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LA IZQUIERDA NACIONAL Y EL DISCURSO DE LOS QUEBRADOS

Respondiendo a Víctor Ramos, hijo mayor de Jorge Abelardo, Aurelio Argañaraz  condena el discurso ligth y oportunista de algunos que «vienen» de la Izquierda Nacional, pero renunciaron a ideas que son sin duda nuestra razón de ser.

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Reporteado en “Tiempo Argentino”, el 13 de noviembre de 2013, el actual funcionario kirchnerista (también lo fue de Carlos Menem y en un remoto ayer integró las filas de la Izquierda Nacional) Víctor Ramos, no a título individual sino en nombre de “los que venimos de la izquierda nacional”, emitió una serie de juicios que los actuales militantes de la Izquierda Nacional (también “venimos de la izquierda nacional”, pero además hemos permanecido en ella) no podemos pasar por alto. Aclarar las cuestiones planteadas por el hijo de Jorge Abelardo, para los socialistas de la Izquierda Nacional –que sostenemos con orgullo la tradición política que tuvo en Ramos, hasta su deserción, al mejor exponente, y que mantuvo en alto, con brillantez y firmeza, hasta el fin de su vida, Jorge Enea Spilimbergo– es un deber de lealtad a nuestro pueblo. Y una necesidad, con vistas al futuro, en cuya construcción, a diferencia de los quebrados, deseamos intervenir como representación de los trabajadores y su potencia revolucionaria.

No interesa discutir quién es “más” o “menos” de Izquierda Nacional. Lo necesario es deslindar de un modo claro el abismo que separa a nuestro partido de quienes buscan usar los méritos pasados  para objetivos distintos, e incluso opuestos, a los que fueron, y son, nuestra razón de ser. Cuando los quebrados dicen que “vienen de” o son ellos “la izquierda nacional” defienden un pasaporte de acceso al funcionariado, no una continuidad ideológica, política y militante; de “venir de” es quizás Víctor Ramos el modelo acabado; la corriente llamada Causa Popular, en la cual hay miembros que gustan definirse como “peronistas de la izquierda nacional”, y todo el grupo hizo en su momento gestiones para integrar el Partido de la Victoria, es un ejemplo del otro caso. Sólo hay entre ambos tenues matices y un común denominador de abandono completo de las tesis centrales que dieron origen y caracterizaron la estrategia del socialismo revolucionario de la Izquierda Nacional.

No es una tarea agradable, pero es imprescindible porque –todos ellos, no solo Víctor Ramos, que lo admite abiertamente- lo único que vincula a los mencionados grupos con la izquierda nacional es el pasado, no el presente, ni desde luego el futuro. Consecuentemente, deslindarnos de ellos, los desencantados y desmoralizados, es tan necesario, hoy, como medio siglo atrás fue hacerlo de los grupos de la izquierda cipaya y antiperonista (1). Tal es el motivo del presente artículo.

Las diferencias de contenido y estilo entre los textos “clásicos”(2) de Jorge Abelardo Ramos y las cosas que dice hoy su hijo, Víctor, son abismales. Pero sería un error creer que sólo obedecen a la distancia de nivel intelectual y brillo estilístico. Son ante todo el fruto de una posición.

Cualquier duda al respecto se disipa con la lectura del mismo Jorge Abelardo Ramos. Compárense las obras del “primer” Ramos -su fecundidad concluye con un final de época: la caída del gobierno de Isabel Perón- con su última producción. Especialmente, con la torpeza argumental que asombra en las tentativas de justificar su apoyo a Menem y la disolución de su corriente, a partir de lo cual ésta se incorporó al Partido Justicialista. Quien haga el cotejo omitiendo la degradación ideológica y política que los escritos postreros están reflejando, puede llegar a concebir la hipótesis de que alguna catástrofe personal del autor lo había hundido en una postración senil. No es esa nuestra creencia; lo adecuado es pensar que la acumulación de desaciertos generó como corolario un salto cualitativo, que se expresó en la pérdida de la fe en las masas(3) y el abandono del marxismo, en cierto momento y culminó con la renuncia a sostener las trincheras del nacionalismo popular, el ideario nacido en las fraguas del 45, al final de un ciclo de descomposición progresiva.

