, según la expresión de Néstor Kirchner, cuando apareció la pandemia de Covid-19, un desafío enorme para todos los gobiernos de la mal llamada Aldea Global.
Basta una cuota mínima de buena fe para decir (o al menos conceder) que dicha gestión enfrentó el flagelo con una aptitud que destacó a la Argentina, comparativamente, incluso en un cotejo con países europeos mucho más ricos, para no hablar de EEUU. Apenas iniciada la pandemia, Alberto Fernández enfrentó la presión del empresariado, que pretendía no perder ganancias, como en Italia, arriesgando la vida de sus obreros, aunque esto aumentara exponencialmente el número de víctimas. No debe olvidarse la clara síntesis que hizo Alberto Fernández sobre el consejo que recibió de Mauricio Macri: “Que mueran los que tengan que morir”.
La pandemia: Éxito sanitario y esfuerzo económico
La política del paro productivo fue cumplida contra todas aquellas presiones, evitando muertes que podían evitarse cumpliendo las normas. El sistema de salud, abandonado por Macri, fue restablecido rápidamente en un esfuerzo que no debe ser olvidado: nadie murió por falta de camas, en el país y no vimos pilas de muertos (casi todos por asfixia) en las calles, como ocurrió en Guayaquil, Lima, ciudades brasileñas y la mismísima Nueva York.
Además, los sectores afectados por la cuarentena laboral fueron auxiliados económicamente: millones de parados tuvieron un subsidio. Es verdad que pudo hacerse más, pese a la ruina legada por el PRO. Pero la presión contra “el gasto” fue formidable y el país estaba en la quiebra virtual. Por otra parte, también se pagaron diversos salarios de empresas privadas, esas que cuestionan “la intervención del Estado” y el supuesto exceso de la “carga impositiva”, salvo cuando el Estado las subsidia a ellas.
No se tiene presente este juicio hoy, pero diversos analistas e instituciones han señalado a la Argentina como un país sobresaliente en América Latina en la lucha por evitar un daño mayor a la estructura económica y al empleo durante la crisis del coronavirus. Y la gestión gubernamental en la provisión de vacunas y la vacunación masiva fue señalada por todos los especialistas, aquí y en el exterior, mientras el país obtenía licencia para fabricar la vacuna rusa y nuestros propios centros científicos pugnaban por desarrollar una fórmula propia, como lo hicieron los cubanos. Y como empezamos a hacerlo en los últimos meses del gobierno anterior, algo que Milei seguramente regalará al inefable mundo que hace de la salud un negocio sin códigos.
La pandemia: Moralina oligárquica y judicaturas deleznables
Aunque es obvio que el balance objetivo de la respuesta al flagelo debe independizarse del juicio moral, y atender a la orientación y eficacia con que se actuó, ante una catástrofe que puso a prueba a todos los gobiernos, dos hechos tuvieron un impacto social obvio, dañando la imagen del gobierno ante el público, al lesionar la imagen del presidente: nos referimos a dos escándalos que el macrismo sigue ordeñando hasta hoy: la “vacunación VIP” (escándalo curiosamente “destapado” por el presunto “frentetodista” de Horacio Verbitsky en una increíble “confesión” radial) y el célebre del cumpleaños realizado en Olivos.
En cuanto a la “pureza” de la gestión vacunatoria, sin mitigar la condena de estos dos hechos, debe señalarse la “doble vara” del tratamiento dado por los medios de prensa: más de una gestión local dio privilegio a círculos de “amigos”. En la CABA, tomó estado público que Rodríguez Larreta cedía vacunas a empresas de medicina privada, a costa de la vacunación gratuita pública; la justicia oligárquica miró para otro lado, sin investigar, como debía). En cuanto a festejos, fueron menos publicitados, y se los olvidó enseguida, los de Lilita Carrió y Rodríguez Larreta (este añadía ribetes de duplicidad marital que la prensa cómplice desechó exponer).
Un político popular debe saber que el pueblo reclama integridad y coherencia en sus líderes, en tanto el enemigo utilizará nuestras faltas, aunque carezca de un mínimo de autoridad moral y no la exija en los suyos, no para sanear nuestra la vida pública, sino para lesionar a nuestros dirigentes, a las causas nacionales y la defensa de las mayorías. Asumirlo implica, en el caso particular, entender otro aspecto del cuadro en el cual debió operar la presidencia pasada, como siempre ocurre cuando un gobierno, limitado o no, asume la causa del pueblo y la patria: la escalada hasta la impudicia de la guerra facciosa protagonizada por la prensa venal, que es casi toda, y la prostitución completa de un Poder Judicial remodelado por el prófugo “Pepín” Rodríguez Simón para cumplir el rol de guardián del orden, bajo el comando de un contubernio judicial de Ocupación Extranjera.
Inflación e ingreso popular
Hacer un balance de lo actuado en estos dos temas exige atender dos cuestiones. En primer lugar, ya que la lucha por el poder en el seno del gobierno del Frente de Todos se centró en la crítica sobre la erosión inflacionaria del ingreso popular, es básico entender los términos del debate, en el marco de las posiciones de una oposición que parece no haber aprendido nada desde la década de 1930.
Inflación e ingreso popular: el porqué de una paradoja
La oposición centró su cuestionamiento al gobierno y lo consideró un “fracaso” por la impotencia para dominar la inflación e impedir la caída de los salarios y, en general, el poder adquisitivo de las grandes mayorías.
Los voceros oligárquicos –la prensa venal, los economistas y jefes del PRO y sus secuaces de la UCR– explican el hecho como expresión del “desenfreno” en el gasto público, la inepcia para gestionar y la profusión de “vagos” que sostiene el Estado, mientras hace insoportable la presión impositiva y asfixia a quienes invierten y producen.
El kirchnerismo “duro”, por su parte, atacaba una presunta debilidad congénita de Alberto Fernández ante el núcleo del poder económico concentrado. Esa debilidad lo llevaba a incumplir lo que es, según el núcleo duro cristinista, “la esencia del peronismo”: una gestión que garantice el bienestar colectivo, sean cuales fueren las condiciones objetivas en que se ejerce el poder. Este debe seguir una vocación distribucionista permanente para tener la voluntad popular de su lado.
