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EL ULTRAIZQUIERDISMO Y LA CUESTIÓN NACIONAL

Autor: León Trotsky

     He leído en estos días algunas declaraciones de los “oehleristas” y de los “eifelistas”(1) (si es que hay tendencias como esas) sobre la guerra chino-japonesa. Lenin llamó a estas ideas y a gentes tales “enfermedades infantiles”.

     Un niño enfermo provoca simpatía. Pero hace tiempo que los veinte años han pasado, los niños se han vuelto barbudos y hasta calvos, aunque no han podido renunciar aún a sus balbuceos juveniles. Al contrario, han redoblado, han decuplicado todas las faltas, todas las nimiedades, adjuntándoles algunas ignominias.

     Nos siguen paso a paso. Se apoderan de algunos elementos de nuestros análisis, inflan sin límites estos elementos y los oponen a todo el resto. Nos corrigen. Cuando dibujamos alguna figura humana, le agregan una jocosa. Cuando es la de una mujer la adornan con algún bigote. Cuando dibujamos un gallo ponen en su lugar un huevo de gallina y a todo este trabajo burlesco lo llaman marxismo-leninismo.

     Quiero referirme en esta carta sólo a la guerra chino-japonesa. En mi declaración a la prensa burguesa he dicho que el deber de todas las organizaciones obreras en China era participar activamente y en primera línea en la guerra actual contra el Japón, sin abandonar su programa y su actividad independiente. “Pero esto es <social-patriotismo>, gritan los eifelistas, es la capitulación frente a China y a Chiang-Kai-Shek. Es abandonar el principio de la lucha de clases; el bolchevismo ha predicado el derrotismo revolucionario durante la guerra imperialista. La guerra en España, como la guerra en China, son guerras imperialistas. Nuestra posición frente a la guerra chino-japonesa es la misma. La única salida para los obreros y campesinos chinos es luchar como fuerza independiente contra los dos ejércitos. En la misma forma contra el chino que contra el japonés”

     Estas cuatro líneas extractadas del documento eifelista del 19/9/1937, son totalmente suficientes para decir: “Estamos frente a verdaderos traidores o frente a verdaderos imbéciles”. Pero la imbecilidad elevada a este nivel equivale a la traición.

     Nosotros no hemos puesto nunca ni pondremos jamás en un mismo plano a todas las guerras. Marx y Engels apoyaban la guerra revolucionaria de los irlandeses contra Gran Bretaña, de los polacos contra el Zar, aunque en estas dos guerras los jefes eran en su mayoría burgueses. Cuando Abd-el-Krim se levantó contra Francia, los demócratas y los socialdemócratas hablaron con desprecio de la lucha de un tirano salvaje contra la democracia; el partido de León Blum sostenía este punto de vista. Pero nosotros, marxistas y bolcheviques, considerábamos la guerra de los rifeños contra la dominación francesa como una guerra progresiva.

     Lenin ha escrito centenares de páginas para demostrar la necesidad capital de distinguir las naciones imperialistas de las colonias y semicolonias, que constituyen la mayor parte de la humanidad. “Hablar de derrotismo revolucionario en general” sin distinguir entre países opresores y oprimidos es hacer del bolchevismo una caricatura grotesca y miserable y poner esta caricatura al servicio del imperialismo.

     En el Extremo Oriente tenemos un ejemplo clásico. China es un país semicolonial, que  el Japón ante nuestros ojos transforma en colonial. La lucha de parte del Japón es imperialista y reaccionaria; la lucha de parte de China es libertadora y progresiva.

     Pero, ¿y Chiang-Kai-Shek? Nosotros no tenemos la menor necesidad de hacernos la menor ilusión sobre él, sobre su partido y sobre toda la clase dirigente china, lo mismo que Marx y Engels no se hacían ninguna ilusión sobre la clase dirigente de Irlanda o Polonia. Chiang-Kai-Shek es un opresor de los obreros y campesinos chinos y no tenemos necesidad de que se nos lo recuerde. Pero hoy día está empujado, a pesar de su mala voluntad, a hacer la guerra al imperialismo japonés, por los restos de la independencia china. Mañana puede traicionarnos nuevamente. Es posible. Aún más, es inevitable. Pero hoy hace la guerra; la no participación en esta guerra es cosa que sólo pueden hacerla los cómodos, los canallas o los imbéciles completos.