La sabiduría antigua dice que hay puertas que se atraviesan con la consecuencia de hacer inviable el retorno al origen. La degradación adquiere, entonces, un dinamismo autónomo, que lleva al/los protagonista/s a lugares donde nunca imaginaron llegar, pero a los cuales llegaron, siguiendo una ruta que el pensamiento crítico puede recomponer. La voluntad de los hombres es un factor, entre muchas circunstancias que les ayudan a ser lo que quieren ser; o, por el contrario, a no poder reconocerse en sus actos, cuando persisten en un error que no solo no rectifican, sino que además amplifican. Aun siendo muy poderosos, lo que no era el caso de Jorge Abelardo Ramos. Salvando las distancias, Trotsky formulaba una reflexión similar con relación a las decisiones y circunstancias históricas que llevaron a Stalin a transformarse en un monstruo.

Víctor Ramos, el hijo y otros epígonos, no se desvelan por descifrar esos enigmas. Están ocupados en el goce pragmático de una herencia. Completamente desencantados de la lucha revolucionaria, han logrado emigrar desde las inclemencias del llano al dulce remanso de los despachos oficiales, en base a la utilización, ante todas las variantes del peronismo post Perón, de un bagaje de ideas históricas y definiciones distintivas del pensamiento nacional que, con las uñas cortadas, proveen de lustre u ofician como un decorado del empirismo y las flaquezas de la burguesía “nacional”, cuando no sirven lisa y llanamente como contrapeso “de izquierda” a una sociedad con Alzogaray, como en los tiempos del riojano. En todos los casos, eso sí, la exigencia de “principios” es que los amos tengan el poder… y se acuerden de los amigos.

Todas las variantes, dijimos: ya se trate de la más abyecta, la menemista (a la que sirvieron con Abelardo todavía vivo), de la del interinato de Duhalde o, con más decoro, de la que hoy gobierna (cuya índole patriótica tiene el apoyo del socialismo de la Izquierda Nacional, sin renegar por eso de nuestros objetivos). Es notoria la “ventaja” actual: permite “olvidar” el matrimonio con Cavallo y hacer más verosímil una identidad emparentada con los títulos honrosos del “primer” Ramos, al tratarse de la expresión de un viraje nacional parido por la movilización popular de los argentinos, a fines de diciembre de 2001(4).

Algunos de los socios, más atrevidos y audaces, intentan “hacer suyo” a Jorge Enea Spilimbergo y “darle un lugar” junto a la tumba de Ramos, ya que los muertos no pueden responder al agravio. Cabe preguntarse: ¿liviandad irrespetuosa o intento premeditado de ignorar que Spilimbergo, ese brillante constructor de nuestro partido, se distinguió por denunciar las graves desviaciones que la facción de Ramos fue revelando, y por sostener consecuentemente y hasta el final de su vida, las banderas del socialismo de la Izquierda Nacional(5)? No sabríamos definirlo, pero podría excluirse  una premeditación “malvada”, ya que lo fundamental es que esa “izquierda nacional” es nada más que la sombra de un ayer: lo que los une a todos es “haber sido”(6) y de ningún modo una meta organizadora del quehacer actual, un proyecto vigente que aún no ha dado los frutos maduros y se apoya en su tradición mientras la reexamina, para ganar eficacia en su labor transformadora.

Ahora bien, se interrogará el lector: ¿qué necesidad tenemos, los socialistas revolucionarios de la izquierda nacional, de hundir “hasta el hueso” las armas de la crítica, y aclarar esto? ¿Se justifica el riesgo de fastidiar al público con lo que aparece ante otros como “disputa entre primos”? ¿No es preferible olvidar piadosamente los últimos pasos de Ramos y sus epígonos, “mirar hacia el futuro, sin ojerizas ni rencor” y recomendar a los militantes que lean sus libros, imprescindibles aún?

El lector atento -más aún, el militante práctico- advertirá al reflexionar que el único capital de una fuerza revolucionaria (aún después de haberse ganado la confianza del pueblo, y con mayor razón cuando está construyéndose) es su credibilidad, que, fundada a su vez en la combinación virtuosa de claridad en las ideas y consecuencia en la acción, se manifiesta ante todo en señalar sin piedad las flaquezas propias, que pueden atentar contra los fines de la lucha, y en evitar los desacuerdos entre la palabra y los hechos.