Como se ve, el antiperonismo atacaba al gobierno de Alberto Fernández por haber intentado aquello que, según el cristinismo, el “albertismo” no quiso hacer. Cada uno criticaba desde su propio ángulo, pero centrado en el mismo punto. De esta paradójica manera, al convertir la distribución en el eje de sus críticas al gobierno, el planteo del cristinismo, al que en ningún modo cabe atribuir igual propósito que a los gorilas antiperonistas acaudillados por Mauricio Macri, terminaba ubicado en un rol opositor, compartiendo los argumentos de la banda antiperonista de Juntos por el Cambio. Agreguemos que ésta, con más coherencia, no hacía diferencias entre el kirchnerismo cristinista y el tibio “albertismo” que la vicepresidenta combatía. En las elecciones pasadas, la insólita situación –todos contra Alberto Fernández, nombrado por los gorilas como “el kirchnerismo”, para medrar con el rechazo ganado por este en ciertas franjas medias– le ahorro a Milei y a la tropa de Macri la tarea de “demostrar” que el gobierno anterior era una calamidad ¡lo habían señalado sus propios partidarios! Y habían convencido a una buena porción del electorado argentino.
Pero la crítica cristinista ignoraba (y nada, creemos, ha cambiado hasta hoy) que el “justicialismo”, así visto, es casi un remedo del conservadorismo popular, que “repartía” por demagogia, en la Argentina anterior al surgimiento del peronismo. Es un problema que el sector pequeño burgués “progresista”, el más fervoroso apoyo de Cristina Kirchner, haya hecho suya esa presunción, que expresa la imagen que el bloque oligárquico difundió para degradar el lugar que ocupaba la Justicia Social, en el marco de las banderas del 17 de Octubre. Como veremos, esa no fue la visión de Perón, que siempre sostuvo que el desarrollo productivo y la prosperidad resultante son la condición de la distribución del ingreso y no una variable independiente del contexto. Ahora bien, que la visión que cuestionamos se imponga a los fieles de la ex vicepresidente, confirma el juicio planteado por Marx sobre el pequeño burgués, en dos sentidos: En primer término, como el conservadorismo popular, cree que el pobrerío vota con el bolsillo, inepto para asumir un sacrificio patriótico seriamente planteado por un liderazgo popular; en segundo lugar, tensionado entre el riesgo de caer en la marginalidad, que lo espanta, y un ascenso esquivo o imposible, su rasgo central es el conservatismo, aunque “se vista de seda”.
Inflación e ingreso popular: el peronismo como industrializador autocentrado
El propio Perón rechazó esa visión en su primer gobierno, cuando condiciones impuestas por la baja de los precios de la carne y los granos, y el agotamiento de los saldos favorables al país que se habían acumulado durante la guerra restauraron la tensión entre la inversión y el consumo. En 1953 y tras la devastadora sequía de 1952, Perón promovió el impopular Congreso de la Productividad, al precio de enfrentar una cierta resistencia del movimiento sindical, ya por entonces su único sostén seguro en la sociedad civil.
Es que a diferencia de lo que pensaba la oposición gorila de entonces, y hoy la “antikirchnerista” del PRO (que Perón y el peronismo pretenden distribuir la riqueza antes de crearla), o “antialbertista” del sector afín a Cristina Kirchner (que el peronismo debe distribuir riqueza bajo cualquier condición para asegurarse el respaldo de las mayorías), el General Perón se presentó como artífice de un proyecto de desarrollo autónomo de las fuerzas productivas, que, para él, era la única base concebible de la justicia social. Y se trata de una obviedad, para una reflexión situada: ¿o acaso no puede un gobierno popular exigir sacrificios, en determinadas condiciones? Claro que el sacrificio debe legitimarse, entre otras cosas, como exigencia general, válida para todos.
En todo caso, lo seguro es que “distribuir”, “hacer justicia social” incondicionalmente, no es para nada un certificado del “ser” peronista. El núcleo de verdad empírica al que, concientemente o no, remite esa creencia es que el peronismo de la formación clásica presidió una Argentina que gozaba de la prosperidad de las condiciones posteriores a la guerra mundial, y esa prosperidad fue distribuida rápidamente. Lo que escapa a esa mirada es que eso no se hizo por “justicia social” (mirada desde el progresismo) ni por “robo demagógico” (mirada desde el conservadurismo), aunque se insertara en la lucha por construir un fuerte respaldo de masas, sino en persecución de un fin superior, el de crear un mercado vigoroso que ate al consumo interno la producción industrial que había empezado en la segunda mitad de la década del 30 y a la cual el peronismo impuso un creciente auge.
De esa manera el peronismo daba respuesta al plan oligárquico de Pinedo, pergeñado en 1940: volcar al hijo no deseado del dirigismo oligárquico de la crisis de 1930 que era la nueva producción industrial argentina al mercado mundial y según las necesidades de ese mercado, bajo control de la oligarquía y el imperialismo. Ese plan, mutatis mutandis, fue el que guió los regímenes brasileños posteriores al golpe de Estado de 1965; el ala desarrollista del régimen de Onganía intentó imitarlo desde 1966 y especialmente después del Cordobazo de 1969 (¡las retenciones las impuso por primera vez el ministro de Economía de Onganía, Krieger Vasena!). Ante ese verdadero peligro de neocolonización “industrialista” o “desarrollista”, la audacia que el apoyo del proletariado le infundió al peronismo lo llevó a convertir la nueva producción industrial argentina en el núcleo dinámico de una acumulación autocentrada bajo el más estricto fomento y control del Estado.
Es que la visión “justicialista” –Perón lo sabía– condena a la ineptitud al movimiento nacional cuando debe gobernar en condiciones de escasez, que exigen desde luego equilibrar las cargas y priorizar a los desprotegidos, pero apelando al patriotismo, sin pretender que “la platita” nos aporte el voto de las grandes mayorías. De todos modos, es necesario precisar qué condiciones se imponen al campo popular, qué orientación fundó la acción gubernamental, rechazando un internismo que utilizaba las dificultades para atacar a la gestión de Alberto Fernández (cuestionando a sus ministros, Guzmán y Kulfas) y las definía como “el contexto” (que debía aceptarse, para no ser necio) cuando se trataba de respaldar al ministro Massa y olvidar “el izquierdismo” antes usado contra el entonces presidente, no por diferencias reales de política económica, sino por sublevarse contra el dedo de “la jefa”.
Inflación e ingreso popular: lo realmente actuado y el contexto real.