El patriotismo chino es progresivo

 

     Para aclarar la cuestión tomemos el caso de una huelga. Nosotros no sostenemos todas las huelgas. Si se trata, por ejemplo, de eliminar de una fábrica, mediante una huelga a los viejos -sean chinos o japoneses- estamos contra la huelga. Pero si la huelga tiene por objeto mejorar en todo lo que sea posible la situación de los obreros, nosotros somos los primeros en participar en ella, cualquiera sea la dirección. En la gran mayoría de las huelgas, los jefes, los líderes, son reformistas, traidores profesionales, agentes de la burguesía. Ellos se oponen a toda huelga pero a veces son empujados por las masas -por la presión- o por toda la situación objetiva, al camino de la lucha. Imaginemos por un momento a un obrero que diga: “Yo no quiero participar en esta huelga, porque los jefes son agentes del capital”; este doctrinario ultraizquierdista debe ser llamado por su propio nombre, un rompehuelgas. El caso de la guerra chino-japonesa es desde este punto de vista un hecho enteramente análogo. Si el Japón es un país imperialista, si la víctima del imperialismo es China, nosotros estamos del lado de China. El patriotismo chino es legítimo y progresivo. Poner a los dos en el mismo plano y hablar del social-patriotismo sólo puede hacerlo quien no ha leído nada de Lenin, quien no ha comprendido la actitud de los bolcheviques durante la guerra imperialista y quien no puede más que comprometer y prostituir las enseñanzas del marxismo.

Como luchar contra Chiang-Kai-Shek

     Los eifelistas han oído que los internacionalistas acusaban a los socialpatriotas de ser agentes del imperialismo y nos responden: “Vosotros hacéis la misma cosa”. En la guerra de dos países imperialistas no se trata de la democracia ni de la independencia nacional, sino de la opresión de los pueblos atrasados no imperialistas. En tal guerra, los revolucionarios en los dos países son derrotistas. Pero el Japón y la China no se encuentran en un mismo plano histórico. La victoria del Japón significaría la esclavitud de China, la paralización de su desarrollo económico y el reforzamiento terrible del imperialismo japonés. La victoria de China significaría, al contrario, la revolución social en el Japón y el libre desarrollo -es decir, no encadenado por la opresión exterior- de la lucha de clases en China.

     ¿Pero es que Chiang-Kai-Shek puede asegurar la victoria? Yo no lo creo. Pero es él quien ha comenzado la guerra y quien la dirige actualmente. Para poder reemplazarlo hace falta una influencia decisiva en el proletariado y en el ejército, y ello no se consigue permaneciendo suspendido en el aire, sino colocándose en la base de esta guerra. Hace falta ganar prestigio e influencia en la lucha militar contra la invasión del enemigo exterior y en la lucha política contra las debilidades, los desfallecimientos y las traiciones del interior. En cierta etapa del proceso, que nosotros no podemos establecer de antemano, esta oposición política puede y debe transformarse en lucha armada, pues la guerra civil como toda otra guerra, es la continuación de la política. Pero es necesario saber cuándo y cómo transformar esa política en insurrección armada.

     Durante la revolución china de 1925-1927 nosotros hemos justificado a la Komintern. Pero, ¿por qué? Es necesario comprenderlo bien. Los eifelistas afirman que nosotros hemos cambiado nuestra  actitud en la cuestión china “sobre la guerra chino-japonesa”. Es que estos pobres de espíritu no han comprendido nuestra actitud de 1925-1927.