En ese marco, sería incurrir en una gran inconsistencia, como mínimo –o, más precisamente, en complicidad con la traición- dejar sin respuesta las dudas creadas por la contradicción manifiesta entre un período y otro de la vida política de quien ha sido la máxima figura pública de la corriente durante décadas(7). Si borroneásemos esa frontera vital y política, terminaríamos siendo un grupo más, dentro del universo variopinto de los quebrados. Nosotros, es preciso advertir esa diferencia fundamental, vemos a los aportes del revisionismo histórico marxista nacional, a la interpretación de los fenómenos de la economía y la sociedad y la enajenación cultural latinoamericana que han prestigiado a nuestros autores, como frutos intelectuales y herramientas preparatorias de la lucha por transformar la realidad del país y de América Latina, no como productos de la mera curiosidad o la vanidad intelectual, sin otros fines. Son esos esfuerzos jalones y anticipos de una estrategia de poder que expresa la voluntad de representar los fines de la clase obrera, no las contribuciones de  un “librepensador”, como supo definir Víctor Ramos a su padre, durante un homenaje a Ana María  Giacosa, en la ciudad de Salta; una suerte de “visionario”, que, de acuerdo a lo dicho para “Tiempo Argentino”, hablaba de la unidad latinoamericana (un “disparate, hace 30 años”, para el calculador Víctor), sin más pretensión que “interpretar el mundo”.

No era esta última, es fácil probarlo, la visión de Jorge Abelardo Ramos, antes de renegar de toda su obra(8). De modo que, viendo las cosas con la seriedad del caso, estamos hablando de sostener una causa que otros abandonaron, que tiene al “primer” Ramos como uno de sus fundadores más brillantes, pero también como su más conspicuo enterrador. Esa tarea no puede cumplirse sin esclarecer, ante el público y ante nosotros mismos, el abismo que nos separa de la facción del desencanto.

Volvamos, pues, al tema central.

Adviértase: si somos un adorno del nacionalismo burgués, sin otra finalidad que seguir sus pasos y participar de lo que Ramos (el padre, cuando era un revolucionario) solía llamar despectivamente “el reparto de las achuras”, ¿qué razones habría para no convivir con Pacho O’Donnell y halagarlo como un revisionista que comparte méritos con Abelardo y Jauretche(9)? Esta desproporción en el orden de las comparaciones podría ser un problema personal de Víctor Ramos si él hablara en nombre propio. Pero nos involucra, directamente, con aquello de “los que venimos de la izquierda nacional”, manifestación que nos obliga a señalar tajantemente que nosotros vamos hacia un lado distinto al que eligieron como destino Víctor y los quebrados, para que nadie pueda confundirnos con ellos y su discurso cortesano de “todo está bien”.

Es que no se trata (sólo, ni principalmente) de Víctor Ramos. A la par, en una sociedad amable con él, otros desencantados nutren también la tropa de “aplaudidores” que rodea al poder. Con estos,   se dedican a exaltar todas sus virtudes y a no alertarlo (y advertir a los argentinos) cuando comete un error. Ignoran los límites del nacionalismo burgués y, en términos generales, todo –incluido el deber de señalarle al rey que está desnudo, cuando esto ocurre – lo subordinan al cuidado de los carguitos, aun cuando se trata de asuntos donde se juega la continuidad de la gestión presidencial en marcha. Algo que, cabe subrayarlo, los socialistas de la Izquierda Nacional queremos defender con absoluta firmeza, en la medida en que hoy no existen razones para suponer que su reemplazo pueda beneficiar al pueblo y a la patria, sino, por el contrario, materializar un retroceso hacia la entrega y la devastación impuesta al país por el golpe del 76 y más tarde profundizada por Menem y la Alianza.