La inflación es actualmente un problema global que responde en último análisis a la guerra comercial entre el Occidente colectivo y la República Popular China, que entró en fase aguda con la guerra de la OTAN contra Rusia, el gran aliado militar de Pekín. Obsérvese sin embargo que, dada la orientación de los gobiernos respectivos, este aspecto de la inflación afectaba más a los asalariados de Europa –sus huelgas no logran torcer el brazo de gestiones empeñadas en descargar sobre los trabajadores la crisis actual y no han obtenido ningún incremento en Gran Bretaña y otros países, incluso los salarios de la clase media– que al trabajador argentino, al menos mientras regía el gobierno anterior. No lo decimos por simpatía hacia el mismo, sino fundados en la razón siguiente: desde el primer momento, durante su gestión, Alberto Fernández defendió el derecho de todos los sindicatos a negociar sin topes en las convenciones colectivas. Y no es este un dato menor: otra gestión, como la actual de Milei, pretende lo contrario y aunque no explicite de un modo claro que quiere imponer un congelamiento salarial, lo expresa solapadamente en la tentativa de coartar el derecho de huelga, usar la recesión para que los trabajadores se desesperen para no perder el empleo y destruir los derechos individuales y colectivos que conquistaron los trabajadores a lo largo de la historia. A eso se añadirá, lo sabemos desde siempre, el pretexto de que aumentarlos “impulsa la inflación”, típica afirmación de los círculos empresariales.
La inflación argentina –esa su causa fundamental y constante– tiene estrecha relación con la carencia de dólares, agudizada después del gobierno de Macri por la deuda externa, el problema crónico de la deformación estructural de una economía semicolonial tiranizada por el parasitismo de una oligarquía agrofinanciera (la “restricción externa”), un fenómeno agravado por una sequía tan grave como la que soportó Perón, en 1952. En lugar de asumir ese rasgo del “contexto”, la crítica del internismo prefirió sostener que la inflación se resolvía con un Secretario de Comercio “que funcionara”, listo a desarrollar una pulseada contra los “formadores de precios”, sin prestar atención a las condiciones heredadas e impuestas por el desbarajuste discepoleano del mercado mundial. De allí que asumiera esa Secretaría, en determinado instante, el eficaz en su momento y muy conocido funcionario kirchnerista Roberto Feletti, a quien se atribuían las condiciones necesarias para domar a la fiera. Pero Feletti, como no podía ser de otro modo (y como él mismo lo predijo al explicar que desde esa Secretaría no se podía controlar la inflación de la Argentina), fracasó, abriendo el camino a la posterior llegada de Massa al Ministerio de Economía. Naturalmente, ninguna rectificación generó esa experiencia, ya que el centro de gravedad era desprestigiar al propio gobierno, sin advertir el favor que se estaba haciendo a Milei y Macri, ahorrándoles el trabajo de “demostrar” que el gobierno del Frente de Todos era el peor de la historia del país.
En realidad, y más allá de los avatares de la enfermiza lucha interna y de los límites que caracterizan al peronismo actual, el gobierno anterior impulsó un proceso de reindustrialización y crecimiento del empleo (o descenso de la desocupación) que, por sí mismo, garantiza el mantenimiento, al menos, del nivel salarial de los trabajadores registrados (y por lo tanto tendía a proteger al menos en forma parcial la caída del de quienes sólo encuentran empleos si aceptan estar fuera de la legislación vigente): nada contribuye más a la caída del nivel salarial que el aumento del desempleo, al atemorizar al trabajador y aferrarlo a la pugna por conservar el empleo, a cualquier precio. Es lo que vamos a vivir con Milei, y el equipo de saqueadores que lo está secundando.
La lucha por superar la restricción externa
En la dura realidad interna y global que debió enfrentar el gobierno anterior, lo más destacado fue la empeñarse en la lucha por superar la restricción externa, un problema estructural y crónico de la economía argentina que, como dijimos, se arrastra desde hace décadas. Desde su inicio, el gobierno, con Kulfas como responsable, supo advertir la imperiosa necesidad de lograr la ampliación de la matriz productiva exportable que provee los dólares necesarios para sostener la industria. Parecía advertirse, en el duro contexto, como lo subraya el ex ministro en su libro más conocido, la extorsiva dependencia que impone al país contar únicamente con las exportaciones agropecuarias. Siendo así, en condiciones de escasez, se hizo lo preciso para impulsar a Vaca Muerta, la explotación e industrialización del litio, la minería del cobre y la exportación de servicios al resto del mundo, que aprovecha la diferencia entre los salarios que se pagan dentro del país para crear bienes de ese tipo, respecto a los costos del mundo metropolitano.
Fue una orientación correcta, de firme contenido nacional, en tanto se buscaba diversificar y ampliar las exportaciones del país, sin ignorar la necesidad de procesar en toda la medida posible la producción primaria, lo que a su vez exige apoyar el desarrollo científico-tecnológico. En condiciones de pobreza, eso era lo que debía impulsarse, después del funesto ciclo de Macri. Las alianzas y convenios de YPF y otras áreas del sector público, como el CONICET y las universidades, son la prueba de nuestro aserto. Las condiciones en las cuales se logró terminar con la primera etapa del Gasoducto Néstor Kirchner demuestran que nada hay de parcialidad en nuestro juicio.
Una política exterior consistente con el interés nacional
Con la misma línea, la de quienes militamos consecuentemente lo de “primero la patria”, un mandato permanente, no una consigna de ocasión, creemos que al evaluar la política internacional de la gestión pasada se impone la conclusión de que las acciones que protagonizó en América Latina y en la esfera global, en el marco de la pugna por la hegemonía global nuestro gobierno, sin lesionar ningún principio básico, supieron sortear las mayores pruebas y defender al país y sus aliados regionales. Lo demuestra la acción llevada en Bolivia, la condena al golpe contra Evo Morales y la acción emprendida para salvar su vida y darle refugio, sin atender al respaldo que los EEUU daban a la sedición en el país hermano, los vínculos con Correa y Lula, el rechazo a las iniciativas del Grupo de Lima (al que adhería Macri), la sintonía con Méjico y el gobierno Obrador. Mientras tanto, lejos de ceder a la presión norteamericana, el país mantuvo e incrementó sus vínculos con China y el BRICS, al que pretendía integrarse, contra la voluntad de Biden.
Dentro del corset de hierro que le puso el régimen macrista al país, la Argentina pudo así aprovechar la oportunidad favorable para obtener ventajas después de leer bien las limitaciones que imponen las pugnas entre potencias a la discrecionalidad y capacidad de las más grandes para imponer su voluntad a los débiles. Y el voto arrancado por la CELAC a la Unión Europea en sus últimas negociaciones sirve para confirmar lo justo de su política. No podría ignorarse, sin mala fe, que se había retomado la lucha por Malvinas, después de la miserable capitulación macrista, corroborando esa voluntad de ejercer la soberanía sobre el territorio nacional, con la creación del FONDEF y la reasunción del papel de las FFAA en esa tarea.