     Nosotros no negamos jamás el deber para el partido comunista de participar en la guerra de los burgueses y pequeños burgueses del sur contra los generales del norte, agentes del imperialismo extranjero. Nosotros no negamos jamás la necesidad de un bloque militar entre el partido comunista y Chiang-Kai-Shek. Al contrario, nosotros fuimos los primeros en propiciarlo. Pero propusimos que el partido comunista guardara toda su independencia orgánica y política, es decir, que durante la guerra civil contra los agentes interiores del imperialismo, como durante la guerra exterior contra el invasor extranjero, la vanguardia obrera, permaneciendo en la primera línea de combate militar, preparara políticamente el derrocamiento de la burguesía. Nosotros defendemos la misma política durante la guerra actual. No cambiamos nuestra actitud en nada. Pero los eifelistas y oehleristas no han comprendido un ápice de nuestra política, ni en 1925-1927 ni ahora.

     En mis declaraciones a la prensa burguesa al comienzo de la guerra (última) entre Tokio y Nanking, he subrayado sobre todo el deber de los obreros revolucionarios de participar activamente en la guerra contra la opresión imperialista. ¿Por qué lo hice? Porque primeramente es justo desde el punto de vista marxista y en segundo lugar porque es necesario desde el punto de vista de la salvaguardia de nuestros amigos de China. Mañana la GPU, que se encuentra aliada al Kuomintang (como en España con Negrín), va a presentar a nuestros amigos chinos como derrotistas y agentes del Japón. Los mejores entre ellos, Tchen-hon-llon a la cabeza, pueden ser comprometidos nacional e internacionalmente y fusilados. Hacía falta señalar con toda energía que la IV Internacional está al lado de la China contra el Japón, he dicho, al mismo tiempo que no abandona su programa ni su independencia.

Cuando los imbéciles quieren hacer política

 

    Los imbéciles eifelistas intentan balbucear esta reserva: “Los trotskystas -dicen- quieren servir a Chiang-Kai-Shek en los hechos y al proletariado en palabras”. Participar activamente y conscientemente en la guerra no significa servir a Chiang-Kai-Shek sino servir a la independencia de un país semicolonial a pesar de Chiang-Kai-Shek. Las palabras dirigidas contra el Kuomintang son el instrumento de educación para las masas y que servirán para derrocar a Chiang-Kai-Shek. Participar en la lucha militar bajo las órdenes de Chiang-Kai-Shek, puesto que es él quien desgraciadamente tiene el poder en esta guerra por la independencia, pero preparar políticamente el derrocamiento es la única política revolucionaria. Los eifelistas y oehleristas oponen a esta política “nacional y socialpatriota” la política de la “lucha de clases”. Durante toda su vida Lenin combatió esta política abstracta y estéril. El interés del proletariado mundial le dicta el deber de ayudar a los pueblos oprimidos contra sus opresores, en su lucha nacional y patriota contra el imperialismo. Aquel que no ha comprendido esto hasta hoy, casi un cuarto de siglo desde la guerra mundial y veinte años después de la Revolución de Octubre, debe ser implacablemente apartado de la vanguardia  revolucionaria, como el peor enemigo interior –y éste es precisamente el caso de los eifelistas y sus semejantes.

Coyoacán, 23 de setiembre de 1937

  • Tendencias que aparecieron en el trotskismo norteamericano, que encabezaban Hugo Oehler y un emigrado alemán llamado Eiffel. En EEUU tuvo el significado ya tratado por Lenin: la barbarie política y el primitivismo de la clase obrera del país se reflejaba en “su vanguardia” como enfermedad infantil. El ultraizquierdismo en los países coloniales y semicoloniales, en cambio, si se lo examina con precisión, es en realidad una parte del sistema de opresión imperialista, que busca asfixiar a la lucha por la independencia nacional usando herramientas de derecha, centro y, por qué no, de seudo-izquierda. Esa es la explicación de que en América Latina, en el siglo XX y en lo que va del presente siempre aparezca algún Altamira, para socavar “desde la izquierda” a los gobiernos populares antiimperialistas. Por lo demás, nada podría ser una mejor ayuda para la “burguesía nacional”, en su pugna por desprestigiar a todas las fuerzas que señalan sus límites y la voluntad de congelar la lucha revolucionaria, al proveerle el argumento de que sólo ella defiende la causa nacional-democrática, y degradar, a los ojos de las masas y la clase obrera, la noción misma de lo que es la izquierda.

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