Es inútil buscar, en el discurso de los quebrados, un aporte crítico a la gestión oficial: si el gobierno crea un pernicioso conflicto con el movimiento sindical y pierde así un sostén estratégico, se los escuchará condenar a los líderes obreros, sin mención a los límites de la burguesía “nacional”; si yerra notoriamente con el Impuesto a las Ganancias, con las previsibles consecuencias de pérdida del apoyo de muchos obreros, aplauden “la equidad” de transferir ingresos entre los trabajadores “privilegiados” y los más pobres, ignorando el criterio de los economistas nacionales que coinciden en señalar que la política tributaria conserva la regresividad del ciclo neoliberal(10);  en fin, para no fatigar al lector con los ejemplos, si en lugar de a Galasso se elige a Pacho O’Donnel (¡un mitrista!) para presidir el Instituto del Revisionismo Histórico, en vez de extraer la simple conclusión de que un mitromenemista liderando esa empresa es un gol en contra…¡se le regala al piojo un status de pura sangre ganador de todas las carreras, inventando un Pacho O’Donnel de la estatura de Jauretche o del “primer” Ramos!

La Izquierda Nacional respalda inquebrantablemente el curso abierto por Néstor Kirchner en el 2003. También reclama su profundización, como única forma de mantenerlo en marcha. Y aspira a representar a la clase trabajadora y su perspectiva estratégica en la próxima reconstrucción del frente nacional. No puede y no debe prestarse a la maniobra confusionista de quienes propagan un discurso “ramista” de bajas calorías. Éste es mero taparrabo de una práctica oportunista hacia la burguesía “nacional”, que –cumplimos con el deber patriótico de advertir a quienes hoy dirigen  los destinos del país- puede trocarse, si la Argentina retornara al andarivel de los 90, en su opuesto simétrico, el respaldo a un gobierno proimperialista, sea a través de Sergio Massa o, en general, a través de quien busque legitimar su política oligárquica con un ritual de retratos de Perón y Evita, con uso abusivo de la Marcha peronista, símbolos caros de la memoria popular(11).

La destrucción del país fundado por Perón en 1945 tuvo un anticipo en el caos desatado por la muerte del líder insustituible y se prolongó con el Proceso hasta la crisis del 2001. La lucha por rehacer las fuerzas perdidas en ese marco no puede omitir la crítica del liquidacionismo que acaudilló Ramos en esos años(12). Es plausible pensar que acusara el impacto del nuevo escenario, en aquel momento, en sus términos catastróficos. Quizá la autodestrucción señaló el agotamiento de un ciclo durante el cual las masas populares habían visto al movimiento peronista como una representación digna de confianza y puesto en él todas sus expectativas. Bajo dichas condiciones, éramos la izquierda del movimiento nacional y sólo podíamos formular hipótesis muy generales y vagas acerca de la manera en que podíamos constituirnos, en un futuro indeterminado, en los herederos legítimos del frente de clases liderado por Perón.

Los problemas relacionados con esa eventualidad, en cambio, son hoy la materia del día y la crítica de las armas que se requiere para abordar la empresa pendiente abarca, nos guste o no, la ardua  tarea de formular un franco balance crítico de los aciertos, errores y defecciones acumulados por la corriente, hasta aquí.

Córdoba, 04 de diciembre de 2013

 1) En aquel caso, estábamos ante un “marxismo” puesto al servicio del frente oligárquico. En este otro, ante una variante de “izquierda nacional” que sigue dócilmente a la burguesía “nacional” o, llegado el caso, a una gestión neoliberal que sacraliza la entrega con rituales justicialistas.

2) Valga el calificativo, para distinguir las décadas durante las cuales Ramos fue la figura más prestigiosa de la Izquierda Nacional de los tropezones finales y su coronación menemista.

3) Spilimbergo sostiene, en una nota inmediatamente posterior al fallecimiento de Ramos, la idea de una correlación dialéctica entre esa pérdida (subjetiva) de la fe y la objetividad del derrumbe del peso político-social de la clase obrera durante el reinado de Martínez de Hoz, que al parecer aquél habría percibido como una situación definitiva e irreversible.

4) Agréguese que el camino emprendido por Víctor Ramos y sus actuales socios al “irse” de la Izquierda Nacional o al insistir en que “su” versión era “la” izquierda nacional (en relación a este tema, es lo mismo) les impidió sumarse a las masas en revuelta, al contrario de lo que había ocurrido con la anterior ola de movilizaciones populares tan bien interpretada por el mejor Ramos y por Jorge Enea Spilimbergo. Quienes nos negamos al desencanto sí estuvimos, algunos en roles destacados, en las candentes calles de ese verano que vio emprender vuelo a de la Rúa y, con él, a todo el ciclo abierto por el golpe de setiembre de 1955 y los bombardeos de junio que lo preanunciaron.