Algunas consideraciones sobre las tendencias del peronismo
De todos modos, si bien es cierto que la interna desquiciada fue una causa importante de la derrota electoral, sería erróneo creer que el origen de los triunfos obtenidos por el frente oligárquico, desde la derrota de Scioli en adelante, ahora con Milei, obedecen exclusivamente a errores coyunturales, o a cuestiones de táctica, ignorando el rol de la contradictoria conducta que en las últimas décadas han seguido casi todos los referentes del peronismo. Pensemos, en primer lugar, en la década menemista y la conformación, con la UCR y los partidos del régimen, del “partido único de la dependencia”, un contubernio enfeudado al FMI y los centros de las finanzas imperialistas globales, para someter a la Argentina. Como se sabe, dicho ciclo culminó con la crisis del 2001 y el repudio de masas al sistema político. Y si bien después, con la llegada al gobierno de Néstor Kirchner y luego de Cristina, el país obtuvo –lo hemos dicho infinidad de veces– lo mejor que vivimos después de la muerte del General Perón, también es verdad que las gestiones kirchneristas, como señalamos al inicio del documento, carecieron de un programa y una perspectiva estratégica, cayendo en el error de confiar el desarrollo nacional a la “burguesía nacional” que es, en los hechos, una elite sin proyecto de país, ventajera, cortoplacista, inepta para cumplir el papel histórico que dio estatura al empresariado de los países “exitosos”, como EEUU, Gran Bretaña, Francia, Japón o Alemania. La tentación a eludir un examen semejante, sustituyéndolo por la cantilena del “desastre de Alberto”, con la que algunos creen dar una explicación o, por parte de otros, el ensañamiento contra “la Jefa” y sus seguidores que pecarían de inclinaciones “socialdemócratas” es, en el plano de las ideas, negarse a debatir algo más serio que los errores en la respuesta a las coyunturas. Como en estas cuestiones siempre se puede encontrar “un culpable”, “lo demás”, lo realmente significativo, la ineptitud estructural para el sostenimiento de un programa de liberación nacional, queda fuera de agenda y alimentar la creencia de que aquellas falencias son el producto de “un abandono del peronismo” o de una traición (de otro, que siempre es el adversario interno) se torna posible, para mantener vigente el mito –que todas las tendencias del justicialismo comparten– de que “el peronismo” goza de buena salud y no precisamos una autocrítica profunda, dentro del campo de las fuerzas nacionales.
En realidad, sobran los síntomas de que no es así. Durante muchos años, cuando alguien le preguntaba qué pensaba hacer para volver al poder, Perón respondía “nada, todo lo harán nuestros enemigos”. Efectivamente, el peronismo quería que lo dejaran votar, no más. Su prestigio, pese a la proscripción y el exilio del líder, estaba intacto. En 1973, como se sabe, Perón obtuvo en elecciones limpias el 62% de los votos, en medio de un clima de fervor popular, sólo empañado por el asesinato de Rucci, adicto del General en su lucha contra Montoneros. Esa certeza, la fe en la fidelidad de las grandes mayorías, se esfumó en 1983, al triunfar Alfonsín. Nada ya sería igual, aunque luego de dos años el peronismo ganara la provincia de Buenos Aires y con Menem triunfara en 1989. No es posible saber qué hubiera hecho un gobierno de Luder, si el peronismo hubiese vencido a Alfonsín. Pero es claro, eso sí, que las disputas internas desatadas ya en vida de Perón no estaban resueltas –peor aún, en realidad nadie se interesa en definir con profundidad su origen y la notoria contribución que ellas hicieron al triunfo de Videla–y, luego de la derrota de 1983, se impuso una fracción, la “renovación peronista”, que buscaba dar a “la rama política” la tarea de conducir, apartando de esa responsabilidad al movimiento obrero e imponiendo al movimiento un perfil “distinto”, menos “gregario”, más “moderno”, más afín al perfil de los “partidos” institucionales y, aunque no fuese claro el alcance de este viraje, más “integrado” al sistema y “respetuoso del orden”, que era, es obvio, el orden oligárquico fortalecido por el Proceso, que había diezmado las filas obreras y la estructura industrial levantada por el peronismo, hasta allí lesionada pero no demolida por las gestiones antiperonistas anteriores al golpe de 1976. Este, en cambio, decidió aniquilar –Martínez de Hoz lo formuló como plan– las bases socioeconómicas del movimiento nacional. La identidad dada por el General Perón era “atrasada”: la llamada “renovación” se proponía esconder al “cabecita negra”, imitar a Alfonsín, parecer, en fin, “un partido democrático”, respetuoso del statu quo. Menem la llevará a su conclusión conocida, la capitulación total, la tarea de perfeccionar la obra destructiva del país levantado por el peronismo clásico, que tuvo su inicio en 1955 y el Proceso cívico-militar había consolidado, devastando industrias, cerrando centenares de miles de puestos de trabajo, alentando el “cuentapropismo” que migraba obreros hacia una clase media pobre, de buscavidas marginalizados. Datos de la UOM, sindicato central del peronismo clásico, menguado en la Argentina pos-procesista, vale como ejemplo. Menem, además de afirmar el dominio interno de lo que Perón llamaba “rama política”, que en su vida fue una fracción marginal, débil respecto al fuerte movimiento sindical, llevó más lejos la destrucción estructural de las bases sociales del peronismo, y apartó a la CGT del condominio de la política y la toma de decisiones, para conformar una fuerza acomodaticia y maleable, lista para ser una pieza más del orden establecido.
Y aunque Néstor Kirchner asimiló el mensaje de las multitudes del 2001, que salieron a repudiar a los partidos que fueron tradicionalmente mayoritarios, ser fieles a la verdad –condición de la libertad, se ha dicho –nos obliga a reconocer que su gestión en el sur había secundado al gobierno de Menem y, lo que es mucho más importante, el viraje copernicano que fue para el peronismo confiar a la iniciativa del empresariado “nacional” la tarea de liderar el desarrollo del país. Eso explica que, en los inicios de su gobierno, tras recuperar el Correo Argentino, destruido por los Macri, Néstor, como presidente, se sintiera obligado a reiterar que se trataba de un caso de “mala praxis” y que la empresa sería devuelta enseguida a la gestión privada. Eso no ocurrió, pero la declaración misma era significativa del rechazo a retomar la visión peronista del rol del Estado, aún en un caso, como el del correo, en el cual el país se distinguió como excepción mundial en la entrega de ese servicio a los albures del “mercado”. Y, para demostrar que había una concepción al respecto, en pocas pero significativas declaraciones, tanto Néstor como Cristina Kirchner señalaron que, a diferencia de lo que pasaba en tiempos de Perón, ahora existía una burguesía nacional y no era preciso sustituirla por la acción del Estado empresario. Y esto no fue, importa señalarlo, un caso aislado, cuando recién se inauguraba la nueva experiencia. Mucho más tarde, en vísperas de una acción tan valiosa como la recuperación de YPF de manos de Repsol, Amado Boudou, vicepresidente de CFK, declaró (Ámbito Financiero, 6.2.2012): “lo importante no es si YPF es privada o no, sino si tiene sentido nacional”. No puede extrañar, dada esa visión, que la recuperación de la petrolera se encarara recién en el noveno año de la gestión kirchnerista, cuando el problema de la desinversión ya era inocultable y el país gastaba divisas escasas en importar petróleo que Repsol dejaba dormir en el subsuelo, para privilegiar el giro de sus ganancias hacia el África, según un patrón de especulación financiera que es connatural al capital privado, que privilegia obviamente la tasa de ganancia más atractiva, contra toda otra consideración.
En otro plano, tras la muerte de Néstor Kirchner fue creciendo la disposición a conflictuar los vínculos del gobierno con la CGT y el movimiento obrero, para perfilar al kirchnerismo como expresión política de la visión y las inclinaciones del sector “progresista” de la pequeña burguesía, propensa a sostener un “izquierdismo” infantil, que privilegia la pirotecnia contra la lucha por socavar las bases materiales del poder estatuido, sustituyendo la militancia por las tres banderas –la Independencia Económica, la Soberanía Política y la Justicia Social– por una agenda de minorías, respetable en sí misma, pero inepta para estimular la voluntad transformadora y disposición a luchar de las grandes masas, que están en soledad, como el hombre de Scalabrini. Es más, algunos de los capítulos de dicha agenda, que creemos muy importantes, como la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, cuya sanción hemos respaldado calurosamente, son trasversales a las fuerzas políticas, como se hizo claro en el debate parlamentario, y no contribuyen específicamente a delimitar los campos en que está fracturada la sociedad argentina, entre un bloque patriótico y un bloque antinacional. En otras palabras, es justo y necesario llevarlas a cabo, pero errado creer que con ellas se profundiza la conciencia patriótica y antioligárquica. Es claro, hoy, que lo único que hiere la delicada piel de los núcleos de poder económico concentrado es aquello que afecta la concentración de riqueza, que lesiona a “su” dios, el dinero. En este desplazamiento, no puede subestimarse el aprecio a la volubilidad y maleabilidad de la militancia pequeño burguesa, más dispuesta a someterse a la conducción verticalista que el movimiento obrero, que no por casualidad la resistió incluso cuando se trataba de Perón, pese al inalterable prestigio del gran patriota. De modo particular, Cristina Fernández de Kirchner rechazaba a autonomía de la CGT de Hugo Moyano, que se expresó en iniciativas como la demanda de la participación de los trabajadores en las utilidades de las grandes empresas, algo que irritaba al capital extranjero y el stablisment local, con el cual se alineaba, en este punto, la cúpula del kirchnerismo, desdeñando la oportunidad de hacer que los sindicatos se transformaran en un aliado contra la evasión impositiva del gran empresariado.
De todos modos, si bien la militancia pequeño burguesa era, por el contrario, mimada particularmente durante el ciclo de Cristina, esto no impedía que se la sometiera sin excepciones a la jefatura vertical; o, para ser precisos, su disposición a obedecer y aplaudir indiscriminadamente era la razón por la cual se le daba una clara primacía, respecto a los cuadros del mundo sindical. No obstante, esos privilegios no eran extensivos a las tentativas de sectores de clase media a respaldar al gobierno, pero mantener al mismo tiempo formas democráticas de intervención política: las agrupaciones de “autoconvocados” que proliferaron con el conflicto con la Mesa de Enlace, para defender al gobierno, fueron liquidadas impiadosamente, con métodos burocráticos e imposiciones verticalistas, cuando pretendieron darse, con legitimidad pero inocencia, un rol distinto al de acatar las decisiones tomadas por “el dedo”.
No nos interesa defender a nadie, ni personalizar las críticas. Buscamos evitar, eso sí, la interesada torpeza de buscar apenas “un chivo expiatorio” y eludir el examen de las cuestiones de fondo. En otro costado, encontramos aquellos que señalan como causal de los problemas actuales del movimiento nacional una presunta “desviación” de la fracción k respecto a una hipotética “esencia del peronismo”, que CFK y los suyos habrían abandonado, para adoptar una visión “socialdemócrata”. Más de una vez, este género de cuestionamiento se asocia a la reivindicación de rasgos conservatistas del peronismo clásico, para exaltar a un supuesto “país católico” y rechazar, con argumentos tomados de la Iglesia pre conciliar, reivindicaciones contrarias a la visión retrógrada del “nacionalismo” católico, que añoran el Medioevo y aborrecen al mundo parido a partir de la Revolución Francesa, buscando apoyarse en la hipotética “religiosidad” de Perón y Evita.
Cabe subrayar, aunque debiera ser obvio, que nuestra crítica pretende aportar al necesario replanteo que exige la crisis del campo nacional, mientras impulsamos, simultáneamente, la más amplia unidad de las fuerzas nacionales para enfrentar a Milei y las gravísimas amenazas que su gestión implica para la soberanía e integridad de nuestra patria y el porvenir inmediato de las grandes mayorías. Y aclarar, despejando dudas, que no reiteramos la vieja cantilena de “la muerte del peronismo” y una hipotética “superación” en el vacío. Las banderas históricas del 17 de Octubre tienen plena actualidad y sólo es posible reconstruir las fuerzas del bloque nacional con eje en la conquista de la Soberanía Política, la Independencia Económica y la Justicia Social. Pero un programa de liberación nacional debe enfrentar condiciones que en mucho difieren a las que caracterizaban el momento de la emergencia peronista. Sin ir más lejos, para llevar adelante su plan de nacionalizaciones Perón pudo apelar al crédito ganado durante la Guerra. Hoy somos deudores y es difícil pensar en recuperar soberanía sin enfrentar a los centros de las finanzas globales, en una dura lucha que es imposible concebir sin contar con el respaldo de un movimiento nacional ampliamente mayoritario, fundado en la promoción de un protagonismo popular incompatible con los métodos del verticalismo vigente, tanto como con la visión que adjudica a los trabajadores y el movimiento obrero un rol pasivo de apoyo “a los políticos”.