5) Particularmente esclarecedor en tal sentido, entre muchos más, es el texto fundacional del Partido de la Izquierda Nacional, titulado “De la crisis del FIP al Partido de la Izquierda Nacional”, redactado precisamente por Jorge Enea Spilimbergo.

6) Muy elocuente, en ese sentido, es el rol que tiene, en el mundo de los quebrados, la “comunidad de origen”, que pesa más que su alineación presente. Como a los grupos de ex alumnos –o como a los stalinistas del viejo PC (ejemplo que en su momento supo proponer a la conducción de Patria y Pueblo uno de sus actuales integrantes conspicuos, no como crítica sino para sugerir que ése era precisamente el camino adecuado)– suele reunirlos una conmemoración, ilusoriamente compartida. Menemistas, ex apóstoles de Aldo Rico, delasotistas, “kirchneristas” post 2004 y hasta algún militante que no abandonó los “viejos” principios, pero carece ya de fe en el futuro, pueden unirse, sin sentir incomodidad, para recordar a los cros. Gustavo Gallardo y Nora Peretti, víctimas del Proceso por su militancia en San Francisco, donde las patronales los sindicaban como autores del “Tampierazo”. Es que actúan con el pasado como norte y es posible desplazar al segundo plano u omitir lisa y llanamente el hecho de que ambos compañeros, de esa ciudad de Córdoba, murieron por sostener la ideología y la práctica del socialismo revolucionario de la Izquierda Nacional.

7) Su máxima figura, no su “fundador en todo el país”, mito hagiográfico creado por los “ramistas”  en 1977, haciendo gala de un “culto a la personalidad” que ridiculizábamos todos –Ramos, en primer término– antes de la crisis, como vicio de los stalinistas y de algún alcahuete del General Perón.

8) Son infinitos los textos en que el “primer” Ramos es la contracara del Ramos quebrado. Se puede ver, entre numerosos ejemplos “La ideología socialista en la revolución nacional”, Jorge Abelardo Ramos, Revista “Izquierda Nacional”, 1ra época, N° 4, octubre de 1963. En esa nota brillante, de sólo tres páginas, el autor da cuenta de los límites insuperables del irigoyenismo y el peronismo, modelos arquetípicos del mero nacionalismo. Desde luego, es una pieza que Víctor Ramos, el gestor de la herencia editorial de su padre, no reeditará. Si censuró el capítulo de “Historia de la Nación Latinoamericana” donde el progenitor desarrolla una polémica con el Ché (por exhibir a un Ramos “excesivamente marxista”, lo que puede espantar a los clientes burgueses), la nota que citamos debe ser negada, como “El tamaño de mi esperanza”, libro criollo de Jorge L. Borges. Según Kodama, Borges, ante la interrogación de un joven, optó por decir: “ese libro no existe”.

9) Es claro que O’Donnel, además de ser hoy el jefe inmediato de Víctor Ramos, tiene en su foja de servicios, como el propio Víctor, títulos ganados en el gobierno de Menem. Una poderosa razón, para olvidar que se trata de un mitrista.

10) Naturalmente, cuando después de las PASO Cristina enmienda, aunque sea parcialmente, el error anterior, nadie rectifica los aplausos previos y la decisión presidencial da lugar a nuevos (no interesa que sean contradictorios) aplausos o en el mejor caso a “un silencio de radio”.

11) Esta suposición se verifica en Córdoba, donde más de un renegado de “izquierda nacional” integra el plantel de funcionarios delasotistas y hasta pretende postular como el “auténtico Ramos” al del final arltiano y melancólico.

12) Un aspecto que, por razones obvias, es ignorado por el público es el autoritarismo interno que acompañó dentro del FIP a las desviaciones oportunistas en su línea política. Una de las peores arbitrariedades, en ese sentido, se cometió en las vísperas del triunfo electoral del menemismo, cuando los que iban a tornarse cómplices del riojano entreguista echaron a toda la militancia del litoral, de antigua filiación ¡por oportunismo hacia el peronismo!