Lo contrario es apostar, sin reflexión autocrítica y debate de ideas, a que “el enemigo se encargue de hacernos virtuosos”. Funesta idea, aún planteada en nombre de la unidad que requiera la lucha contra la entrega y el hambre. No hablamos de “paralizarnos para pensar”, ya que vencer requiere actuar ya. Se trata, sí, en el marco de los combates, de profundizar el examen de las razones por las cuales hemos llegado hasta aquí, al borde del abismo en que nos han colocado una sucesión de derrotas. Y de eludir de antemano todo lo relacionado con sacralizar “la alternancia” y la perpetuación de “la grieta”, datos de un marasmo derivado de la renuncia a transformar la Argentina y sacarla definitivamente de una lógica donde imperan el parasitismo y la fuga de capitales, generando una decadencia ya crónica, que nutre una sensación generalizada de frustración, que nos afecta a todos.
El gobierno de Milei y la lucha por impedir la destrucción de la patria
La suerte de la lucha contra el gobierno de Milei y el bloque imperialista que lo respalda e instrumenta, depende en gran medida de la comprensión que logremos sobre los orígenes de la derrota y el vuelco electoral que lo llevó al poder. Seamos claros: la derrota del libertario y la banda de desquiciados tras los cuales gobierna lo peor del stablishment, el núcleo ligado a la usura internacional, requiere ganar a una buena porción de su base política. En tal sentido, importa distinguir un “núcleo duro”, que votó al Milei de la motosierra en las PASO y sería erróneo caracterizar como una franja conservadora –las hipótesis del viraje hacia “la derecha” de la población argentina una frivolidad que elude lo central, la crisis de la representación– de los adictos a Macri y la derecha radical, que conforman, ellos sí, una franja signada por el clásico antiperonismo, la repulsa a los sindicatos y a “los negros” en general, en cuyo seno se destacan “los pituquitos de la Recoleta”.
Con esta salvedad, el triunfo de Milei confirma el divorcio entre las grandes mayorías y el sistema de los partidos que tradicionalmente las representaron. Nuestras poblaciones están hastiadas de vivir la tan mentada “alternancia”, que empantana al país, sin darle un rumbo superador del marasmo. Cabe suponer que las grandes masas no pueden aún establecer claramente cual es origen de los problemas argentinos, a saber, el dominio de una elite empresarial parasitaria y ventajera, que no crea riqueza, pero se empeña en robar el ahorro argentino, comprando a vil precio las empresas públicas y bajando el ingreso de nuestras clases mayoritarias. Estas carecen de liderazgos confiables; los años trascurridos desde la recuperación de la democracia se suman a las decepciones que venimos acumulando desde la caída de Perón, por la mal llamada Revolución Libertadora. En ese largo ciclo han gobernado el país las FFAA y los partidos históricos que dieron identidad a las grandes masas ¿Es necesario decir que la realidad actual es el producto de dichas experiencias, que de un modo u otro nuestros políticos fueron ineptos para responder a las expectativas del país y han terminado apuntalando los ataques de Milei, y su mención a “la casta”? ¿Cómo es posible, en el campo de las fuerzas nacionales y populares, que se siga ignorando que hemos fallado y que la primera tarea es reconocer que todos somos “parte del problema” y que el desafío es probar que lo hemos asumido y estamos empeñados en ser finalmente “parte de la solución”?
Enfrentar a la banda que lidera Milei nos impone impulsar la más amplia unidad, trazando líneas que den expresión a esa inmensa mayoría de los afectados por el saqueo imperialista-oligárquico, que son todos los argentinos que viven del trabajo, la producción y el comercio, crecen con el país, tanto como sufren la sangría impuesta por los núcleos del poder económico, primordialmente foráneo. Iluminar ese cuadro, conceptualizando la situación y las experiencias acumuladas por nuestra ciudadanía, es la primer tarea militante a emprender, en el marco de la resistencia al plan hambreador. Con la unidad, los echamos. Con una elaboración que explique el origen de nuestros males, con un programa nacional transformador, podremos impedir que después de un lapso más o menos breve la elite parasitaria recupere el gobierno, aupada por el dominio ideológico y cultural que goza hoy en la opinión pública. Caso contrario, sólo obtendríamos un recreo engañoso, para caer nuevamente y eternizar el ciclo de “las oportunidades perdidas” que signa la historia trágica del país, desde Pavón hasta hoy.
Las fuerzas impulsoras de la transformación del país
En el amplio campo de las fuerzas nacionales nos identifica el planteo, de valor estratégico, de lo que hemos llamado una “alianza plebeya” que, aunque asigna un rol al concurso de fuerzas institucionales, entre las que cabe destacar a las FFAA y las Iglesias comprometidas con el pueblo y la patria, considera como protagonistas centrales de la lucha por liberar al país a la clase obrera y las clases medias; entre estas últimas, particularmente, a su franja más popular y, ante todo, a los sectores cuya suerte se liga estrechamente con el mercado interno.
Esa perspectiva, clásica ya, requiere actualmente ser precisada, para incorporar realidades que son el producto de las políticas impuestas en últimas décadas, desde el golpe militar de 1976 hasta la fecha. Pero, sin abordar dicha cuestión, con el gravísimo deterioro de las variables que otorgaban, en 1974, a nuestro país, una producción por capita similar a la de Canadá, o Australia, y una distribución del ingreso que reducía al 4% el índice de pobreza –la indigencia, como los comedores y merenderos eran desconocidos antes del Proceso– puede decirse que la decadencia del país, a pesar del interregno del ciclo kirchnerista, ha caracterizado las últimas décadas y amenaza con profundizarse bajo el gobierno de Milei. Es que un país, si no encuentra el modo de ganar el futuro, no permanece inmóvil, retrocede, se degrada hasta la descomposición que hoy nos corroe. Y ese proceso se materializa estrechando, de un modo creciente, los márgenes del sistema que le permitieron alcanzar, en el ciclo anterior, niveles de desarrollo y bienestar colectivos que eran envidiables en el mundo latinoamericano. Si prevalecen, en consecuencia, los núcleos dominantes, parasitarios, se ven impulsados a expulsar del sistema a más amplios sectores de la vida social, sin excluir a las franjas propensas a sostenerlo, mientras se trate de condenar a la marginalidad a “otros”, pero se preserve sus status, modesto pero estable. Esa realidad, que exige sacrificar al pueblo argentino, para no resignar las tasas de ganancias e incluso estirarlas, en el marco del predominio del capital financiero –parasitario por naturaleza, no invierte en la producción de nueva riqueza, en multiplicar la oferta de bienes y servicios, sino en apropiarse de la riqueza ajena, en particular las empresas creadas por los Estado– ha encontrado en Milei un representante agresivo, cuyo desquicio psíquico con inclinaciones sádicas lo habilitan particularmente para la tarea de flagelar a nuestra población, gozando en el desempeño de dicha misión. Ese aspecto, referido a la subjetividad del déspota y su corte de coimeros de “alto nivel” y psicópatas variopintos, tiene un costado objetivo, la expulsión a la marginalidad y la ruina a franjas de población que se percibían integradas al sistema vigente, y obraban consecuentemente como sostenes del orden, creyendo que era posible practicar la indiferencia ante la tragedia de las mayorías y el retroceso sufrido por el conjunto del país sin ser arrastrados ellos también al abismo.
El plan de Milei –se trata, en realidad, de llevar a cabo lo que desean los núcleos del poder económico concentrado extranjero y nativo– cuestiona radicalmente la ilusión de aquellos sectores y nos agrupa a todos en el bloque de aquellos que verán destruidas una perspectiva de ascenso y aún mantener la subsistencia misma, en los términos habituales que conformaron sus vidas, su actividad empresaria y profesional, su formación intelectual, la condición de docentes, científicos o técnicos, la apuesta a solventar sus expectativas vitales con el comercio o un oficio, la mera posibilidad de obtener empleo. Estos padecimientos unirán a los argentinos, contra Milei, en particular y contra aquellos que busquen proseguir con su “plan”, como Macri y sus secuaces, si la rigidez y el desequilibrio terminar por eyectar al libertario del poder.
En este campo, el de las fuerzas impulsoras que sacarán al país de un presente oprobioso e incorporar a nuestra patria a los países con futuro, cabe un rol singular a nuestra intelectualidad, en general, y de modo especial al estudiantado argentino y los demás claustros de nuestras universidades. En cuarenta años de vida democrática, con limitadas excepciones, se trata de un sector que optó por refugiarse en el goce de una realidad pobre en recursos, pero apta para brindarle el clima que ofrece la vigencia sin restricciones de las conquistas obtenidas por la Reforma Universitaria, restablecidas por Alfonsín y los gobiernos posteriores, interesados por adormecer a dichas comunidades y sugerirles dar la espalda al drama nacional, desarticulado por el Proceso y la limitadísima disposición que, en el mejor de los casos caracterizó a las gestiones del Estado nacional, indispuestos a corregir la obra posterior a 1976, luego profundizada por la década del 90.
Este sector, como es sabido, fue un gran protagonista de la resistencia nacional que acabó con el plan del gobierno de Onganía, en los últimos años de la década del 70. El jefe militar pretendía gobernar a la Argentina durante veinte años, poniéndolo de rodillas ante el gran capital y, como siempre, bajando el salario y los derechos obreros. Pero además, como hoy Milei, empobreciendo al grueso de las clases medias y reduciendo a las universidades a la dimensión ínfima de una semicolonia del capital foráneo, que apenas si necesita abogados y contadores. En ese marco, los universitarios y aún el estudiantado secundario, comprendieron lo elemental: no tienen destino en un país sin futuro. El déspota libertario está para recordar esa gran lección, que desaconseja estar de espaldas al país, disfrutando las pobres mieles de la Universidad “libre”. Tarde o temprano, para un país limitado a producir de comodities es un lujo inútil sostener universidades de rango mundial.
Necesitamos una intelectualidad comprometida con la nación y los destinos colectivos. Fue en los 70, entre otras cosas, la vanguardia reconocida de las clases medias, para las cuales los universitarios son, siempre lo fueron, una referencia difícil de ignorar. Por lo demás, como conjunto ¿pueden aspirar a la realización profesional, académica y científica, en un país condenado a poblar los suburbios de la Aldea Global?
Otra franja, muy numerosa pero dispersa y carente de estructuraciones y tradiciones de lucha común, son los comerciantes pequeños y medianos de capital nacional, arrinconados en las orillas del negocio al por menor, desde que la Ley de Inversiones Extranjeras de Martínez de Hoz facilitó el ingreso de los pulpos internacionales, como Carrefour, Walmart y otros, que se apoderaron del ramo y hoy dominan la venta de alimentos y otros productos destruyendo, según estudios de los Centros de Almaceneros, un promedio de cuatro empleos, por cada uno de los que iban creando (obviamente, mientras nuestro comercio gasta o invierte lo que gana en el país, estos monopolios giran sus utilidades al exterior, con lo cual, además, han agravado la fuga de divisas que despojan a la Argentina del ahorro nacional. Este sector comercial pequeño y mediano carece de representación sectorial y política; es ignorado por el sistema de partidos, la banca oficial, que privilegia a las cadenas, y hasta la Secretaría de Comercio de los gobiernos populares (vgr. Guillermo Moreno), cuando pretende efectuar un control de precios, y elige a los hipermercados para ofrecerles compensaciones. En la reconstrucción de fuerzas nacionales es necesario interpelar al comercio argentino, marginalizado en el curso de la extranjerización del país.
Necesitamos o, para ser más claros, sabemos que contamos con la clase trabajadora, denominada no por azar nuestra “columna vertebral”, por decisión de Perón. En este caso, nos empeñamos en lograr, para la clase obrera, un rol dirigente en el movimiento nacional, que garantice la firmeza y profundidad del programa necesario para liberar definitivamente al país. No podemos silenciar el dato, en un tema crucial, de valor estratégico, de que en el seno de la fuerza fundada por Perón el proceso denominado “la renovación peronista” desplazó de la conducción al movimiento obrero, asumiendo la perspectiva del enemigo oligárquico de limitar la acción de la clase obrera a lo estrictamente gremial, privándola del protagonismo que le asignaba la tradición del 17 de Octubre de 1945.
No olvidamos, ni por un instante, a la inmensa mayoría de argentinos y argentinas marginalizados por el sistema, que pretende naturalizar la extensa pobreza generada por las políticas neoliberales que se instalaron a partir del Proceso, con el lamentable respaldo de unas FFAA enajenadas a Occidente, que sólo en Malvinas pudieron advertir –pensamos, es obvio, en sus mejores cuadros, no en aquellos que nada aprendieron –que somos lamentablemente un país semicolonial y así nos tratan y condenarán, mientras pensemos como esclavos, las metrópolis imperialistas. No es casual que en 1974 la Argentina tuviese un índice de pobreza del 4% y un sistema productivo que sobresalía en el cuadro de la periferia global, como una excepción. Pero, digresiones al margen, esa mitad de nuestra población condenada a la precariedad –Milei quiere convencernos que se trata de una hechura del “populismo”, mientras aplaude a Videla y la política vendepatria de la década del 90–, representada hoy por los Movimientos Sociales, a los cuales sólo se pretende otorgar una función “de contención”, es, como los trabajadores activos, un actor central en la lucha por recuperar los avances y las conquistas que el país perdió. Hoy, con la catástrofe que ha generado Milei, la desesperación cunde en los comedores y merenderos que se crearon para sortear los efectos de una miseria acrecida para engordar a la minoría parasitaria. No obstante, es necesario decir, con un gran altavoz, que hace apenas medio siglo no había en la Argentina necesidad de acudir a ese precario expediente: nuestros niños y sus familias comían en su casa, gozando además de estabilidad y del derecho a buscar un ascenso social. Consecuentemente, esa gran franja de población empobrecida debe ser, además de auxiliada, llamada a sublevarse para recuperar la patria y el derecho a vivir, para ellos y para todos, una vida segura y digna.
Conclusiones
Lo hasta aquí visto de la gestión de Milei, breve, pero intensísima, muestra una Argentina amenazada por la presencia de fuerzas de virtual ocupación extranjera, consentidas por la elite empresarial de la Argentina, apátrida, ventajera y cortoplacista. Una elite que carece de un proyecto de país viable, con el cual se enriquezca enriqueciendo a la nación, y opera por consiguiente parasitando a la sociedad, para extraer su savia y depositar lo saqueado en el mundo central y los paraísos fiscales. Una porción considerable de quienes la conforman hizo su fortuna saqueando al Estado, gracias al Proceso y a los gobiernos de Menem. Paolo Rocca, figura emblemática dentro del sector, obtuvo SOMISA, que factura U$S 18.000 millones anuales por la ínfima suma de cien millones y hoy no paga impuestos por decisión de Milei (radicada en Luxemburgo, el libertario le regalo la decisión de que no puede habar imposición doble). Ni hablar de Magnetto y el Grupo Clarín, también construido con manejos semejantes.
No prevalecerán, como lo están demostrando los conflictos interminables que sufre Milei, a los cuales responde lanzando insultos, medidas ilegales, agravios que alcanzan a todos los gobernadores, con la progresiva disolución de sus bases de apoyo y la posible emergencia de un Juicio de Destitución, justo y necesario, frente al caos creciente en que ha sumido al país. Podría decirse, sin exageración ninguna, que para ser eyectado del poder que ganó con amplia mayoría, Milei necesita muy poca “ayuda”. Sus políticas lo condenan: la sociedad argentina no podrá soportarlo, luego de votarlo para transformar al país, en un sentido impreciso para la conciencia popular, pero sin duda contrario a los que vemos hoy, el martirio de las mayorías.
Pero es necesario asimilar el mensaje que los hechos brindan. Los núcleos del poder económico local y extranjero quieren enterrarnos en la pesadilla que Milei les promete hoy, instrumentando la falencia del sistema tradicional de los partidos políticos que tradicionalmente representaron a las mayorías de la nación. Dichas fuerzas, en el mejor de los casos repararon algo de la destrucción que padecemos desde el Proceso hasta aquí, pero han sido incapaces de enterrar lo viejo y parir algo nuevo, de liberar definitivamente a nuestra patria, sacándola de la decadencia que denunció Milei para obtener votos y llevarnos hacia el abismo que padecemos actualmente.
Superar esta desdicha, liberar a la Argentina de un modo definitiva, alentar a las fuerzas que quieren prosperar enriqueciendo a la patria, requiere que definamos un programa de liberación, cerremos el grifo de la fuga de capitales, apoyemos a los empresarios medianos y pequeños de capital nacional, generemos trabajo formal y digno para todos los argentinos, una distribución progresiva del ingreso y la riqueza, la independencia económica y el desarrollo autocentrado de la economía nacional.
Con esas miras, es necesario priorizar el interés de la patria y el pueblo argentino, lograr que el capital se subordine a ese fin, imponerle la obligación de servir al país y dar al Estado, único actor económico capaz de renunciar al lucro empresario para beneficiar al todo, el rol que ocupaba en la Argentina de Perón. Simultáneamente, debemos democratizar sin la menor concesión a las fuerzas populares, para rehacerlas reconstruyendo sus vínculos con las masas, sin tutorías y verticalismos.
Es fundamental, también, sostener el reclamo de soberanía en Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, y el mar argentino; salvaguardar y consolidar la presencia en la Antártida; educar a los jóvenes en el patriotismo militante de un país bicontinental, que tiene en el Atlántico Sur recursos de enorme valor, sometidos hoy a la depredación de potencias extranjeras. La creación, valiosa, aunque tardía, del FONDEF, debe servir para reequipar a unas FFAA equipadas con la mejor tecnología y sobre todo preparadas ideológicamente para afrontar la defensa integral de la soberanía, en esas regiones y en todo el territorio nacional. Es el camino, por otra parte, para impulsar la revalorización de las FFAA en el universo de los civiles, reconciliándonos en la lucha por liberar a la patria.
En el curso de una gestión de recuperación del país y liberación del yugo extranjero, debe igualmente encararse una reforma constitucional que suprima lo legislado en 1994 para desarticular el poder de la nación, retomando la concepción plasmada en la reforma de 1949, la más progresiva de la historia nacional.
Con esa perspectiva, sin altanería ni soberbia, desde Patria y Pueblo invitamos a las fuerzas dispuestas a trabajar en esta dirección a estrechar filas y, mientras impulsamos la más amplia unidad en la acción, para enfrentar a Milei y sus secuaces del gobierno, empeñarnos en actualizar programáticamente al movimiento nacional y superar el ciclo de los logros efímeros y “la alternancia” en el poder –una virtual condena al perpetuo recomenzar–, único modo de lograr que el país pueda ingresar en un tiempo de realizaciones perdurables.
Buenos Aires, marzo de 2024
Mesa Nacional del Partido Patria y Pueblo • Socialistas de la Izquierda Nacional Néstor Gorojovsky, Aurelio Argañaraz, Hugo Santos, Gustavo Battistoni, Rubén Rosmarino, Baylon Gerez y Jacinto Paz
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